lunes, 16 de julio de 2018

qué pasado no importa

Es curioso que los/as fascistas que levantan el brazo para defender los restos de su caudillo hablen de la obsesión que tienen los rojos con respecto al pasado. Si no importa el pasado no deberían defender a ese repugnante asesino a quien tanto amor profesan, pero sobre todo no deberían hacerlo portando insistentemente banderas españolas. Quien no quiere recordar el pasado, ¿cómo puede remontarse a lo que ellos consideran un pasado eterno, aunque tenga poco más de cinco siglos, para apelar a la forzada unidad de España? ¿Eso no es el pasado? Todo nacionalismo tiene que ver con el pasado, porque todo nacionalismo se basa en el tradicionalismo, que, aunque ellos lo identifiquen con la tradición, es algo muy distinto y más casposo. Todo nacionalismo –y tanto o más que los otros de este país, el español-, se basa en el anclaje en el pasado más rancio.
Muchos otros que no levantan el brazo, por lo menos en público, reclaman ese olvido del pasado. Son esa derecha cuya fina línea hacia los extremismos es cada vez más fina, y se revelan más cuando pretenden denunciar el centrismo de sus rivales políticos. Sí, claro que me estoy refiriendo a las luchas intestinas del PP que esas primarias, que para ellos son antinaturales, han sacado aún más a la luz, por si no estaban suficientemente alumbradas. Y a sus propagandistas en los medios.
Mientras, los Ciudadanos joseantonianos no saben bien qué decir cuando sus enemigos les quitan de la boca lo que iban a decir ellos mismos con respecto al pasado.
No conformes con eso todos ellos, están intentando reconvertir la memoria. Ahora parece que el antifranquismo es una moda de los últimos años, que aquellos tiempos oscuros solo fueron un poquito nublados, que la gente estaba mucho más contenta de lo que nos han contado, que se ha reescrito la historia por parte de unos cuantos progres pasados de moda. Será que la dictadura fascista no fue más que el resultado lógico del final de una guerra, que lo que se llama represión asesina no fue sino un intento de mantener el orden, que lo que fue un descarado golpe de estado se traduce en un intento de recuperar el sentido común que tal vez, en algún caso, se les pudo ir un poco de las manos.
Por eso, a diferencia de Argentina o de Chile, los torturadores franquistas se pasean alegremente por las calles viviendo en barrios caros gracias a sus abultadas pensiones y los réditos de las condecoraciones concedidas por vejar mujeres rojas y arrancar uñas enemigas. Eso debe ser lo que se llama reconciliación.
Yo añoro, en cambio, un pasado que nunca existió, ese en que los asesinos del franquismo pagaran sus culpas, en que los torturados encontrasen un clavo ardiendo al que agarrarse para creer que lo mismo había un poco de justicia en el mundo después de haber pasado tanto. Que fuesen reivindicados y rehabilitados los que fueron llamados terroristas sin serlo, agitadores, maricones, traidores… Un pasado en que, tras el paréntesis lógico de los pactos después de morir el dictador, se hiciese un poquito de Justicia.
Pero la monarquía “democrática” mantiene arcaicos pero sólidos títulos nobiliarios para los cachorros de carnicero, se premia a los crueles y se olvida a las víctimas.
Hay que llamar las cosas por su nombre. No hay que olvidar. Los crímenes de ETA fueron crímenes y nunca debe olvidarse que lo fueron. La represión también tuvo víctimas que no deben ser silenciadas. La bestial depuración de un régimen autoritario donde si no hubo más oposición fue por el miedo más directo, que es el miedo a morir o verse encarcelado de por vida, no debe ser considerada como un sarampión pasajero.
Porque están aquí. Porque no tienen derecho a estar ahí. Porque se sienten fuertes si no les plantamos cara.

¿Y qué hacer entonces con, por poner un ejemplo de actualidad, el Valle de los Caídos? (el nombre ya se las trae). Lo primero, quitarle su gestión a la Iglesia Católica (como habría que hacer con casi todo lo que gestionan) y no traspasársela a nadie más. Dejar que sea un monumento al abandono, a la ruina, al fracaso. Dejar que se caiga de viejo mientras cuatro viejas llevan flores marchitas y lloran añorando el retorno de los genocidas. Que se mueran al pie de su podrida decadencia. O que si han cometido ellos mismos algún crimen, lo paguen de una vez.

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