miércoles, 10 de diciembre de 2014

de bien nacidos...


...es ser agradecidos.
Espero que esta comunidad llamada país, federación, feudo o como quieras, tenga en un futuro muchos motivos de agradecimiento con Podemos. Esto no sólo no es una campaña electoral sino que incluso declaro que no sé ni a quién votaré yo en las próximas municipales, autonómicas ni generales. Sé a quién no, que no es ni uno ni dos, pero en este aspecto negativo no va a cambiar mi voto con respecto a anteriores ocasiones.

Aparte de este deseo, paso a agradecer lo que este país está obligado desde ya a agradecer a esa nueva formación. Desde que se celebraron las europeas, y con la consolidación posterior, aunque sólo virtual a base de encuestas, nos encontramos con que:

El PSOE ha dejado de parecer un partido de derechas, pareciendo cada vez más un partido centrista, que es donde González, y los de luego, le metieron cuando decidieron que el capital era un mundo molón y el PAISoe decretó que España era un país estilo. Pero al menos no aquel de la renuncia del talante que accedió a meter con calzador en la inquebrantable Constitución el maldito artículo 135, lamió el culete a la Iglesia católica, se rindió a los bancos... (¿sigo?). Cuenta pendiente: que deje de parecer que su líder actual vaya a encajarse un polo rosa y un sweter con los brazuelos cruzados al cuello para ir a pasear por el Sardinero.

El PP inventa limosnas o aguinaldos rácanos a parados de larga duración en probados casos (supongo que para familias que vayan a misa, tengan un mínimo de siete hijos, se muestren agradecidos, apacibles, y sonrían agradecidos con los ojos húmedos, que siempre ha sido la línea del ropero parroquial).

De pronto, todo el mundo adora a los ciudadanos, descubre derechos irrenunciables a los que antes declaró que era necesario renunciar, ve antidemocrático no acudir a primarias o se hace fanático de las redes sociales y el tú a tú.

Y sobre todo, ha hecho más divertida la política (y según pasen los meses, se acerquen las elecciones e incluso se celebren, no te digo):
Los medios fachas, desde RTVE a ABC, La Razón, Telemadrid (esto es suposición, porque no veo más que sus anécdotas disparatadas), y hasta El País (que no digo que sea facha en el mismo sentido), han despertado mi nostalgia con la repetición de aquellos años en que los rojos tenían cuernos y rabos e iban a decretar, si llegaban al gobierno que, junto con la abolición de los demás partidos, el aborto fuera obligatorio por lotería, el idioma oficial fuera el español con acento venezolano o boliviano según las eras (salvo los catalanes, que junto con los etarras vascos disfrutarían de un paraíso natural después de regalarles las Canarias y masacrar a sus habitantes originales), el matrimonio homosexual fuera el único consentido y los tenderos con más de cincuenta años y más de treinta metros cuadrados de negocio fueran colgados por los cataplines en la Plaza del 15 de Mayo, antiguamente conocida como Puerta del Sol, además de estar estudiando la aniquilación de los primogénitos varones.

Que, en este mismo sentido, tantos estén perdiendo el miedo al ridículo, y hasta puede que se jueguen su prestigio o su puesto, que en muchos casos no merecen (¿hablamos de la noche en 24hs?).

Es terrible que el miedo sea un motor para el cambio y que Iglesias acertara al predecir que el miedo había cambiado de bando. Es terrible, pero puede venir bien ese visceral temor a perder escaños (no otros miedos), y a las pruebas me remito.

