sábado, 21 de julio de 2012

señoras/es/señorías: con todos ustedes, los ciudadanos


Era jueves 19 de Julio. Mogollón.
Una columna más densa que la del calor de Madrid entre el suelo y las cabezas, esa que iba desde la puerta de Alcalá hasta Sol y más allá, desparramándose por las adyacentes hasta la Red de San Luis, Ópera, Santa Ana... y a donde mirabas veías que venía otra, ora los bomberos, ora los del Ayuntamiento detrás de ellos con los policías municipales con cara de alegría y asombro de estar haciendo lo que hacían y asombrar a los que les mirábamos... Ora gente, y gente, y más gente que es lo que vale y lo que merece la pena. Gente de todas las edades, ya ni siquiera con mayoría juvenil, gente que pese a estar ya en segunda quincena de julio y no ser fechas de esto, decidió que no se quería quedar en su casa, aun a riesgo de derretirse o caer redondos, que si su presencia era un desprecio para el poder, al menos quería ser motivo de desprecio continuo hasta convertirse en pesadilla. O al menos, (ya que no hay que dejarse embriagar por un optimismo que sólo puede contemplarse como una labor de curro de fondo), en sueño desagradable.
Ese sueño que el poder quiere olvidar cuando despierta por medio del recurso de minimizar, como hacemos todos con las reveladoras visiones de las horas chungas de la noche. Así se acaba dividiendo entre diez o entre quince el número de los que no queremos que ellos duerman bien y nos acabamos convirtiendo en cuarenta mil, uno por cada ladrón que les viene a abrir el sésamo de las molestias.
Están esperanzados con que con eso de difundir poco nuestra ira acabaremos cansándonos. Hacen matemáticas imposibles para que no seamos noticia. Muchos medios de comunicación, algunos de un modo vergonzante, les siguen el rollo. De muchos era de esperar, de otros dan ganas a más de una cara de caerse de vergüenza (¿que si me estoy refiriendo a El País?, ¡pero qué mal pensado es usted!). Pero cada vez que parece que nos estamos cansando y el número disminuye un poco, viene otra racha sin saberse bien cuándo va a cuajar y otra vez “a llenar las calles, que no pase nadie que lleve pistola”, como decía una canción de esas que nos aprendíamos en épocas dictatoriales para fastidiar (qué poco se nota a veces el paso del tiempo... bueno, de las épocas, que a los individuos se nos van haciendo marcas indelebles y sin mucho arreglo posible... pero eso son cosas normales de la vida y no esas otras anormales de esos cabritos anormales que se empeñan en jodernos y ya ni les importa que se les note la intención).
Ahora dice La Razón (que es algo así como un diario, no un sinónimo del sentido común pese a su nombre) que los manifestantes subimos la prima de riesgo. Mañana van a acusarnos de quedarnos con el dinero de Bankia o de hacer que en la familia real nadie aguante a nadie. Cualquier tragedia. Pero despropósitos aparte, se agradece que ladren: será que cabalgamos. Con una pimporrá de calor, pero cabalgamos, porque menos mal que no éramos casi nadie. Eso de ir todos pegaditos caminando con un paso similar al pingüino emperador durante tres horas sin volver por donde vinimos, debe ser solamente una alucinación canicular.

Y así, otra vez, los ciudadanos/as me alegraron el día. Ya sé que ese no era su motivo para juntarse, pero se agradece igual. Y más después del berrinche que me había llevado en la Plaza del Rey viendo el bochornoso espectáculo de los pocos gatos (por la cantidad, no por la calidad, estupendos pero mucho más escasos de lo que la gravedad del caso de la cultura en particular y la fama de combativos de los gremios, fama que debe ser ya historia y hará que acabemos muriendo entre bostezos si seguimos haciendo el primo, prometía).

¡Pero qué alegría para la gente honrada el ir tantos y tan juntos... y tan justos!  

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