sábado, 1 de septiembre de 2012

una digresión impositiva


Recuerdo que cuando era pequeño (mejor sería decir niño y ser cada uno consciente, cada cual en su medida, de la pequeñez que no se va con los años, y no me limito a la estatura), bueno, pues eso, que cuando iba al cine de enano, cosa que se hacía en tiempos remotos y además en programa doble y baratito y se podía uno quedar las horas que quisiera, que para eso la función se anunciaba como continua y la única pega, que no lo era, consistía en que no te asignaban una butaca fija y te buscabas la vida, que casi era mejor porque así no tenías que aguantar al pesado de turno, ni al que cuenta chistes a la novia, ni al que se tira eructos, ni al que no para de moverse ni tan sólo a ese que, culpa o ventaja, es altísimo y no deja ver al de detrás... Bueno, pues en esas remotas épocas... (¡¿acabarás?!) ...en esas eras geológicas, y alguno más bisoño/a lo recordará si le da por ver películas tan antiguas por televisión que en lugar de en technicolor parecen coloreadas... había un género supuestamente histórico-medieval, que se desarrollaba, por mor de Walter Scott y sus perpetuos editores, en torno al reinado de Corazón de León (nombre que a los inocentes niños de aquellas remotas décadas nos llenaba de una expectación admirativa, ya que, con ese nombre, ¿cómo no sería el sujeto?), ese rey que nunca estaba porque le daba por salvar Jerusalén de no se sabía quién por entonces (alguno hasta decía que estaba buscando el grial, pero es que los infantes de entonces teníamos profusión de historias épicas y nos daba por mezclar, de resultas que es como si en este ya no tan nuevo siglo alguien metiera a los Lannister en El Señor de los anillos o pensara que Matilde Asensi tiene un gramo de lógica).
Bueno, pues en ese género de sajones y normandos que luego en televisión continuaban en mi blanco y negro (supongo que en USA no) Roger Moore haciendo de Ivanhoe con una cancioncilla vergonzante de entrada que repetía incesante “Ivanhoe, Ivanhoe, nuestro lema es cooperar con Ivanhoe”, y otra serie mucho más digna, italiana para más señas, de La flecha negra, y que es que Stevenson es siempre Stevenson y no Scott, y en la que hasta salen las primeras maldades del futuro Ricardo III... Bueno, vale, pues que en todas esas sagas donde el referente era por encima de todos Robin Hood, siempre había simpáticos campesinos y ganaderos, y pequeños artesanos, gentuza, vamos, descontenta con los impuestos. Pero que muy descontenta.
Por eso me he acordado hoy, primer día de septiembre, anuncio del próximo otoño, finiquito oficial de las vacaciones del público en general, en que tan simpáticas medidas gubernamentales se han puesto en vigor. Y me he acordado de paso de cómo los niños abucheábamos en los cines al sheriff de Nottingham, que llevaba bigotín ridículo y perilla como uno que hay ahora por aquí y servía a un rey que nadie había elegido y al que llamaban sin tierra porque había jurado obediencia a un dictador que ya no estaba, y que no mataba elefantes porque no había pero era igual de grosero con los sirvientes a su cargo si no le dejaban la carroza a resguardo de la plebe. ¡Y yo que había llegado a pensar que era ficción barata!
Y en las rebeliones de todas esas películas, esas que siempre acababan bien, con el malo depuesto y el castillo incendiado, que es algo mucho más grave que el que los campesinos se lleven unos cuantos carritos de Mercadona o similares, la causa rebelde era siempre machacona a lo largo de cada peli y también de peli en peli: “¡Han vuelto a subir los impuestos!”, “¡Los impuestos nos ahogan!”. Mira tú por dónde.
Los campesinos eran ignorantes, como siempre lo son en las pelis, pero noblotes como no siempre pero casi, y como no tenían calendario porque eran la mar de medievales no sabían si se rebelaban en quince de mayo o en qué fecha, pero tampoco les dejaban acampar en los muros de la ciudadela y les echaban aceite hirviendo.
Siempre esperaban un Robin Hood o un Ivanhoe. Pero con el tiempo vimos que Robin Hood era el nombre falso de un aristócrata sajón cabreado porque le habían quitado el puesto y se servía de la gente para que se lo devolvieran y poder volver a llamarse con ese cursi nombre de Loxsley de nuevo. Ya ves. Un señorito, una especie de nacionalista sajón antinormando, algo así como un carlista aprovechado..., pero qué sabíamos nosotros, y eso de que le secundara un fraile alcoholizado, una pija de la nobleza y una especie de segurata sin sesera que se llamaba Juanito y era enorme aunque para reírse le llamaran Little, nos parecía hasta gracioso. Luego venía de sus vacaciones el rey que no había dado golpe, el tal Ricardo, le daba un par de golpecitos en el brazo y le contaba un par de chistes, presumía de haberle dicho en estado de embriaguez a Saladino “por qué no te callas” o algo así y se quedaba con el país, aunque ya veis que a veces me hago un lío entre sus defectos y virtudes y los del otro que no tenía tierras porque todo eran autonomías.
Por cierto, como venía de Jerusalén, le caían mal los moros y demás, y entonces el sheriff de Nottingham decretó que los físicos, médicos, galenos, curanderos medievales, como los quieras llamar, estaban para atender cristianos y que a los otros les dieran por el culo o si no no haber venido desde tan lejos. Aunque hubieran luchado con él, que eso de que el color no importa sólo es para comprar en Bennetton.
Y aquí estamos, en la risa de septiembre, y eso que sólo estamos a uno, esperando el redondeo, que es otra práctica medieval que hace que los precios ajustados a la subida de impuestos no nos molesten con tontas calderillas, por lo que con cobrar un poco de más... ¡si total! Qué más da, para lo que nos queda.
A ver si con el ejemplo de las olimpiadas nos vamos comprando un arco sin tener que esperar a un Robin Hood, o una buena lanza sin estar al tanto del repeinado ese de Ivanhoe que se hacía pasar por trovador hasta que le subieron las romanzas hasta el 21%. Lo del arco y la lanza lo digo para jugar y olvidarse de los Impuestos, no para otra cosa... qué va, qué tontería... si todo el mundo está de acuerdo en que ya no quedan castillos que asaltar.
¿No? 

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