lunes, 21 de septiembre de 2015

¿qué sabe nadie cómo somos?


Dice Alex de la Iglesia refiriéndose a su última película "Qué sabe nadie" sobre Raphael que todos somos Raphael lo queramos o no. El posibilismo de los que no saben salir de la moda siempre me ha puesto un poco nervioso, y me da gana de decir, y lo digo, que no, señor mío, que en ningún aspecto soy Raphael, ni quiero ser Raphael, ni me identifico con Raphael, y si nos ponemos así, desde hace bastantes años no soy ni quiero ser Alex de la Iglesia. Tampoco, por otra parte, quiero matar a Raphael ni a Álex, ni tampoco les deseo ningún mal, aunque en cualquier caso, viniendo de mí, sería insignificante este deseo en un sentido u otro dado lo intrascendente de la consecuencia. Pero añado que honradamente queda dicha mi intención.
Es sólo que me harta ese "todos somos" que impera desde hace años y que parece suponer que cualquier hijo de vecino desea ir a Las Vegas, por poner un caso.
Supuestamente, todos somos potentes deportistas flacos y musculosos o queremos serlo (no estaría mal, lo admito, pero lleva mucho curro). Todos querríamos ser chefs que reparan la cocina tradicional, esferificaran y deconstruyen, se lucen y se reputan aunque les reputeen. Alimentan la audiencia de programas hechos para los que les ven elaborar supuestos manjares mientras se zampan las varitas del capitan iglo o similares ante el televisor. A mí me da un poco de vergüenza el catetismo, porque, entre otras cosas, alguna vez he sido víctima de esta moda que no consiste en cocinar mejor sino de un modo más original -supuestamente- y a mayor precio para mayor gloria de los paletos comensales que veían una caldereta o una pepitoria en cuadrado o en bolo pero les sabía peor que una de esas de toda la vida, aunque era mucho más comprometida con el paladar exigente (ah, vale). Eso sin hablar del tópico, que no por serlo es menos auténtico, del plato enorme (emplatar, se llama, y yo me parto la caja) con la tapa mínima en el centro y a precio insólito por los cuatro costados. Con la que está cayendo por el mundo, por cierto (¿os habéis parado a pensarlo?) Hambre. Es un sustantivo incómodo, pero cierto. Y sobre todo, más que eso, vamos a ver si nos vamos olvidando -creo que no, yo no lo veré, supongo, pero no importa porque a mí no me queda demasiado-, de esa arrogancia absurda de los que creen tener buen gusto sin tenerlo en absoluto. Los paletos que mandan en el buen mal gusto de una élite de suplemento dominical heredado, cosa que ya es triste. Y por decreto y moda, que es peor todavía.
Ahora "todos somos": comprometidos sin comprometernos con absolutamente nada. Solidarios sin mover un dedo más que para dar algo más de dinero a una ONG (menos es nada, sigamos haciéndolo, por favor), entendidos de unas ciencias inexistentes como son aquellas de los astros o de esa cocina que se está llevando de calle a una mayoría -quién lo iba a pensar- de televidentes, en sus variantes de amateur insultado sistemáticamente o de niño marcado de por vida en el no éxito o en el éxito estéril (no especifico más porque sé que estos programas son legión pero como no sólo no me interesan sino que me irritan, no veo ninguno, ¿ha quedado clara mi postura?, espero que sí. En mi mente equivalen a los programas de contactos entre neandertales en pelotas -creo que se llama Adán y Eva, toma ya putada contra un buen texto clásico-, o casas donde parece que la gente compite por quién es más basto o más cuernos pone, o algo así, o que caga más sueltecito, o algo similar... ¡Aaaahh! O tempora, o mores (oh tiempos, oh costumbres, más o menos, que para el caso qué más da).
Bastante tenemos con el precio prescrito por no seguir la grey como para que encima nos digan que seguimos, queramos o no, a la grey. Por biología, debe ser.
¿Qué más somos todos, me pregunto repasando? Depende de quién lo diga, pero en su inmensa mayoría se da por hecho que todos somos supercapitalistas no confesos por el hecho de no habernos tocado la lotería, machistas demoledores en la sombra porque las hembras deseables, o los machos correspondientes, no nos desean ni nos miran; asesinos tímidos que no llegan a los hechos por si nos pillan... (aquí lo de la primera piedra no iba a ser la última, posiblemente, así que me callo); espectadores a escondidas de mierdas televisivas que sacan lo peor de nosotros, personas que en la soledad de su salón dan la razón a Inda, por poner un caso, y etcétera y etcétera.
Pues no. No todos somos lo que todos otros suponen que somos, aunque esa diferencia no nos haga mejores.
Yo no me pongo como ejemplo, y hago tantas tonterías como cualquiera. Pero son mis tonterías, no necesariamente las tonterías de moda. Y trato, dentro de lo difícil que está todo, de no engañarme. Por ejemplo, cuando quiero ver pornografía veo pornografía, no catetos en pelotas que se supone que buscan cariño.