sábado, 12 de marzo de 2016

complicidades

No vivimos ya en las épocas napoleónicas. Tampoco en la de sus peores detractores que pactaron el Congreso de Viena, aunque a veces, al ver telediarios, lo parece. Ahora, por definición, somos demócratas, somos responsables de a quien se pone a la cabeza de un gobierno, y del gobierno en sí, que es lo que importa. Somos, querámoslo o no, parte activa, no sólo pasiva como parecen creer algunos, de ese testamento. Quien votó a la mayoría de donde hubo de salir el presidente y sus ministros, es parte de sus logros y defectos.
Y cuando alguien delinque estando en ese puesto preeminente, el votante es cómplice siempre y cuando el apoyo continúe.
Puede que quien votó alegue ignorancia. No se puede saber de antemano lo que hará tu candidato una vez que se siente en su silla, eso es cierto. Pero una vez que ha tomado determinadas decisiones, el seguir apoyándole se convierte, a mi modo de ver, humilde modo, en complicidad, en parte del delito por lo tanto.
El actual presidente de gobierno, en funciones o no, parece apoyar el acuerdo a que se ha llegado a favor de Turquía y contra los refugiados que intentan llegar a esa Unión Europea ante quien generan tanto rechazo y tanta grima. Si sopesamos la consecuencias, es posible que se pudiera hablar de una decisión criminal. Las consecuencias están ahí, bastante claras. A lo peor quien lo aprueba es cómplice del crimen.
Como creo que lo es quien vuelve a mostrar la misma intención de voto hacia el PP una vez que se ha probado que es un partido tan roído por la corrupción que podría llegarse a pensar que la fomenta o la sostiene. Los que tanto protestan contra los choriceos políticos y votarían de nuevo a ese partido, tras lo que se ha probado, tal vez podrían ser calificados a su vez de corruptos.
O de represores, si hablamos de la ley mordaza.
O de antisociales si hablamos de las medidas adoptadas con respecto a la educación o la sanidad, o la asistencia social o tantas cosas.
O de oscurantistas si hablamos de las medidas en contra de la investigación, el desarrollo de la ciencia o la cultura.
Aunque ahora mismo no sé siquiera por qué hablo tan sólo de los que volverían a votar al PP cuando las encuestas del CIS reflejan que el problema de los refugiados sólo importa a poco más de un uno por ciento de los españoles.
Lo mismo hay más cómplices de lo que parece.
Cómplices de muertes ajenas y de miseria ajena.
Cómplices que ni siquiera se sienten cómplices porque están en su casa viendo tonterías en la tele y, de vez en cuando, algo bueno. 
Cómplices que suponen que eso sucede en una parte del mundo que no es su mundo, sino otro que es mejor no mirar.
Cómplices de sentir ese sentimiento asqueroso llamado lástima y seguir con la misma vida, idéntica, que si no hubieran sentido ni tan siquiera eso.

Creo que estamos sucios, que no hablaremos de ello, que acabaremos por no querer pensarlo, que no haremos nada, ni siquiera votar una cosa o la contraria, o la no igual. Que nos sentiremos bien cada vez que nos sintamos mal y no querremos admitir que hay cadáveres en nuestros armarios como los hay en las administraciones americanas, los campos de concentración o las conciencias de un mundo que vive bien a costa de que vivan mal, muy mal, muchos otros que imaginamos sólo como gente que vive en las pantallas de los televisores.