jueves, 31 de julio de 2014

cuenta atrás (¿un jodío poema?)


Leo Gaza.
Aunque debiera, no quiero mirar muchos vídeos de Gaza, ni sus niños muertos ni su estela de sangre desesperada y sin sentido.
Menos aún contemplar las hienas, desde los embajadores a los periodistas y aquellos que alguna vez parecieron serlo.
Me duele, pero no importa nada si a mí me duele o no.
Viendo Gaza, pensando en Gazas, me conforta el consuelo de pensar que esta vida de cada uno, la mía en este caso, permitidme que me remita a mí, tiene fecha de caducidad. Que el horror no será eterno aunque después no haya nada.
No protesto contra la vida. Me gusta vivir. Por eso escribo en lugar de morir.
Pero me gusta pensar que podré tenderme como un animal cansado y olvidar que todo lo que me rodeaba estaba teñido de un olor de depredador sin gana de comer, pero con mucha gana de matar.
Y que nadie hizo nada.
Y que necesitábamos tanto la vida que en lugar de aullar por las calles esperábamos encontrar un amor, una respuesta, un trabajo o un estímulo nuevo.
Y que era verano.
Y los gritos se perdían entre la arena de las playas y las horas de sueño no dormidas en invierno.
Y que esa era nuestra manera de sobrevivir.
Viendo morir.
Protestando por los que vemos morir, pero sin arrastrar a los tribunales a los asesinos.
Y los casos de corrupción nacional se convierten en operetas ante la inmensa Ópera del Horror. Y todo lo que no es Armagedón parece ser nada.
Porque Armagedón existe, y lo traen los que se suponen que lo habrían de sufrir.
Porque mientras la Alemania nazi ocultaba al mundo la enorme vergüenza de los campos de exterminio ellos se jactan de mostrar al mundo su nube de langosta. Su ángel exterminador. No hay marca de primogénito en las puertas que pueda detener la ira sacra del dios de la venganza y la rapiña.
Dicen que el primogénito es un escudo, y los escudos están hechos para destrozarlos y dejar indefenso al que lo empuña.
Pero la vida es una cuenta atrás.
Cada día corre un número en la pizarra que no vemos.
Toda nuestra vida, tío Vania, trabajaremos para los demás, pero llegará el día en que al fin podremos descansar, y descansaremos. Lo decía el sabio Chéjov en la boca de Sonia.
Y el inmenso poeta que fue Lorca consolaba a un poeta cansado, no tan bueno como él mismo aunque Federico nunca llegó a saberlo, diciéndole al final de su Oda: “Duerme, no queda nada”.
Porque no queda nada, sino ese anhelo incontestable que se llama Resistencia.

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