Amado mío:
(Quiero creer que en
Cristo, ya que no me atrevo a esperarlo de su menos comprensivo Padre. La
Paloma no se decanta)
Estoy seguro de que tu
especulativo carácter ha captado las señales, e inmediatamente has comprendido
por qué he decidido abandonar la barca de San Pedro para arriesgarme en las
tormentosas olas de nuestra pasión (no en el sentido religioso, sino esta vez
en el más humano). ¿Tendrás la valentía de desprenderte de nuestras eternas
faldas y seguir mi camino? Sé que sí, y por eso me he atrevido a dar el paso
decisivo. Ya me delecto en nuestra vida juntos en cualquiera de esos sitios que
citaste: lo mismo me da Marbella que Yuste si tú estás a mi lado. Mi cuenta
secreta del Ambrosiano y tu pellizco suizo nos van a permitir convivir en la
más rigurosa intimidad y secretismo. Un cambio de personalidad, una villa
discreta y un selecto pelotón de guardaespaldas impedirá que el escándalo de
los que no comprenden nos alcance. Imagina si no cómo disfrutarían los que
desean tacharnos de hipócritas por haber combatido ese tipo de vida que vamos a
disfrutar unidos, sin querer aceptar que no todos los seres humanos tienen la
misma capacidad, y que lo que en el humilde y entrañable labrador sería un
pecado contra natura, en mentes filosóficas y teológicas de primer orden pasará
a convertirse en sublimación de la caridad por medio del crisol de la carne.
Digo carne y no puedo
esperar, ¡para nosotros no ha de haber ya cuaresmas!
Aquella calurosa tarde,
cuando a tu lado la plaza de Colón de Madrid pasó a transformarse en la
explanada de los desfiles de Nüremberg, asaeteados nuestros corazones por el
vuelo de las feromonas de jóvenes en cantidades superiores a miríadas,
haciéndome sentir de regreso a esa edad en que, volcado en otros muchos, vestía
mi camisa parda de las Juventudes y cantaba himnos de gloria... Aquella tarde
digo, cuando comprendí la pasión (criticable más por lo poco cauta que por su
misma naturaleza) de algunos de nuestros hermanos, esos que aplicaban, por
encima del “Dad al César lo que es del César” o el “No he venido a traer la paz
sino la guerra” el “Dejad que los niños se acerquen a mí”, en lugar de buscarla
entre sus membrudas piernas la descubrí en el fondo de tus ojos... Aquella
tarde, cuando al cortar la Hostia nuestros dedos se rozaron... Aquella tarde ya
estaba escrito mi destino, este que acabo de firmar con mi renuncia.
Sabe que mi supuesta
decrepitud es un pretexto de cara a la opinión pública. No lo tomes al pie de la
letra: tengo mucha pasión que ofrecerte todavía.
Rouco mío, Varela
deseado. ¡Cómo me gustaría saber tu nombre de pila! Temo encargar a algún
secretario que lo investigue, ya sabes cómo se me han portado estos años
últimos. En principio, fíjate en mi inocencia, creí que te llamabas Monseñor,
porque estaba seguro de que es un nombre tan común en tu España como Jóse, pero
luego me reí de mi error.
Como se dice en el
siglo, te toca mover ficha. ¡Chato!
Tuyo: JR (antes BXVI).
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