jueves, 27 de septiembre de 2012

asusta, que algo queda


Quieren eliminar de las manifestaciones a cualquier persona que, muy razonablemente, pueda temer, sea por el niño que llevaba en su carrito a las anteriores, sea por su artritis o por su padre jubilado. No lo estoy diciendo como un choteo. Hablo en serio. Quieren usar el miedo por encima de todo. Reducir la cantidad y calidad por el terror. Les GUSTA usar el miedo. Están acostumbrados/as a ello (no va a ser Cayo Lara el único que mantenga un discurso incoherente por derivar en dos los géneros en cada adjetivo). Vienen de un pasado en donde el terror era el único argumento. Son los herederos naturales de la España negra aunque intenten hacerse pasar por otra cosa, a usar la supuesta libertad y democracia solamente en su provecho. No les importaría que ese pasado fuera el presente siempre que no tuvieran que presentar a Europa un dictador. Hay que disimular, qué coño, y la mayoría de la ciudadanía, para nuestro dolor objetivo, apoya su carácter. Ellos lo han hecho durante décadas, durante siglos: dar miedo, quiero decir, y sustentarse en ello. Estaban tratando de disimular su carácter, pero ahora que tienen mayoría absoluta no se dignan disimular. Aunque un héroe/camarero diga que protege manifestantes y se convierta en baluarte de la rebelión pese a haber votado al PP, haber votado al PP nunca tiene nada que ver con proteger manifestantes. Ahí se nota y denota el despiste que nos ha llevado a donde estamos. ¿Ignorancia, descuido? Y que los socialistas no pretendan decir que no tienen la culpa de la decepción y de que la gente haya llegado a la conclusión de que todos son iguales, aunque es evidente que ni ellos ni los respectivos delegados/as (hoy estoy generérico) del gobierno lo son. El 15-M comenzó cuando ellos gobernaban. No son bárbaros ni destrozaron a la gente a palos, no digo eso, no los comparo, pero hicieron saber a todos que los que están en el poder no nos representaban. Que se habían rendido a la banca y una supuesta Europa que no es Europa, porque nosotros somos parte de ella y no sus súbditos.
Tras las primaveras razonables según ellos, necesarias, bellas, oxigenadas según yo, hemos llegado a otro punto. Lo mismo empezamos a pensar eso que pensábamos a finales de los 70 (¿no da grima, vergüenza, asco, tener que decir esto?), cuando el cerdo había muerto pero el resto de la piara intentaba que no llegara una democracia verdadera: nuestra conclusión fue que los palos se aguantan, que las porras no dolían tanto como la humillación, y que con dignidad se podía soportar casi todo esto (otras cosas no, las torturas no, pero espero que no nos volvamos locos de nuevo). Aprendimos que hace falta mucho más que el miedo para dar miedo. Que los moratones se curan y las fichas no pasan a ser necesariamente antecedentes penales. Aprendimos que los riesgos dentro de un orden tienen compensación, que la violencia es suya y no hemos de caer en la tentación de hacerla nuestra, pero sí de asumirla y, a ser posible, defendernos.
¿Quién habría de pensar que algo así me volviera a pasar por la cabeza? Tenía veintipocos, tengo cincuenta y cinco. Que a nadie se le ocurra pensar la estupidez de que esta necesidad de justicia me hace joven. Ojalá pudiera no planteármelo siquiera y hablara de ello como de batallitas. Afortunadamente mi trabajo me hace joven cada día, mi pensamiento también, no necesito píldoras policiales. Lo que digo lo digo con dolor, no es para mí un modo de distraerme ni buscar una amena actividad. Es mucho más cercano a la vergüenza de ver que el tiempo retrocede en lugar de avanzar.

Eso sí, quiero hablar sobre el miedo, y dentro de muy poco volveré a hablar de él. Si puedo. Si no estoy tan asqueado como para obligarme a callar.

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