Mi papá me llevaba de pequeño al Bernabéu (¿te acuerdas, Sonsoles?... para quien no lo sepa es mi hermana, no la sra. Zapatero), pocas veces porque siempre me aburría; iba con su petaca de Fundador y sus múltiples paquetes de bisonte, su ilusión por ganar y por que a mí me gustara. No lo consiguió entonces, siempre nos íbamos antes de acabar. Luego me fui convenciendo por mí mismo de que el fútbol iba más allá del panem et circensis. Una novia que he tenido hasta hace muy muy poco me enseñó a amarlo. ¡Hola!
Me alegro, porque cuando hace unos minutos he visto que los culés triunfantes (y se lo merecen por ser ahora mismo el mejor equipo de Europa, y perdona, papá, desde el otro mundo, pero lo son) y sus seguidores iban a celebrarlo al Arc de Triunf por RESPETO (la palabra más hermosa del mundo) hacia los acampados, me han dado ganas de llorar. Qué queréis, uno piensa que si no hay sentimiento en la revolución la revolución es estalinista y decepcionante. Décadas, más décadas, que parecen imposibles de perturbar, de Canaletas, fuente pequeña pero matona. Y hoy: ¡al Arc de Triunf! Sois tan señores y señoras como el guaperas de vuestro entrenador, tan distinto al portugués de el de papá (creo que a él tampoco le gustaría) y al mejor futbolista del mundo: un señor bajito argentino y educado.
No me extiendo. Sólo digo: gracias por el detalle.
¡Y enhorabuena!
¡Oééééeeee, oéééeeeee, oéeeeee,oééééeee! Y visca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario