martes, 31 de enero de 2012

medidas "juiciosas"



No es nuevo que cuando la derecha regresa al poder después de haberse visto exiliada una temporadita, lo primero que hace no es sólo mandar, que es lo lógico, sino empezar por demostrar quién manda. Nada nuevo bajo el sol. Mírese cualquier ejemplo desde el siglo XIX aquí y en las antípodas. Is not inusual, que diría Tom Jones el vegano (por Las Vegas, no por sus hábitos alimentarios).
Cuando, como en el caso actual en este gracioso país, la derecha liga un póker (congreso, senado, comunidades y ayuntamientos) nos indica que no nos llamemos a engaño, porque lo que tiene en realidad es un repóker. ¿Dónde? ¿En la manga? En las amplias mangas de las togas, como esa que se tiene que quitar, por mandato de un compi, alguno que tú y yo nos sabemos cuando estos días llega al banquillo en calidad de acusado y no de juez.
La amable derecha del orden constitucional, cuando se ve con las manos tan llenas, deja las sutilezas y, en menos de un mes de poderío total, nos advierte: “Cuidado con la Justicia, amiguitos, no sea que vuestras propias reclamaciones judiciales se vuelvan contra vosotros. Lo de David contra los Goliats es historia mucho más antigua que sagrada”. “¿Pero el Poder Judicial no era independiente del Legislativo y el Ejecutivo?”, pregunta el incauto de turno, a lo que se le responde... Bueno, no se le responde, a no ser que quiera comprobar por sí mismo el alcance de dicha independencia metiéndose en un lío del que puede que salga enjaulado, o inhabilitado. Como poco.
Se toman, eso sí, medidas para justificar el descaro: en Valencia, en un juicio en que se implica a los mayores altos cargos de la autonomía, recurren al recurso patético del jurado popular (popular en ambos sentidos, dada la índole de la sentencia final después de lo que se llegó a escuchar en ese proceso), como si se juzgara un caso sencillito de chorizontes callejeros... Bueno, es que al fin y al cabo lo que estaba en entredicho era sólo el pago o impago de unas prendas de ropa... ¿no?... ¿No?

En el otro caso, el método que se establece es una campaña de desprestigio sobre la personalidad, no sobre las acciones, del acusador acusado. Desde los años dorados de Madonna o luego la muerte de Michael Jackson, no había oído con tanta frecuencia en los medios la palabra estrella. Es una pena que se pueda jugar con esa baza, porque eso implica que es un mensaje que cuaja en la opinión de los que sólo se quedan en la capa de nata de la leche. Bien lo sabían los que justificaron el cierre del mayor centro de descargas en la red a base de fotos de coches imposibles, fincas suntuosas y opíparas barrigas. Uno podría pensar que eso del carácter personal de alguien sólo debería tener valor a la hora de hacer amistades o no, o de tratar más o menos de cerca al implicado, no en su solvencia o su calidad. Seguro que Valle-Inclán era un estrellón antipático, y no por eso deja de perder ni un centímetro de su talla de dramaturgo. Por poner un caso.

Repóker.
Una vez más la derecha ha puesto en práctica esa amable expresión: poner los cojones encima de la mesa (o lo que se ponga ahora dependiendo de cada sexo). Aseguran que la derecha actual ya no es autoritaria, pero se llenan la boca con eso de “gobernar con autoridad”. A veces alargan la coletilla y hablan de “autoridad moral”, pero comentar ese particular sería empezar a desentrañar su enrevesado sentido del humor y no es el caso que nos ocupa. Hoy, al menos.

Llevamos sólo un mes de este primer añito de la Espaaaaña renovada. ¡Madre de Dios!
Ya ni siquiera van a tener que sonrojarse, como el anterior gobierno, obedeciendo a Europa, porque está de completo acuerdo con el grueso del poder continental en limar el estado de bienestar hasta acabar con él.
Un día de estos, doña Soraya la vice se va a pasar por Alemania a darle un tirón de orejas a la Merkel y decirle que parece mentira que se haya criado en una parte de su país regido por comunistas, ¡que ya está bien de paños calientes y mariconadas, Ángela!

lunes, 16 de enero de 2012

la muerte no nos hace mejores


Se ha muerto Fraga.
Hoy se habla de él como si hubiera nacido en 1975 o hasta entonces hubiera estado sentado en un rincón de su casita. Desde sus acólitos, sus cachorros Aznar o Gallardón, o sus adversarios políticos, casi todos hablan de su gran contribución a la democracia. Con honrosas excep- ciones, por fortuna.
La memoria histórica no debe recordar sólo a las víctimas. También a los que las causaron.
Se habla de “diferencias ideológicas”, no de la responsabilidad de comandar la Dirección General de Seguridad, la represión contra los manifestantes, los muertos de Vitoria, el secuestro de publicaciones, o el hecho de sentarse en el Consejo de Ministro que aplicó las últimas penas de muerte. Eran los tiempos de Franco, un dictador fascista que parece haber pasado a engrosar la lista de los reyes godos, alguien a quien los estudiantes de hoy suponen perdido, en caso de conocerlo, en la noche de los tiempos.
Tras la muerte del dictador, Fraga se subió al carro de la normalización. Bueno, empezó a hacerlo unos meses antes, que tonto nunca he supuesto que fuera. Se ha olvidado la imagen de ese señor que lucía sobre su camisa los colores de España en los tirantes mientras, flanqueado por el muy progresista Arias Navarro -el que anunció y lloró ante las cámaras la muerte de su caudillo y a quien no quería ver de cerca ni el nuevo Rey-, increpaba a gritos y en directo a sus detractores y les amenazaba con algo más que palabras desde las tribunas de Alianza Popular.
Luchador incansable contra cualquier forma de federalismo, autonomía o nacionalismo, lideró durante innúmeras legislaturas la Xunta de Galicia. Paradojas.
Ahora está muerto. Supongo que no ha sido agradable, aunque eso sólo puede saberlo él, pero sí razonablemente apacible: en casa, rodeado de reconocimiento y honores, sin haberse sentado jamás frente a un tribunal, suerte que comparte con todos sus camaradas sin excepción.
Como cualquier hombre, ha cerrado el arco de su vida. Pese a lo dicho, deseo que descanse en paz, casi tanto como se lo deseo a todas sus víctimas. 

