lunes, 1 de agosto de 2011

de una autobiografía muy apócrifa


¡Qué buenos tiempos aquellos tan lejanos y fríos de León, cuando se me llamaba JL en vez de ZP! O puede que en la distancia todo se vea distinto. Y mejor.
Yo era, bien lo recuerdo en un recuerdo brumoso, un muchacho de izquierdas. Luego, un joven de izquierdas. Casi un rebelde, digo yo. Qué lejano también ese significado. Los dos: “rebelde”, “izquierdas”… Qué distinta es la vida de la vida real, pese a que las dos sean la vida de uno mismo. Qué distintos el pensar y el hacer.

Dicen que ahora hay rebeldes en las calles. Alfredo me lo ha dicho, Pepiño también, pero para mí que no es lo mismo. No sé bien de qué van. Dentro de poco, de cualquier manera, dejará de importarme más allá que a cualquier otro lector de periódicos interesado por la actualidad, ¡qué gusto!

Cuando yo estaba cerca de ser ZP pero no lo era todavía, pocos apostaban porque esas iniciales tuvieran la más mínima relevancia. Salí a las primarias como caballo perdedor. El Mito Vivo, el Gran Lomo Plateado –el Felipe González de todos, hasta de los que le odiaron, como Franco fue de todos, lo quisieran o no-, siempre miraba cuando hablaba de mí (a mí no me miraba) con el gesto del que está a punto de decir: “Este chaval nunca hubiera tenido cojones para meternos en la OTAN, no me vale”. Y ahora ya ves, Felipe de mi vida, como en la zarzuela, que hasta yo soy capaz de hacer lo que no debe hacerse. ¿Aprendí o no bien la lección de la Razón de Estado? Ese bonito término del XVIII que hace que puedas llegar hasta donde nunca hubieras consentido llegar a tu conciencia en el pasado. ¿Lo sé o no? ¿Qué me dices, desde el púlpito de tu jubilación?

He moldeado sin prisas pero sin pausas esa careta que enmascara que a todo lo que cedes es por el bien común, sin ser verdad. Pero es más fácil no decir que no si no quieres que te tiren de la barca con una gabarra venida de sabe dios dónde pero preparada desde tiempos inmemoriales para ti. Dentro de un año lo mismo puedo reconocer todo esto con más serenidad, o seguramente habré aprendido la técnica de mentirme a conciencia. No sé. Ahora mismo no puedo consentirme perder un segundo en ello.

Dicen algunos que llegué al poder por chiripa, por el favor indirecto de unos terroristas. En eso no negocio: si alguien sigue pensando que, aun de rebote, estaba satisfecho, me confunde con otro presidente con bigote que fomentaba guerras, mentía descaradamente, y al que no obstante me vi obligado a defender ante cierto venezolano; aunque el Rey, un poco subido de tono y quién sabe si de brindis, se llevara la gloria al final.

En la inacabable comparecencia tras el 15-M, rendido por el agotamiento de tantas horas, habiendo sido ya elegido presidente, tuve mi momento particular de gloria al declarar que de haber podido hubiera estado vociferando ante la sede del PP durante la jornada de reflexión. No gustó, en general, en mi partido. Gracias, Mª Teresa.
María Teresa, no sabes cuánto me dolió cuando me anunciaste que, enfermedades aparte, ya no podías seguirme en mi periplo hacia la derecha, que tanta sonrisa vaticana había convertido las hermosas arrugas que cercaban tu boca en marcas de desolación. Que ya no más.

No me voy a extender. Podría, como es lógico, pero no me voy a extender.
Todos sabéis que hubo un tiempo de luz en que aproveché para ser ese rebelde de antes y les di beneficios a aquellos que los esperaban desde hace tiempo. Que impartí dignidad y que la convertí en decretos y en justicia.

Luego, como en Juego de tronos, llegó el invierno.

Segunda legislatura. ¿Cómo iba a enterarme de que la crisis era crisis si yo vivía ya tan lejano del mundo como Felipe cuando se atrevió a declarar en Informe semanal que, cuando iba en su helicóptero, no podía evitar mirar a la gente como si fueran puntos (me recordó a Fermín de Pas: por lo visto el campanario tiene el poder de mandar y transformarnos a todos).
Debe ser que no entendí demasiado, que no quise enterarme, que me ocultaron realidades evidentes. Y en esas, vino la realidad y me metió una hostia. La realidad, por detrás, tenía cara de celadora de prisiones alemana. Ya sabéis de quién hablo.

¿Qué decir del resto? ¿Que todo aguante tiene un límite? ¿Que a fin de cuentas acaba doliendo más que nada que se metan con tus hijas? A saber lo que me diría en la cara el propio Obama, porque como no me entero...

Ahora, sin creérmelo del todo, he encontrado el modo de respirar. ¿Soy shakespeariano, sin haber matado a nadie? ¿O mis firmas han matado o perjudicado gravemente a muchos y sencillamente no me entero? ¡Mis firmas! De que no soy Franco estoy seguro, pese a esa broma de poner las elecciones en la fecha de su muerte y la de José Antonio, dando la impresión de que lo mismo nuestra historia, como entonces, empieza a ponerse otra vez en  marcha a partir de un punto fatídico y esperanzado a la vez. Un tiempo nuevo en el que miraré. ¡Voyeur, al fin!

Arréglatelas como puedas Alfredo (como quieres que te llaman), o Rubalcaba (como es inevitable que te llamarán), o incluso Pérez, allá tú. ¿O APR? Yo tampoco me esperaba mis siglas, y ya ves, aunque para regir la oposición no creo que haya que elegir mucho. ¡Pobre Pérez!
¿Por qué será que miro el calendario, leo “agosto” y me empiezo a reír?

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