miércoles, 19 de octubre de 2011

empatía, tía


En un coloquio televisivo, una señora o señorita periodista dice una frase preciosa, y la dice de un modo apasionado: “Puedo entender perfectamente lo que siente una familia cuando es desahuciada”.
La miro con cierto descaro, teniendo en cuenta que ella está detrás de la pantalla y yo no. Le mantengo la mirada y no hay duda: una persona criada a base de percebes, alguien que mantiene su aspecto físico untando sobre su piel nada más barato que le mer, un vestuario que volvería a costarle el cargo a la miró.
Por favor, mujer, cuide sus palabras, que estamos escuchando. Lo malo es que nos estamos acostumbrando a oír y ver esto como algo normal. La reivindicación de la empatía nos lleva al descaro. Ser decente se confunde con haber pasado por una vida que no han olido ni en Dickens, por la simple razón de que pensaban que Dickens era un autor distanciado en vez de un niño que se crió en esa mierda que describe.
Todos entendemos todo. Somos cultos, por favor, educados, informados y bien criados. Por mucho que se lea sobre la picana eléctrica seguro que no se parece nada a que te la pongan entre los labios, y no precisamente los que están en la boca.
Nos estamos volviendo demasiado bocazas. Todos entendemos todo, ¡coño, lo hemos visto en un documental!

De aquí al descaro no hay nada, porque ya es descaro.
De aquí al surrealismo hay poco, así que en el próximo pasaremos de hablar del surrealismo, en el que vivimos tan inmersos que lo mismo por medio de él nos enteramos de algo. 

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