jueves, 12 de enero de 2012

el origen del planeta de los simios



En la esplendorosa fiesta de los recortes con sierra mecánica, la primera ramita que cae al suelo es la de los presupuestos de Cultura. Se esgrime el arma del terror: volveremos a las eras oscuras, el euro se resquebrajará, ¡salvemos a los bancos o los estados dejarán de obtener créditos con intereses astronómicos!
Se empieza a mirar a esa aspiración que se dio en llamar estado del bienestar como una más de las baratijas del arcón donde se guardan las utopías para mirarlas con el suspiro melancólico que se dedica a los bienes perdidos, mirarlas sin tocarlas, ¡cuidado!, porque nos han contado que en el fondo no fueron más que productos de las mentes ilusas. Papá capitalismo es bondadoso pero práctico, y, siempre por nuestro bien, no quiere que soñemos despiertos. Y como el bienestar menos necesario parece ser el que tiene cualquier viso de relación con la cultura, digámosle adiós con la manita. Se acabó la temporada de los lujos.
El llamado lujo se sacrifica en aras de lo necesario. Estaría bien si lo necesario no incluyera el trato de favor, pagos y exenciones a la Iglesia Católica, el gasto armamentístico, las prioridades que sólo lo son para los que las diseñan, los fondos destinados a que no se resienta la Banca... Pero esto es otra historia que no sé si ha de ser interminable pero que todavía nos ha de sorprender con nuevas inventivas.

Sería lógico pensar que si se sacrifica el apoyo de un estado a sus bienes culturales, si se opta incluso por no apoyarlos sin gastar dinero, aunque fuera por medio de la difusión, del apoyo a las empresas que se dedican a mantener un producto artístico... Sería lógico, decía, que aun aceptando que no hay otro remedio, el resultado final fuera un enorme desconsuelo, una búsqueda de soluciones, la consciencia de haber sufrido una pérdida irreparable.
Lo alarmante es que se está produciendo algo bien distinto.

Amplios sectores de opinión, que parecen ampliarse, no sólo no lamentan el hecho, no sólo son indiferentes a él, sino que han encontrado el momento propicio del linchamiento al artista de cualquier tipo, ese ser relamido –deben suponer ellos-, con alergia al trabajo que chupaba del bote y se daba la vida padre sin levantar un dedo.
No voy a caer en la tentación de explicar en qué consiste nuestro trabajo ni de intentar dignificarlo. No voy a jurar que el sudor es una pálida metáfora para la labor de cualquier tipo de creador/a. Quien no lo haya entendido ya, no se daría cuenta, tampoco lo creería o no querría creerlo; pensaría que son lloriqueos de quien lamenta verse en el peligro de vivir del cuento. (Por cierto, los escritores que viven del cuento, que son muy pocos, tardan bastante en darles forma)      

En un artículo admirable, difundido estos días por facebook, una actriz ha defendido el inmenso sacrificio que supone para muchos profesionales el divino empeño de no abandonar su oficio teniendo (y sin ninguna ayuda oficial) que compaginar su tarea con otros trabajos, a menudo por debajo de la propia capacidad, y multiplicando sus actividades cuando tienen la suerte de poder ejercer su arte (conducir, cargar, montar, distribuir, construir, iluminar...) Yo no considero este sacrificio un orgullo, sino una vergüenza. La actividad interpretativa, como otras dentro del mundo de la cultura, es suficientemente compleja como para bastarse por sí misma. Otros países donde se quiere y admira a sus artistas, han desterrado prácticamente esta multiplicidad, favoreciendo la diversificación de tareas y extendiendo los puestos de trabajo. Necesidad obliga, pero la obligación no ha de ser un orgullo.

Este artículo al que me refiero reza en su enunciado: “No tenéis ni idea (con todo mi respeto)”. Lamento no ser tan generoso, Rosa: yo no les respeto. Me llegan ecos de quema de libros, de apaleamientos a intelectuales, de “Viva la muerte, abajo la cultura”, de la alegría de la burricia indiscriminada. En tiempos la ignorancia era una vergüenza: hoy se exhibe como un orgullo. Cada vez más. Es el anuncio de la regresión.
Si en el mejor de los casos se llegara a un cierto desahogo económico y fuese a costa de sacrificar la cultura de los pueblos y países, la vida sería más pobre que si careciese de riqueza material. No hablo de las necesidades básicas, que por cierto las naciones se muestran cada vez más reacias a cubrir, sino a otras que se suponen botín de lucha en sociedades carentes de solidaridad que abogan por ascender pisando al escalón humano que reposa debajo...
¿Humano?
¿Puede llamarse humanidad una civilización carente de cultura?
Parece que fueron visionarios los que idearon la involución creciente hasta convertir este mismo planeta, el nuestro, en uno dominado por los simios, donde la superstición, apoyada por la fuerza de los gorilas, se disfraza de ciencia una vez eliminada esa otra cenicienta del progreso llamada investigación.
Habrá que abastecerse de un montón de plátanos.