Política aparte (por un breve interludio):
¡Qué alivio pensar que no le veremos durante una temporada más que, más adelante, en el banquillo! Aparte de su destrozo de todo lo que es lícito, de lo que no es hortera ni suena a opusdeista y a casposo, sin caspa por un tratamiento de champú posiblemente regalado pero con un efecto parecido a sufrirla en el rostro, ese rostro diseñado mal que no oculta que la sonrisa nunca es verdadera, ni lleva detrás, de cola, sentimientos nobles, aparte de su burla a todo lo que puede llamarse democracia, decencia también, de paso, avalado o no –que sí, que sé que sí-, por una mayoría absoluta bochornosa (lo siento, valencianos: bochornosa, como sentís sin duda el bochorno los que no le habéis votado, que bastante bochorno es que le hayan dejado presentarse).
Ahora se va seguramente al casting del Rey León, maravilloso musical para más señas. No es negro, pero ha demostrado que puede aparentar ser cualquier cosa. Se presentará para el papel de hiena principal, sin faltar por mi parte a Whoopy Goldberg, con esa sonrisa y con esa inclinación que al público más tonto (aunque por lo que se ve hay mucho, muchísimo, mayoría absoluta, de público tonto) le delataría nada más aparecer que se trata del papel de villano.
Pero esto es noble, no se crean… ¡y Camps es un hombre honrado! (cita obligada y sarcasmo a Julio César). Por eso dimite: ¡preparen sus pañuelos!
Se declara inocente-inocente, muestra al dorso del traje que no pagó un enorme muñeco blanco de papel clavado con un alfiler digno de la santería.
Siguiendo con la magia, habla de “hacer un sacrificio” en ofrenda al gurú que merece ganar las elecciones generales, y que le ha seguido hasta donde ha podido pero ahora debe estar la mar de contento de librarse de él y de su desagradable jeta. ¡Camps siempre fue un amigo! ¡Así se pudra!
Yo le miraba ayer y, mirando sus piños, le hubiera dado una garrapiñada para consolarse, para que se los partiera, si no, de una vez, para que se dejara de monsergas y se fuera a la cárcel. Pero nunca lucirá, no nos engañemos, las insignias del traje a rayas blancas y negras del Charlot prisionero. Se encontrará una solución, llorarán los niños en las azoteas, la mascletá pedirá una redención y Rita la Alcaldesa, que en poco se diferencia de Rita la Cantaora, le pondrá la peineta de espinas que corresponde a los héroes que prevaricaron por encima de carros y carretas, por encima de la decencia, esperando que no les pasara aquello que le pasó a Al Capone: ser quitado de la circulación por unos asuntillos con hacienda, que es lo mismo que pensar que el mayor delito de este bellísimo señor de agradable sonrisa ha sido ponerse unos trajes sin mirar la factura. ¡Venga ya!
Ojalá no te veamos en mucho tiempo, y cuando te veamos sea raya sí y raya no por estar sepultado detrás de unas rejas (eso no pasará, ¡pero es tan hermoso soñar!)
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