sábado, 17 de septiembre de 2011

ángeles


Cuando uno siente a veces que vive en este mundo como quien aguarda toda la mañana cada mañana en la cola de la ventanilla de un banco, que el banco se complace en que lo necesites, que hará contigo lo que guste... Cuando uno nota que las estructuras en que vive están tan diseñadas para el bien del propio sistema operativo, cuando uno empieza a pensar que la única realidad posible tiene demasiado que ver con Matrix y encima ni siquiera vestimos esos sobretodos tan chulos ni vive por ahí la Trini (perdón, me refiero a Trinity, esa bigotuda tan tremendamente atractiva), la referencia secundaria es la primordial: uno nota que, aunque no se acuerde en que círculo (no siempre el mismo, es como el metro, unas veces la línea 4, otras la 6, una vez roja, otra verde...), se ha metido en ese universo de Dante llamado Infierno y que no tiene nada que ver con ese inventaco que alude a que Catón (el papá de Porcia, la que sale en el Julio César de Shakespeare) no era exactamente el último...

Bueno, pero estábamos con lo del Infierno.
Cuando la tentación de convencerte de que vives en él es tan fuerte, y si ves que las noticias del mundo (excepto, quizá, las de deportes a ratos) te lo confirman, siempre queda una prueba de que estás en un error.
No se da en cada momento, pero sabes que existe y te ronda.
Me refiero a los ángeles.
Aseguro que no me he convertido en esta calurosa noche de septiembre en Pitita Ridruejo y ni siquiera en Lucía Bosé (si me hubiera convertido en Lucía, pese a su edad, estaría ahora mismo mirándome al espejo, con poca o ningunísima ropa, en lugar de escribir chorradas).

Si alguna vez has estado en un hospital y un ser suave y tan cariñoso como es difícil imaginar te ha despertado para comprobar una vía o darte una pastilla mientras te toca la frente y te llama con un apelativo cariñoso (hay tantos que parece mentira que el ser humano, pese a lo que le pasa, tenga aún esa capacidad de cercanía), y te envía de nuevo al sueño, sabes lo que es un ángel.
Si cuando llevas una hora y media en un metro que nunca llega a su destino aunque los de Madrid vuelen (no caeré en la tentación de decir que un día de estos, cuando no haya nadie dentro, deberían volar por los aires... conste que no he caído, ni lo deseo ni lo he dicho. Y además, cualquiera desmiente esas publicidad de rapidez alada que cuesta más que el presupuesto para profesores de la puta Comunidad), y estás ya desesperado y sudoroso porque como es septiembre el aire tampoco lo ponen, y un ángel de cualquier condición en el asiento de enfrente te dice que se te ha caído eso o te sonríe sin más comprendiendo tu angustia antes de bajarse en la siguiente...
Si alguien te hace saber que nota tu esfuerzo, o tu colaboración, o tu interés, y agradece que intentes no ser un ser aborrecible sino lo contrario, y su simple mirada lo aprecia...
Si las personas, muchas o pocas, que nos quieren, siempre u ocasionalmente, siguen en la brecha y piensan en ti de verdad e intentan hacerte la vida más fácil, perdonarte si te excedes, entenderte si no estás en tu faceta más lúcida, reconocer el punto que te has ganado y pasar por encima de ese que nadie apuntaría...
Si te pasa algo de esto a menudo, sabrás que no estás en el Infierno, porque hay ángeles a tu alrededor con nombres, apellidos, olores, poros, maravillosos tactos. Y donde hay un ángel de cualquier sexo (los bizantinos sabían bien que en este caso los sexos no existen, aunque la angelidad sea más evidente en las mujeres o me lo parezca a mí por ser varón) el infierno se disuelve en azufre. No se va, que para eso uno de sus males es la perseverancia, pero se retrae a una esquina donde se vuelve, de momento, inofensivo.

No olvidéis, no olvidemos, a los ángeles del mundo. Algunos, de tanto enseñar las alas, nos hacen olvidar que las tienen. En alguno su miel es tan constante que nos llega a parecer empalagosa y no recordamos que no podríamos carecer de ella.
Y esos ocasionales que nos sorprenden, son toda una transfusión.
Gracias a todos ellos.
Pero no nos quedemos aquí. No es difícil serlo alguna vez. No me refiero al acto de caridad en el peor sentido ni a la sonrisa forzada, sino al placer de encontrar en nosotros mismos algo hermoso. Seamos ángeles aunque sea en el metro.

Borges era un señor la mar de listo, ¿quién lo duda? (muchos más de los que pensamos). En su fragmentos de un evangelio apócrifo escribió una de las frases más sabias de la historia, una frase de ángel aunque no hubiera reconocido pasar por tal:
Nadie es la sal de la tierra. Nadie, en algún momento de su vida, no lo es”.
Y por si alguien pensaba que se había ablandando, dijo algo más sobre los ángeles.
Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres”.

Buenas noches a los justos. Y a los injustos que no se gozan en serlo.
Y si tenéis un ángel cerca, no permitáis que sus alas se marchiten.

2 comentarios:

  1. julia carlota (rocio s)20 de septiembre de 2011, 9:22

    A los ángeles hay que saber y poder verlos, tú eres un privilegiado.
    besos desde el sur

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