domingo, 28 de agosto de 2011

van quedándonos pocas palabras


Hay veces que a uno le faltan las palabras, y no porque no se sepa unas cuantas.
La culpa de la mudez no es nuestra, es de la perplejidad.
¿Podéis decirme a qué estamos asistiendo?
La Constitución era ese muro que siempre se puso como frontera razonable cuando no se podía cambiar algo fundamental, sean las condiciones de la monarquía (incluido algo tan imbécil como la sucesión de institución tan poco útil fuera del mundo de los cuentos o el imperio austrohúngaro de Berlanga), la administración territorial, la exigencia judicial de los derechos a la vivienda o el trabajo... Y ante ese muro, por un temor reverencial que nos viene de una transición, que por lo indispensable de sus pactos no los convierte en menos vergonzosos (torturadores, por ejemplo, jugando en los parques con sus nietos, incluso con los que se compraron), siempre cerramos el boquino. ¡Era todo tan complicado legalmente! Eso del referéndum y demas...
Ahora nos hemos enterado de que el mantenimiento de la Constitución sólo obedecía a una falta de pactos entre contrarios hermanados ante presiones SUPERIORES. La Constitución ya no es la Constitución Española. Es una Constitución Europea, porque aunque nosotros hicimos el tonto votando una posible, en otros países se negaron a secundar lo que ahora se hace por decreto.
Aquí ya da igual lo que se vote aquí o allí.
Importa sólo lo que se vote en los consejos de administración.
O en los de sus criados, sentando al frente del G-leches.
Hemos perdido las formas, no ya sólo el fondo.
Y esto con un partido en el gobierno que tiene entre sus siglas la S de socialista y la O de obrero. Parecería un panfleto recordar a todos los que han muerto o han perdido su vida de otro modo, que hay muchos y varios modos de perderla, durante más de un siglo para defender esas mayúsculas y procurar que lo que está pasando ahora no pudiera pasar nunca. Parecería un panfleto si no fuera porque la mayoría de esas personas eran seres de carne y hueso, individuos hechos de carne y sangre, y ésta la regalaron para proteger a los que ahora les traicionan.
Cuando los antiguos romanos reconocían merecer un castigo, optar por su propia muerte o ser deudores de una deuda impagable, se tapaban la cara con el manto. Yo veo demasiadas caras en los telediarios. Caras que deberían estar tapadas. O caídas en el suelo de pura vergüenza. 

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