miércoles, 20 de julio de 2011

centrados o no

Centro.
Dicen que los políticos quieren estar centrados. A la derecha le da un poco de vergüenza decir que son de derechas, al menos aquí donde aún no tenemos superados a los dictadores (como si eso se pudiera superar) y porque les desprestigia no inclinarse invariablemente hacia lo que les desvía de la Liga Norte, Falange (partido desgraciadamente legal aún y con una variante de numerosas ramas), o Fuerza Nueva aunque haya cambiado de nombre (por lo visto aquí sólo se registra, sin mucha fortuna, si cambia de nombre ETA y con eso basta, lo que es normal pero hace pensar por qué la investigación no se amplia a otros campos y otras fuerzas, y por qué parece tan normal una cosica tan irregular, pague impuestos o no, que seguramente sí, como ese nido de fascismo que recibe el nombre de FAES y encima seguramente desgrava, y con seguridad sabida pide, rige y manda).
Eso a la derecha. La izquierda quiere irse al centro por si alguien se da cuenta de que es de izquierdas, cae mal en Europa y les cierran la puerta al capitalismo caperucítico con lobo inclusive que hace de devorador de una abuelita con complejo de pasado histórico… ¿stalinista? (¿Por qué, si aquí no se ha roto ni un plato?). Una izquierda privatizadora, capitalistica y torpe (creo que me repito, y por eso voy y me callo).


Eso es en el lugar político, en eso de la res pública que no tiene mucho que ver con las vacas a no ser que te pongas de metafórico no muy bienintencionado hasta las cachas.
Luego tenemos eso entrañable y pequeñito, y por tanto controlable, que se llama el mundo, ¡cachis en los mengues!, y nada menos que la res en general que somos todos y cada uno de nosotros. Cosa. Res. Uno mismo. Vaya. Fíjate.

Y en seguida nos viene a la cabeza y a la mente, que no es lo mismo pero comparten una vecindad geográfica, la palabra mágica llamada “descentrado”, y sus variantes “descentre”, “no centrado” e incluso “con derivas cercanas a la pérdida del punto de referencia central”, que por su nombre, como decía don Fernando Fernán-Gómez acerca de estar en stand-by, debe “ser una cosa cojonuda”.

Se ven, se sufren, se viven continuamente descentres. Graves descentres, sobre todo en algunos momentos, en algunas circunstancias, esas que los cercanos se empeñan en decir que son pasajeras, pero a ti sólo te viene a la cabeza el título de “la extraña pasajera”, ves el careto de Bette Davis y te da un “comecome” y un sin estar, y ciertamente un miedo, que ya-ya. Y sigues descentrado, y piensas que al fin, y al cabo y al fin otra vez de nuevo, esos son miedos artificiales generados por la industria. Pero que el tuyo, sin pasajera ni nada, es el tuyo y allá te las compongas.

Y los pariente y amigos insisten en que vivimos en una época, una crisis y un país descentrados, pero a ti eso no te vale de mucho, porque si te parasen la época, la crisis y el país, tal vez siguieras mareado y pensando que te debes parar de lo descentrado que está el mundo y sobre todo tú.
El mundo no es centro, eso ya lo sabemos, pero ahora el Sol no lo es tampoco, ni la galaxia, ni nada, ni la familia, ni el Estado, ni Dios, ni esa vecina tuya que no te saluda. Nada.

Es como la bolita de la ruleta. Gira, gira, y gira mientras le mandan, buscando el centro que nunca habrá de hallar porque siempre caerá antes en una casilla numerada sin llegar a ese punto central. En su recorrido, dentro de nuestro metafórico caso, chocará con otras bolas, caerá en casillas, le pondrán calificativos standard y dirán que es “un  rojo impar que pasa” o un “par negro que se excede”: el caso es calificar. Siempre buscará el centro, las combinaciones más lógicas para sobrevivir y, en casos de generosidad, hasta para beneficiar a quien confió su suerte a él. Pero no llegará al centro, eso no. Girará, y girará, y mirará con asombro profesional, que implica por lo tanto una cierta ingenuidad, al que coloca temblón las fichas en los diversos números y combinaciones, al que arroja los dados en la mesa cercana sin que te llegue más información que unos gritos de difícil definición, eufórica o decepcionada, y te arrojarás en cuanto el croupier te arroje a intentar buscar el centro sin hallarlo, como un Sísifo subiendo una piedra a lo largo de la ladera para que vuelva a caer al llegar a la cima y ese quien sea que sea él, que a veces eres tú o soy yo, descentrado una vez más, baje por enésima vez a recogerla.
Y ahora digo yo: ¿es esto heroico a manta o una simple putada?

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