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F.S. |
La crisis del pepino –nombre ridículo donde los haya, y aun así existente-, nos revela unas cuantas cositas. Eso de la hermosa armonía de estrellicas sobre fondo azul en donde todos los países eran iguales y volverían a ser hermanos –que conste que el simpático Miguel Ríos no tiene ninguna culpa en que se haya abusado de su optimista “himno de la alegría”, o el de Beethoven (pero como era sordo y está muerto no creo que se haya enterado, y si por esas cosas del otro mundo se ha enterado, no creo que le importe)-, se ha quedado en un “vamos a ver, usted quién se ha creído con eso de ser todos iguales”.
Me estoy empezando a enfadar, no por pepino más o menos sino por la engañifa, que ya está bien de pensar que somos tontos.
Ahora que, felizmente, el movimiento 15-M se europeíza, se hermana, se difunde… ¿podría empezar a plantearse que los países europeos o jugamos en régimen de igualdad o habrá que romper la baraja, o tirarla y comprarse una de Heraclio Fournier?
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