Dejad abiertas las
tumbas, que ninguna vuelva a ser una tumba anónima, una tumba más, una
indefinida, una inidentificable.
Dejad abiertas las
tumbas de Lampedusa, donde ahora, los que murieron de un modo tan trágico como
perverso y aun ridículo, pueden ser llamados italianos pese a que no llegaran a
ver Italia nunca. Son italianos porque nunca podrán molestar a los italianos, a los europeos, si no nunca lo serían. Los otros, los vivos, los desgraciados supervivientes, que
se vayan fuera a morir de hambre y que sean enterrados en otras tumbas,
abiertas o no, pero que estén muy muy lejos, tanto que no puedan olerse los
cadáveres ni el hambre.
No cerréis esas tumbas,
las de los que murieron en su tierra porque no pudieron llegar a otras tierras
donde buscaran una oportunidad que los oportunistas se apresuraban a trocar en
explotación y hasta incluso, por qué no ser sinceros, en abierta esclavitud.
Dejad que se vean los muertos que pudieron pedir una oportunidad de vida y les
fue rechazada. No las cerréis.
Dejad abiertas las
tumbas viejas, las de los que mató el fascismo directamente (porque el
fascismo, a fin de cuentas, mató y mata todavía), así no habrá que pedir que se
vuelvan a abrir, así no habrá que pasar por la vergüenza de una segunda
identificación, y por la vergüenza mayor de que un preboste vivo diga que
merecieron morir por ser rojos de mierda, y de la vergüenza aún muchísimo mayor
de que ese preboste sea de nuevo, hoy, ovacionado y ni multado, ni cesado, ni
ajusticiado de una puta vez. Dejad que si no hay posibilidad de que la memoria
se convierta en histórica, las tumbas queden expuestas para que cualquiera
pueda hasta el día de hoy tropezar en ellas. Y hasta caer en ellas si hace
falta.
Dejad abiertas las
tumbas de los que acabaron sus días fuera de un sistema que los asesinó. No ya
los alcoholizados, los asolados por la droga, que también tienen derecho a
mostrarnos sus descarnadas mandíbulas, sino también esos que pusieron fin a sus
días por verse amenazados por el desahucio inminente sin tener fuerzas para
resistirlo, los que eligieron entre la vida y la supervivencia en los cartones,
los que escaparon por la puerta grande de la decisión de muerte voluntaria a la
decrepitud de un mundo que no les acogía ni intentaba comprenderlos. Y a los
que con paciencia resistieron pero fueron alcanzados por el espectro de la
muerte prematura que acompaña siempre a la miseria.
Dejad huecos abiertos
para tumbas.
Los símbolos de los
amantes de la muerte violenta, de los que pregonan que cualquiera que se oponga
a su sistema ha de caer arrollado por las muelas de su avance fatídico, son
mirados ya con buenos ojos. Se llamen nazis, fascistas, hijosdeputa o lo que
quieras, han salido de nuevo cara al sol y son admitidos por los cachorros de
los abuelos que se hartaron a matar, a abrir y cerrar tumbas. Preparadlas,
porque hoy vendrán a por el que se signifique mucho, pero mañana lo harán por
aquel que no se signifique a favor suyo. Es su sistema. Y los que votaron a
sus amiguitos, pretextando que no sabían que esto iba a llegar tan lejos, harán
como que se escandalizan, y lo mismo acabarán cayendo de igual modo.
Dejad abiertas las
tumbas para que puedan enseñarnos sus cadáveres aquellos que dentro de poco, si
avanza lo que parece que está por venir, caerán por oponerse o tan sólo por no
colaborar. Un día vendrán a por ti, otro a por mí, y todos acabaremos siendo
llamados por los que labran las tumbas. Lo harán de un modo, posiblemente y
ojalá, sutil.
Pero están decididos a
acabar con nosotros. No me llaméis paranoico si digo que son el enemigo.
Si no con el tiro en la
nuca, será con el hambre, la desatención o la impotencia.
Si no con la
deportación, será con la necesidad de emigrar. Si no con el encierro, será con
el olvido.
Nos odian. Y no están
dispuestos a que sigamos vivos. Como mucho, podrían permitir supervivencia, que
no es lo mismo que la vida, claro está. Eso, como mucho.
Dejad abiertas las
tumbas y que no sea necesaria la vergüenza de volver a horadar la tierra entera
de España para buscar a un García Lorca o un torerillo anónimo, ni siquiera si
ello da pie a un documento tan genial como el libro “Miedo, olvido y fantasía”.
No queremos fantasear
sobre ello. No nos gusta olvidar. Tememos al miedo mismo. Dejad abiertas, pues,
las tumbas.
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