jueves, 27 de noviembre de 2014

mariano mirando caer


¿Hay un crimen equiparable en política a la cobardía? Si acaso, la traición.
No hablo, perdí ese optimismo, de la traición no ya a los ciuda- danos en general, ni siquiera a tus propios votantes, sino de la traición más cercana, gremial, mezquina, esa que se ejerce contra los propios colaboradores.
Mariano se asoma al balcón frío de Génova recordando el día en que unas huestes de fachitas militantes se agolpaban bajo él celebrando la victoria contra el socialismo de traje o disfraz de sport. Mariano se asoma y abajo hoy sólo hay fuerzas de seguridad del estado para protegerle de los descamisados que rugen en las redes sociales con los rugidos de seda que caracterizan a los que esperan ganar y salir a su propio balcón un día de estos.
Mariano siente frío y oculta la desgastada imagen por si le viera, al pasar, cualquier hipster proveniente de Alonso Martínez, o incluso si le pudiera reconocer un papista de los del papa anterior que subiera de la plaza de Colón recordando la visita del pontífice aclamado por jóvenes sin vida y con futuro.
Mariano se inclina sobre la no balaustrada del balcón acristalado y mira los cadáveres que acaba de tirar por el mismo.
Ana Mato, espatarrada, todavía caliente su cadáver, yace abajo a la espera de la escoba que se lleva a los ministros pillados, pillados, pillados, una y otra y otra vez en falta hasta que se deciden de una vez a dimitir. Queda atrás, sin condenar, el baile del ébola y los insultos a los que intentaron erradicarlo. No todo van a ser sonrojos.
Cayó su político cuerpo sobre los huesos de un Gallardón que, por amor a las galanas, se desnudó de su piel de cordero centrista y mostró sus erizados pelánganos de lobo brazo en alto. Y que, querámoslo o no, y sin quitarle un ápice de antipatía, tuvo que irse cuando le dieron la espalda los que diseñaron el decreto antiabortista que defendió con ganas, confiando hasta la última hora en que le apoyarían los que le ensalzaron en lugar de abrirle ese mismo balcón desde donde se escapan los gases de las calefacciones junto con las pasadas y ya rancias alegrías de una victoria no tan lejana en el tiempo.
Viendo la escabechina, alguno o alguna estarán haciendo las maletas. En las maletas irán fajos sueltos, prebendas trasnochadas y las anotaciones de un número de cuenta en aquellos sitios donde las cuentas juegan las reglas de un juego en que la banca siempre gana pero ayuda a los que juegan a su vera.
Mariano suspira y recuerda. Mariano nunca se atrevió a remodelar un gabinete. Mariano prefiere que vayan cayendo del árbol los frutos podridos mientras se aferra a la rama. Sobrevive en una realidad de plasma donde la carne no se altera más que en píxeles.
Mariano es un cobarde y un traidor a los suyos, además de ser un cobarde y un traidor en general. 

martes, 11 de noviembre de 2014

demanda de divorcio


A los españoles, Cataluña (no diré nunca Catalunya porque tampoco llamo London a Londres) nos está pidiendo el divorcio. Como madrileño, me siento como contraparte directa en el proceso incoado y por eso respondo.
Cataluña de mis entretelas: por mi parte, en cuanto quieras, te será concedido. Otra cosa es que las leyes que nos gobiernan a ti y a mí, y sobre todo este gobierno fantasma cuyo jefe se esconde debajo de la mesa de la vergüenza, piensen de otro modo. Por mí, cariño, te lo digo de corazón, no hay problema. Se nos rompió el amor y eso que nunca lo usamos de un modo adecuado. Tú con tus ínfulas de ser una pequeña francia y los que seamos nosotros con ese cerrojazo de intentar imponer el cocido por encima de la escudella, aunque las diferencias sean mucho menores que las coincidencias.
Como dije alguna vez, nadie que ponga las maletas en la puerta de un domicilio debe ser forzado a volver dentro. La casa de muñecas ya pasó de siglo y debería estar superada. En las personas como en los estados.
Nora, Cataluña, si te ignoran será porque no quieran mirar.
Quiero, yo también, mira tú, que te vayas, aunque sea nada más que por el sencillo motivo de que pareces querer irte.
Y deseo que te vaya bien. Aunque te vas a llevar alguna sorpresa, como el comprobar que tu pobreza no se debe a que los andaluces no paguen lo que deben, ni tu opresión a que Madrid esté en el centro. Así que luego no tengas la osadía de pedir peras a un olmo que no sabe darlas ni las dio nunca, aunque tus gobiernos dijeran que las daban pero a otros y no a ti.
Esos que dijeron que en Andalucia no paga “ni deu, ¡¡¡ni deu!!!” y lo repitan y griten para intentar así imponer su razón, nunca tendrán razón. Lástima que con ello hayan manchado sus dos nombres de partido, uno que dice ser de esquerra y otro que alude a una república que tanto se aleja del modelo del 31 en que nació. Vergüenza izquierdista una vez más, vergüenza no sólo ajena para los que no nos avergonzamos de declararnos como izquierda.
A ver si surge el federalismo. A ver si esta España, aun sin vosotros cuando ya no estéis, llega a ser múltiple. O no. Si quieres la verdad, a mí me da lo mismo. Lo que no quiero es que la gente esté donde no quiere estar. Tampoco que chupe de los otros. Ni vosotros de nosotros ni nosotros de ustedes. Ni que ponga pretextos para su cortedad de recursos o de miras, como aquel de que el resto les coartan, cuando han sido criaturas ampliamente mimadas.
Y como retranca de un amante despechado os recuerdo que, por mucho que os empeñéis, Picasso es malagueño os guste o no.
A ver si los abogados nos favorecen y nos secundan y podemos sonreírnos dentro de muy poco. Separados y conformes.

