Mi silencio de los
últimos tiempos (aunque yo no haya sido echado de menos, cosa que sé y no me
duele, porque ni siquiera yo me echo de menos) se debía a un estado de
Vergüenza, puesta así, con mayúsculas, en que todo lo criticable o comentable
era tan evidente que no hacía falta decir más.
Empiezo por decir que en
estos momentos mi mayor alegría es que el poder judicial haya puesto en tal
evidencia al Partido Popular que haya podido permitir que el poder legislativo
haya podido echar a un poder ejecutivo corrupto de sus sillas. Mis
agradecimiento a Montesquieu.
Estoy contento. Me
siento orgulloso. Claro que aquí no acaba todo, pero siento que un atisbo de
justicia es posible en algo tan podrido como el mundo de la política. De los
partidos, para ser más concreto.
Declaro también, por si
acaso, que yo no soy votante del PSOE. Incluso es bastante probable que no le
llegue a votar nunca.
Hemos asistido a la
formación de un nuevo gobierno. En teatro, que es de lo que sé al menos un
poco, siempre dicen que la primera labor crucial de un director es hacer un
buen reparto conforme a sus posibilidades. Aquí, para qué decir otra cosa, las
posibilidades eran bastante grandes. Superproducción, vamos. Pero el caso es
que, aunque ningún reparto sea perfecto y se puedan poder pegas, yo iría a ver
la función… Y espero que me guste.
El máximo recorrido de
este nuevo gobierno es de media legislatura. Su primera labor es limpiar y
comprar desinfectante y confío en que lo haga y limpie. Si le comparo con lo
que estaba ocupando esos bancos azules, me muestro muy contento.
Los partidos que se juntaron para hacer esto se juntaron,
quiero creer, por lograr un atisbo de honradez por encima de otros intereses,
como primera opción.
Eso del cheque en
blanco, aparte de un lugar común que suena particularmente cursi (casi tanto
como el pasar página o el hacer los deberes), no creo que nadie lo pida ni que
lo presuponga. Pero vamos, que un poco de aire nunca viene mal cuando se abren
las ventanas.
En política no es tan
malo arriesgarse: muchos de los que curvaron el dedo para imitar la ceja de
Zapatero no sabían después donde meter el mismo dedo. Pero se manifestaron en
un sentido u otro.
Me preocupa, eso sí, por
lo del recordar para no repetir, el despecho sentimental de Iglesias. No lo digo
en broma ni me río del caso, es sólo que tuve que presenciar uno anterior: González
supo tocar a Anguita donde más le dolía; por medio del ninguneo, de ni siquiera
hablarle o recibirle, consiguió que aquel se viera tan despreciado que acabara
haciendo esa maldita e histórica pinza con la derecha contra él. Quien fue un
magnífico alcalde cumplió con el principio de Peter (ese que dice que en una
sociedad estructurada todo ser brillante asciende hasta lograr su nivel de
incompetencia) al ser un desastroso dirigente de su partido. Esa actitud de
Iglesias hablando de que en menos de 24 horas han olvidado a quien le encumbró
resulta, como poco, un poco triste.
Pero si hablamos de
lloriqueos o de llantos hay ejemplos más graves. Más injustos. Preocupantes.
Por poner un ejemplo,
hoy he oído verdaderas burradas sobre Nadal -después de ganar, como nadie más
sabría hacerlo, su undécimo Roland Garros-, en las redes sociales por haber
opinado sobre la moción de censura en un sentido con el que tampoco yo estoy de
acuerdo. ¿Y qué? ¿Es que debe callarse? ¿Le hace eso mejor o peor? ¿No debe
defender uno lo que cree? ¿Hace falta ser de izquierdas para que te guste el
trabajo de Bardem?
Es triste que muchos de
los que han puesto hoy verde a Nadal sean los mismos que, como yo, vean como
una prioridad la derogación de esa aberración antidemocrática, claramente
autoritaria, con resabios de franquismo, que se llama con razón la Ley Mordaza.
¿Amordazamos a los otros?
Todos hemos escuchado
últimamente declaraciones -independentistas, anti-independentistas, patrióticas
en un sentido u otro, alguna claramente oportunista, otras aprovechadas, fantasmas
de un bando u otro que pescan en río revuelto…-, pero nada peor que reprimir la
opinión de quien quiera hacer público su parecer político. La idea del artista
apolítico, asocial, me repatea. Y no quiero pensar que sólo quiero oír a los
que piensen como yo… aunque alguna opinión me decepcione. Con educación y
respeto no sólo puedes, sino que debes, opinar sobre lo que creas que debes
opinar.
Pero tal vez se deba a
que vivimos raros tiempos. Tiempos mucho más retrógrados de lo que queremos
creer: El otro día ponían en la tele, de madrugada como no, “Pepi, Lucy, Bom…”
y pensé que hoy sería impensable hacer una película así. ¿No es triste? Y más
cuando supongo que el mismo Almodóvar sería el primero en cortarse a la hora de
hacer algo semejante. Y es triste por el simple hecho de que hacer algo
parecido a esto, en los tiempos que corren, no debería ser bueno ni malo: debería
ser libre.
Como lo fue en la noche
de los tiempos.
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