miércoles, 29 de mayo de 2013

¡a que nos recortan el verano!


No ganamos para disgustos.
Una noticia reciente ha venido a incrementar el nivel de alarma en las miras angustiadas de los ciudadanos españoles: este verano no habrá verano. Sí, ya lo sé, la frase no se sostiene, es una paradoja sin sentido, pero ya deberíamos estar habituados al nivel lingüístico de los medios informativos que, como todo lo demás, encima va a peor (sin que su notable empeoramiento parecezca importarles un comino a los responsables/irresponsables, como tantas cosas).

Aquel bienestar gratuito de los pobres que el cielo concedía, parece que este año no tendrá lugar, o que vendrá tan mermado que no merecerá ni figurar con su nombre de estación.
En cuanto vi que la nueva la daba, con una mezcla de sadismo y consternación, un gabachazo de aspecto inclemente como el tiempo que se avecina (no hablemos de los tiempos), no pude por menos de pensar que se trataba de una imposición más del Eje Franco-Teutón.
Después de recortar salarios, prestaciones, presupuestos para educación, cultura, sanidad..., después de regodearse en el pantano inhumano de las cifras de paro, de privatizar todo lo que tienen a mano a fin de que no pasen apuros aquellos señores y señores que o bien se hicieron a sí mismos con el dinero de los demás o bien lo heredaron por medios similares, viene este nuevo recorte.
El anterior, a nivel global, y esto no es broma, fue el enorme recorte de la dignidad del ciudadano, de la prestación universal del miedo constante a perder lo poco que se tenga y verse sin amparo del estado que hemos estado alimentando sin pausa pero con prisa.
Este de ahora es el recorte del disfrute mínimo, del alivio, en ciertos casos de la felicidad. Por eso no es extraño que venga también de parte de ellos, y que Marianito y sus secuaces, con tal de poner el culito a salvo de la Troika, decreten en el próximo consejo de los viernes una bajada de las temperaturas (un poco menos acusada tal vez en Cataluña) y un aumento general de la nubosidad.
Son tan catetos que, aunque el meteorólogo francés no esté a sueldo del Consejo Europeo o el FMI, lo mismo lo decretan por si acaso. A fin de cuentas, creen haber comprado a los santos encargados de proporcionar o quitar lluvia con tanto privilegio a la Iglesia Católica. Y tal vez lo refuercen subvencionando procesiones a patronos locales con el dinero que se ahorran, por ejemplo, en cultura (la de verdad: no olvidemos que para ellos el teatro es diversión y los toros un bien cultural, ese que tanto enarbolan con peineta, ¡ay, señor, y pensar que esto ya no es ni un topicazo barato sino pura realidad!).

Sería, esto del noverano, una medida económica coherente y dañina para el sur, como todo lo demás: a menos siesta más horas de trabajo, a menos chiringuito menos consumo innecesario, a menos calle menos botellón... ¡incluso menos manifestación si es que hay más lluvia!
Y el turismo, reserva económica de países pobres del sur como el nuestro, que se vaya a ciudades que lo merecen más y tienen menos visitantes, como por ejemplo Alemania, con la rasca que la caracteriza. ¿Por qué no? ¡Estaría bueno que los trabajadores de la Europa honrada y laboriosa se dejasen aquí sus dineros para ayudar a pagar los crecientes intereses de nuestra deuda, hombre!

Y cuando se les acabe la parte de imaginación destinada a chinchar, que parece ser la única que les queda, recurrirán al recorte retroactivo. Lo mismo se cumple la peor de las maldiciones: ¿a que nos quitan lo bailao?

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