viernes, 10 de octubre de 2014

no mires ahora


Cuando yo era pequeño (sí, ya sé que eran otros tiempos), los adultos nos enseñaban a no mirar descaradamente a los mendigos, o incluso a esa gente que deambulaba por la calle y parecía un poco descentrada, bebida o sencillamente desesperada. Vamos, esos señores y señoras que, más allá de una cierta pobreza generalizada, al menos en mis circuitos urbanos, llamaban la atención por marginados; no siempre (casi nunca, creo) voluntarios. Nada romántico, más bien lamentable.
No estaba bien mirarlos, o al menos quedarse contemplándolos en ese intento infantil de investigar de qué va la vida más allá de tus paredes (un interés que también ha ido decreciendo de generación en generación, o en la misma generación según crecía y se adaptaba a un medio cada vez más insolidario y solitario).

Duele hablar de este problema del Ébola. No me apetece entrar en polémicas secundarias, ni siquiera en hacer notar que la muerte por negligencia lleva el nombre, si no de asesinato, sí de homicidio, y que no se saldaría con una dimisión a la que por otra parte nadie parece dispuesto haya venido cenado al cargo o no (la falta de modales y la chulería, por cierto, debería estar prohibidas en las tareas de eso que llaman la res publica, y no porque los que ahora la ejercen parezcan, efectivamente, reses), sino con una acción judicial. Pero no quiero... bastante se ha dicho, bastante duele, y bastante se ha removido culpando a las víctimas para salvar lo insalvable, porque ya ni la dignidad queda.

Por eso, por amargura de entrar a lo otro, querría hablar de ese no mirar que provoca la invisibilidad de las víctimas lejanas.
Durante muchos, muchos años, mientras el problema era de “los otros” no nos preocupaba. Seguíamos masticando cuando los mirábamos de reojo en los telediarios (las raras veces en que aparecían) y los contemplábamos con ese desapego con que se mira el tercer mundo desde el primero (o el segundo, que debe ser eso de “en vías de desarrollo” que jamás se ha superado). Un desapego extraño, me da por pensar, porque creo que en el fondo no lo consideramos real. Sus realidades sólo nos sacuden como las que se dan en la ficción, o en otros mundos (¿no estábamos globalizados?), o incluso en otros tiempos. Se ven como traumas del pasado, o de la ficción, y tienen que ver con nosotros mucho menos que las ficciones de AMC o  HBO (que para algo son ficciones del primer mundo).

Llevan meses, y meses, y meses, y meses, y meses muriendo y muriendo y muriendo y muriendo en África de este mismo mal. Pero era, hasta hace poco, el mal ajeno, el mal de los pobres, el mal que se mira como inevitable, ese que, en el fondo, no se mira.
Creo que nuestros mayores ya sabían que la utilidad de indicarnos no mirar no era por hacerle sentir mal al pobre o marginal de turno, sino para no tener que pasarlo mal nosotros.
Ahora tenemos que mirar por narices. No me alegra. No es una compensación. Sigue sin mirarse el de las tierras lejanas, sólo el que nos toca aquí. Por un lado es terror. Por otra parte el nacionalismo llevado a sus pequeñeces más estrechas. Ya no mi tierra, sino mi ciudad, mi barrio, mi casa, mi piso, mi apartamento, mi habitación o incluso mi lado de la cama. Tristes repúblicas independientes marca ikea.

