Recuerdo que cuando era pequeño
(mejor sería decir niño y ser cada uno consciente, cada cual en su medida, de
la pequeñez que no se va con los años, y no me limito a la estatura), bueno,
pues eso, que cuando iba al cine de enano, cosa que se hacía en tiempos remotos
y además en programa doble y baratito y se podía uno quedar las horas que
quisiera, que para eso la función se anunciaba como continua y la única pega,
que no lo era, consistía en que no te asignaban una butaca fija y te buscabas
la vida, que casi era mejor porque así no tenías que aguantar al pesado de
turno, ni al que cuenta chistes a la novia, ni al que se tira eructos, ni al
que no para de moverse ni tan sólo a ese que, culpa o ventaja, es altísimo y no
deja ver al de detrás... Bueno, pues en esas remotas épocas... (¡¿acabarás?!)
...en esas eras geológicas, y alguno más bisoño/a lo recordará si le da por ver
películas tan antiguas por televisión que en lugar de en technicolor parecen
coloreadas... había un género supuestamente histórico-medieval, que se
desarrollaba, por mor de Walter Scott y sus perpetuos editores, en torno al
reinado de Corazón de León (nombre que a los inocentes niños de aquellas
remotas décadas nos llenaba de una expectación admirativa, ya que, con ese
nombre, ¿cómo no sería el sujeto?), ese rey que nunca estaba porque le daba por
salvar Jerusalén de no se sabía quién por entonces (alguno hasta decía que
estaba buscando el grial, pero es que los infantes de entonces teníamos
profusión de historias épicas y nos daba por mezclar, de resultas que es como
si en este ya no tan nuevo siglo alguien metiera a los Lannister en El Señor de
los anillos o pensara que Matilde Asensi tiene un gramo de lógica).
Bueno, pues en ese
género de sajones y normandos que luego en televisión continuaban en mi blanco
y negro (supongo que en USA no) Roger Moore haciendo de Ivanhoe con una
cancioncilla vergonzante de entrada que repetía incesante “Ivanhoe, Ivanhoe,
nuestro lema es cooperar con Ivanhoe”, y otra serie mucho más digna, italiana
para más señas, de La flecha negra, y que es que Stevenson es siempre Stevenson
y no Scott, y en la que hasta salen las primeras maldades del futuro Ricardo
III... Bueno, vale, pues que en todas esas sagas donde el referente era por
encima de todos Robin Hood, siempre había simpáticos campesinos y ganaderos, y
pequeños artesanos, gentuza, vamos, descontenta con los impuestos. Pero que muy
descontenta.
Por eso me he acordado
hoy, primer día de septiembre, anuncio del próximo otoño, finiquito oficial de
las vacaciones del público en general, en que tan simpáticas medidas
gubernamentales se han puesto en vigor. Y me he acordado de paso de cómo los
niños abucheábamos en los cines al sheriff de Nottingham, que llevaba bigotín
ridículo y perilla como uno que hay ahora por aquí y servía a un rey que nadie
había elegido y al que llamaban sin tierra porque había jurado obediencia a un
dictador que ya no estaba, y que no mataba elefantes porque no había pero era
igual de grosero con los sirvientes a su cargo si no le dejaban la carroza a
resguardo de la plebe. ¡Y yo que había llegado a pensar que era ficción barata!
Y en las rebeliones de
todas esas películas, esas que siempre acababan bien, con el malo depuesto y el
castillo incendiado, que es algo mucho más grave que el que los campesinos se
lleven unos cuantos carritos de Mercadona o similares, la causa rebelde era
siempre machacona a lo largo de cada peli y también de peli en peli: “¡Han
vuelto a subir los impuestos!”, “¡Los impuestos nos ahogan!”. Mira tú por
dónde.
Los campesinos eran
ignorantes, como siempre lo son en las pelis, pero noblotes como no siempre
pero casi, y como no tenían calendario porque eran la mar de medievales no
sabían si se rebelaban en quince de mayo o en qué fecha, pero tampoco les
dejaban acampar en los muros de la ciudadela y les echaban aceite hirviendo.
Siempre esperaban un
Robin Hood o un Ivanhoe. Pero con el tiempo vimos que Robin Hood era el nombre
falso de un aristócrata sajón cabreado porque le habían quitado el puesto y se
servía de la gente para que se lo devolvieran y poder volver a llamarse con ese
cursi nombre de Loxsley de nuevo. Ya ves. Un señorito, una especie de
nacionalista sajón antinormando, algo así como un carlista aprovechado..., pero
qué sabíamos nosotros, y eso de que le secundara un fraile alcoholizado, una pija
de la nobleza y una especie de segurata sin sesera que se llamaba Juanito y era
enorme aunque para reírse le llamaran Little, nos parecía hasta gracioso. Luego
venía de sus vacaciones el rey que no había dado golpe, el tal Ricardo, le daba
un par de golpecitos en el brazo y le contaba un par de chistes, presumía de
haberle dicho en estado de embriaguez a Saladino “por qué no te callas” o algo
así y se quedaba con el país, aunque ya veis que a veces me hago un lío entre
sus defectos y virtudes y los del otro que no tenía tierras porque todo eran
autonomías.
Por cierto, como venía
de Jerusalén, le caían mal los moros y demás, y entonces el sheriff de
Nottingham decretó que los físicos, médicos, galenos, curanderos medievales,
como los quieras llamar, estaban para atender cristianos y que a los otros les
dieran por el culo o si no no haber venido desde tan lejos. Aunque hubieran
luchado con él, que eso de que el color no importa sólo es para comprar en
Bennetton.
Y aquí estamos, en la
risa de septiembre, y eso que sólo estamos a uno, esperando el redondeo, que es
otra práctica medieval que hace que los precios ajustados a la subida de
impuestos no nos molesten con tontas calderillas, por lo que con cobrar un poco
de más... ¡si total! Qué más da, para lo que nos queda.
A ver si con el ejemplo
de las olimpiadas nos vamos comprando un arco sin tener que esperar a un Robin
Hood, o una buena lanza sin estar al tanto del repeinado ese de Ivanhoe que se
hacía pasar por trovador hasta que le subieron las romanzas hasta el 21%. Lo
del arco y la lanza lo digo para jugar y olvidarse de los Impuestos, no para
otra cosa... qué va, qué tontería... si todo el mundo está de acuerdo en que ya
no quedan castillos que asaltar.
¿No?
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