viernes, 6 de marzo de 2015

nueva negación de planes diabólicos


Cuando alguien acuña un término para negarlo a continuación, lo está afirmando.
Cuando Juncker dice que no hay un “plan diabólico” contra Grecia pone por testigo a Lucifer y presupone por sí mismo lo que otros no hubiéranse atrevido a sustentar: que lo hay.
(Cuando Rajoy habla con esa boca sopas de lo mismo, sube el pan, pero ese es otro tema).

Algo anda suelto por las calderas de la Europa profunda, esa que mueve el cucharón en la sopa donde cualquier ingrediente indeseado perderá alguna estrella michelín.
No hay lujo, no hay clase, no nos valen las bufandas caras ni los rapados de peluquería ultramoderna, no se quieren dejar engañar, no se dejarán engañar, hay que acabar con esos.

Hay que acabar también, y sobre todo, con los que les votaron.
Los irresponsables serán responsables: hay que hacerles pagar.
Un voto puede ser tu paro, tu ruina, tu desahucio... el resto de los europeos aprenderá de tu inconsciencia. ¿Por qué votaste? ¿Por qué a Ellos? ¿No ves tu error ahora? ¿Todavía no?
Dar lecciones es necesario. Europa se sustentó siempre en la asimilación de las lecciones aprendidas; es su esencia, pero sólo se aplica a las pústulas del lado más torcido de su espalda. Las chepas mal llevadas declaran su evidencia ante el suelo recién lavado de una Europa que sobrevive a golpes de fregado de asistentas contratadas por medio de sueldos baratos y amenazas de extradición. Gracias, señores. Gracias, señora. ¿Contenta? ¿Contentos? Yo podría dar gratis otro repaso aún, sin cargo adicional. He llegado a aprender que eso que ustedes llaman la igualdad se basa en la tarea de asumir que se puede ser inferior, que se es inferior de hecho, que toda conquista social es un regalo, que los beneficios son limosnas. Señora, señor, senior, seniora... ¿otro repaso? Sé bien que cualquier equivalente a la guardia civil dentro de Europa no tira caramelos con su escopeta, sino larvas de sangre y muerte en cualquier mar. Gracias por no matarme. Gracias por dejarme trabajar por un sueldo infame dejándome la vida, mi puta e inútil vida, en la consecución de su limpieza.

Soy griega o griego, español o española, portuguesa o portugués, escribimos en lenguas que están hechas para hundir en el olvido lo que se escribió en ellas. Soy también francés o francesa, italiano, italiana, aunque los italianos o italianas, por no hablar de franceses o francesas, no son conscientes aún: no miran que su lengua se desboca al olvido impuesto al Sur. Inocentes, exhiben su tarjeta de socios de pleno derecho. Se tiñen, se teñirán si no, los cabellos de rubio.
Soy irlandesa o irlandés. No soy del sur, pero pertenezco a un imperio que me considera la almorrana de su histórico culo: soy como vosotros y vosotras, ¡oh, my god!
Soy de quién sabe dónde. Esos territorios que están fuera de la línea de lo razonable. Soy susceptible de estar en segunda división. Y doy las gracias si no desciendo a regional.

Somos de los Equivocados, esos que Europa pretenderá enmendar.
Es preciso humillar a un país que se ha atrevido a decir que no le gusta ser pisoteado, un país que ha sufrido y que se llama Grecia, un país donde se originó todo valor en cuyo nombre juramos todavía los principios que nos recuerdan que existe un mínimo de decencia, de sabiduría y de Cultura, un país madre y padre donde se engendró aquello que algunos defendemos y que otros dicen defender, pero se empeñan en desbrozar.

Y aquellos que hacen crecer la humillación tal vez deberían decirnos si les importa o no que su fruto dé como resultado que el tercer partido que más votos ha obtenido en la envilecida Grecia responda a las consignas de los nazis, si les extraña que puedan repetirse los engendros letales de entreguerra alemana o si, al contrario, les conviene que así sea. Porque lo mismo sí (de esa gente es mejor no fiarnos, que se puede esperar lo que sea).
Somos los hijos del sur, pero estamos empezando a aprender que desde aquí es posible empezar a abrir la boca, y no sólo para recibir el pan de los mayores como hace el pajarito, sino para una tarea mucho menos bien vista que se llama hablar para expresarnos, para comunicarnos, para reclamar.
Vamos a abrir la boca, y espero que lo que salga de ella sea digno de haberla abierto.
Vamos a quejarnos y ejercer el bien o mal de enmienda.
Vamos a ser demonios meritorios de ese infierno que reclama, para compensarlo, un plan diabólico.