En la estupenda película El rey pescador, un mendigo mutilado de guerra interpretado por Tom Waits declaraba que la indiferencia de los que le echaban monedas no le dolía. Él sabía que la limosna era el precio que se paga “por no mirar”.
Si es así, deberíamos pagar un impuesto revolucionario por no mirar a los que sufren. No ya la cuota a una ONG, sino una tasa obligatoria por la culpa y la indiferencia, por la comodidad a ultranza. (Ni con eso pagaríamos)

Como sigue sin mirarse a los mendigos, tal vez no te hayas dado cuenta de que cada vez más de los que piden en Madrid no paran de hablar por el móvil mientras se sientan junto al letrero que describe su miseria. Lejos de mí la idea de culparles. Sólo señalo que hasta en los mendigos se da la variedad primer mundo.
Tal vez, por eso, los que se empeñan en saltar las vallas plagadas de cuchillas, ni siquiera busquen salir del todo de la enfermedad, la muerte y la miseria. Tal vez reclamen el pequeño derecho de telefonear mientras mendigan. Les miremos o no.

martes, 16 de septiembre de 2014

au revoir les enfants


Au revoir les enfants.
Los días pasados siempre quedan. Para algunos, los días pasados deberían ser eternos. A aquellos que se van, les decimos adiós, y a partir de ahí unos quisieran que la llama siguiera en el candelero y otros querríamos ver cómo se extingue.
Caen muertos los prebostes. El patriarca Botín cae con toda su burricia consagrada por la inteligencia de hacer bueno el pragmatismo, a costa de quién o de qué sea, siempre en nombre del derecho divino y de aquella insignia que dejó antes del barroco la idea de que el nombre del hombre que acumula tesoros suponía unas prerrogativas supra divino y humano. Impuso su nombre, impuso su firma, impuso su ser. Alguien verá la grandeza de quien siendo vulgar llegara a acumular tanto poder, el ejemplo de que cualquiera puede llegar a ser un jerifalte. Bonita situación para quienes desean serlo o, más a menudo, adorar a quienes lo son. Yo, personalmente, no lo entiendo, tal vez porque más que creerme mucho me sé alguien. ¿Es esto soberbia? Es posible. Probable. Casi seguro que sí, pero es la soberbia de aquellos que nos creemos más alguien que quienes lo fueron sólo a fuerza de dividendos. No “a base de”. Nunca tuvieron más base que las que les dimos por miedo.
También se ha muerto, por cierto, el tío de El Corte Inglés. ¿Hablar de él así es hablar con poco respeto? Es muy, pero que muy posible. Cuando estaba vivo no le conocía, así que ahora que se ha muerto me parece una moda estúpida aprenderme su nombre. No sé cómo se llamaba ni me importa. No lamento más su muerte que la de cualquier jubilado de Almería o de la provincia de Cuenca, ¿por qué me habría de importar? A mi me siguen devolviendo el dinero en su tienda si algo no me vale o no me gusta, sigo mirando a aquellos dependientes atemorizados que, cerca de la jubilación, te atienden con una mezcla de maravillosa profesionalidad y de aciago temor a ser despedidos, todo junto, recordándote a un tiempo que aquí puedes comprar hasta tarde y comprar en domingo sin que a esta gente sacrificada y hermosa (me cago en quien crea que hablo en broma) le importe cuánto le duelen los pies. Y vas y compras, y encima hay quien piensa que tienes que aprenderte el nombre de ese canalla ya muerto que creó este parque temático del horror con casposísima música ambiental donde sí hay vaqueros de diferentes longitudes de pierna. Grandezas del comercio a gran escala.

Mientras mueren personas, parece que van muriendo grupos enteros, ideologías, formaciones.
Al parece la izquierda, tal como era, ha muerto por decreto. Incluso por decreto de la izquierda.
En la derecha, en cambio, sólo mueren personas. Es la vieja historia. Y con medallas. Qué peligro.
Mueren creencias, dioses, mitos, personas, entidades, unidades, nos acostumbramos a ver morir, a no enterrar sabiendo que habrán de enterrarles otros o de ser enterrados por sí mismos. Dejamos morir. Dejamos que se mueran. Nos dejamos morir.
Todo se diluye de un modo extraño.
Unos cosas no las entiendo. Otras, no las quiero entender.
El tío del Corte Inglés, sin nombre, toca la lira en mis sueños anónimos. Pero yo me echo a dormir con su música. Sus bolsas de plástico con triángulos verdes, su laberinto donde la vida no encuentra minotauros sino rebajas de semana fantástica, me llaman al olvido, a la devolución a quince días, a que en el fondo no hay riesgos y que todo está bien.