lunes, 11 de junio de 2018

menos gritos, milagritos (no more tears)


Mi silencio de los últimos tiempos (aunque yo no haya sido echado de menos, cosa que sé y no me duele, porque ni siquiera yo me echo de menos) se debía a un estado de Vergüenza, puesta así, con mayúsculas, en que todo lo criticable o comentable era tan evidente que no hacía falta decir más.
Empiezo por decir que en estos momentos mi mayor alegría es que el poder judicial haya puesto en tal evidencia al Partido Popular que haya podido permitir que el poder legislativo haya podido echar a un poder ejecutivo corrupto de sus sillas. Mis agradecimiento a Montesquieu.
Estoy contento. Me siento orgulloso. Claro que aquí no acaba todo, pero siento que un atisbo de justicia es posible en algo tan podrido como el mundo de la política. De los partidos, para ser más concreto.
Declaro también, por si acaso, que yo no soy votante del PSOE. Incluso es bastante probable que no le llegue a votar nunca.
Hemos asistido a la formación de un nuevo gobierno. En teatro, que es de lo que sé al menos un poco, siempre dicen que la primera labor crucial de un director es hacer un buen reparto conforme a sus posibilidades. Aquí, para qué decir otra cosa, las posibilidades eran bastante grandes. Superproducción, vamos. Pero el caso es que, aunque ningún reparto sea perfecto y se puedan poder pegas, yo iría a ver la función… Y espero que me guste.
El máximo recorrido de este nuevo gobierno es de media legislatura. Su primera labor es limpiar y comprar desinfectante y confío en que lo haga y limpie. Si le comparo con lo que estaba ocupando esos bancos azules, me muestro muy contento.
Los partidos que  se juntaron para hacer esto se juntaron, quiero creer, por lograr un atisbo de honradez por encima de otros intereses, como primera opción.
Eso del cheque en blanco, aparte de un lugar común que suena particularmente cursi (casi tanto como el pasar página o el hacer los deberes), no creo que nadie lo pida ni que lo presuponga. Pero vamos, que un poco de aire nunca viene mal cuando se abren las ventanas.
En política no es tan malo arriesgarse: muchos de los que curvaron el dedo para imitar la ceja de Zapatero no sabían después donde meter el mismo dedo. Pero se manifestaron en un sentido u otro.
Me preocupa, eso sí, por lo del recordar para no repetir, el despecho sentimental de Iglesias. No lo digo en broma ni me río del caso, es sólo que tuve que presenciar uno anterior: González supo tocar a Anguita donde más le dolía; por medio del ninguneo, de ni siquiera hablarle o recibirle, consiguió que aquel se viera tan despreciado que acabara haciendo esa maldita e histórica pinza con la derecha contra él. Quien fue un magnífico alcalde cumplió con el principio de Peter (ese que dice que en una sociedad estructurada todo ser brillante asciende hasta lograr su nivel de incompetencia) al ser un desastroso dirigente de su partido. Esa actitud de Iglesias hablando de que en menos de 24 horas han olvidado a quien le encumbró resulta, como poco, un poco triste.

Pero si hablamos de lloriqueos o de llantos hay ejemplos más graves. Más injustos. Preocupantes.
Por poner un ejemplo, hoy he oído verdaderas burradas sobre Nadal -después de ganar, como nadie más sabría hacerlo, su undécimo Roland Garros-, en las redes sociales por haber opinado sobre la moción de censura en un sentido con el que tampoco yo estoy de acuerdo. ¿Y qué? ¿Es que debe callarse? ¿Le hace eso mejor o peor? ¿No debe defender uno lo que cree? ¿Hace falta ser de izquierdas para que te guste el trabajo de Bardem?
Es triste que muchos de los que han puesto hoy verde a Nadal sean los mismos que, como yo, vean como una prioridad la derogación de esa aberración antidemocrática, claramente autoritaria, con resabios de franquismo, que se llama con razón la Ley Mordaza. ¿Amordazamos a los otros?
Todos hemos escuchado últimamente declaraciones -independentistas, anti-independentistas, patrióticas en un sentido u otro, alguna claramente oportunista, otras aprovechadas, fantasmas de un bando u otro que pescan en río revuelto…-, pero nada peor que reprimir la opinión de quien quiera hacer público su parecer político. La idea del artista apolítico, asocial, me repatea. Y no quiero pensar que sólo quiero oír a los que piensen como yo… aunque alguna opinión me decepcione. Con educación y respeto no sólo puedes, sino que debes, opinar sobre lo que creas que debes opinar.
Pero tal vez se deba a que vivimos raros tiempos. Tiempos mucho más retrógrados de lo que queremos creer: El otro día ponían en la tele, de madrugada como no, “Pepi, Lucy, Bom…” y pensé que hoy sería impensable hacer una película así. ¿No es triste? Y más cuando supongo que el mismo Almodóvar sería el primero en cortarse a la hora de hacer algo semejante. Y es triste por el simple hecho de que hacer algo parecido a esto, en los tiempos que corren, no debería ser bueno ni malo: debería ser libre.
Como lo fue en la noche de los tiempos.