sábado, 14 de julio de 2012

qué hostias de romanticismo


Llegaron los mineros a Madrid. No pude estar para verlos.
Una señora puta ya demasiado habitual en su chulería se rió de su número, y del número de aquellos que quisieron arroparles y arriesgarse a ser carne para la ceguera sanguinolenta del antidisturbios de turno con bala de goma, gente a la que ella consideraba de muy bajo pelaje y categoría, según sus baremos que son proporcionalmente opuestos no ya a los míos sino a los de la gente honrada.
Asco.
Porque hay cosas en que eso del todos somos lo mismo sólo provoca náuseas ante la mentira de la posibilidad de ser lejanamente como ellos/as (ambos sexos: hay mujeres que se han ganado el derecho a ser tan hijas de puta como los más hijos de puta de los hombres, linda igualdad).
Vinieron, vino su marcha, y yo no estaba. Algunos medios lo han vendido como trasnoche rojo, otros como romanticismo. El gran espectáculo del héroe ancestral cuyo grial no tiene futuro. Santa Bárbara bendita como fin de fiesta. Ocultando, claro, que no piden esa copa de grial, sino que se cumplan las medidas que acordaron, y reciban los magros fondos europeos que se destinaron a reconvertir el trabajo y el sector, uno en que nadie, por orgulloso que sea, se presta a morir silicótico y ennegrecido en un entorno anónimo, y en vez de las prestaciones el estado se hayan partido de risa contigo dejándote en la cuneta sin ofrecerte una opción, una continuidad, una línea de futuro... sólo tirarte a un espacio, un pozo, sin realidad ni dinero.
Pero mola tildarlos de héroes, porque en esta época sin héroes, tan sólo con antihéroes o risibles individuos que se las dan de héroes, hay que recordar qué es lo que importa.
Viene, para más escarnio, frente a ellos, a esos que a la doña le parecen muy pocos, el circo de las hembras, para más vergüenza de los que las estimamos por más capaces. Son sotas que vienen a decir lo mismo que el palo de su baraja, y así creen haberse ganado un puesto antes del caballo y no lejos del rey. Pobres siervas de mirada torva que muestran la seña del palo con la mano en alto y el brazo a punto de apuntar al horizonte de la patria inmortal. Eso que denota el amor al saludo fascista.
Unas pronuncian la sentencia que se jodan, pero esto que ha llamado tanto la atención cierra un círculo insólito: el de los aplausos, de ambos sexos claro está, ante el anuncio de  medidas que debieran anunciar entre lágrimas (o mejor, negarse a anunciar), en lugar de entre tanto regocijo, esas, qué coño, ¡que nadie con mediana honradez se hubiera prestado a dar! Y van, y lo celebran por todo lo alto y expresan su satisfacción y regocijo. 
Que os follen con dolor por eso de no tenemos otro remedio y nos lo mandan. Os pagamos para ser dirigentes, no siervos. Y si aprovecháis el momento para disimular que os ordenan lo que en el fondo siempre quisisteis hacer, eso que al mencionar aplaudís sin pudor (¡¡¿cómo se puede, qué alma humana, de cualquier tendencia, tras ver esto, volverá a votarles?!!!... y lo hará, por millares y millones... ¡¡¡qué cosa más triste!!!). Lo que podemos esperar de vosotros solamente es terror.
No se trata de sacar del ropero los aperos jacobinos. Aunque nuestra imaginación nos está empezando a arrastrar a pensar lo que nuestro espíritu (que intenta tranquilizar a la decencia diciendo: es sólo imaginación) os haría.... (Juanma, gran inquisidor... ¿andas por ahí?)... os haría algo de lo que cualquiera se podría arrepentir... y por eso, en realidad, pese al verbo encendido, en realidad nosotros no lo haríamos.
¡Tontos!
Ellos lo harían, lo hacen, sin resquemor. Ellos. Ellas. Van a acabar con lo que podría ser en los años que nos quedan, en el mejor de los casos. Y van a enfrentarse con una sonrisa y una chascarrillo retrechero a cualquier problema que nos surja, y en lugar de echar una mano, solamente una mano, porque más nunca han dado, te la van a soltar diciendo que se jodan.
Y ahí estarás tú, en el acantilado, con la cartilla del paro reducida a hambre puro, y tal vez entonces te convenzas y me convenza yo.
Por cierto, qué cansado escribir tanta tontería inútil, ¿no?

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