Ellos quedan, se
sientan, se insultan al parecer ferozmente, se toman luego unos aperitivos,
comen cada uno por su lado pero dándose palmaditas si se cruzan a los postres,
vuelven a la hora prevista (bueno, un poco más tarde, la alemanidad no está
integrada del todo), se abuchean, hablan del único tema que conocen (ellos
mismos, su oficio y sus actividades, aunque no hace falta ser sinceros cuando
están con micrófonos delante y la tele –por vendida que esté- retransmita en
directo sus declaraciones), dan sorbitos al vaso de agua que se adosa al
micrófono, hacen como que se irritan, terminan la jornada laboral y se van,
como cada quisque, a lo suyo.
Molón, siempre y cuando
no hicieran como que hablan de nosotros.
Si uno lee los textos
esgrimidos (perdón, la esgrima es un noble arte: esto de aquí tiene mucho más
que ver con la práctica del tirachinas), quita imágenes, algún nombre suelto
(demasiado pocos teniendo en cuanta la cantidad que se conocen), y modismos en
general, sería difícil, de no saberlo de antemano, a qué país se están
refiriendo cuando hablan de este estado de la nación.
Una nación semimediocasicorrupta
pero no mucho, con problemas pero altamente alabada, dicen por su cuenta y
porque sí, por Europa, por la Banca, por los Hinchas de la Eurocopa, por diversos
orfeones y por algún que otro agricultor extranjero que se lleva lo que no nos
quieren dar. Pocos datos, parezca lo que parezca.
Es como cuando uno mira
a dos bandas rivales que en el fondo se sienten más cercanas entre sí que a la
vieja del barrio. Nosotros somos, parece, la vieja del barrio, ellos los
chuletas de las bandas rivales (menos rivales que los de West Side Story, que
no es mucho: les basta una tragedia para unirse mientras aquí llevamos décadas
o siglos de tragedias continuas).
España, sea eso lo que
sea, no tiene nada que ver con los duetos de opereta de estos chulitos mal
entonados. Ellos siguen mirándose con un falso encono, porque se entienden de
puta madre, se miden a ver quién la tiene más larga, o incluso quién se
avergüenza menos de tenerla más corta y más fácil de vender en eso que es el
mundo, europa, la banca, el mercado, o lo que sea que nos mande (¿hay algo ya
que no nos mande mientras miramos atónitos?)
Están logrando lo que
pretenden: eso que se llamó el Estado de la Nación tiene ya menos audiencia que
un documental sobre teoría de cuerdas. Años atrás era un hit que daba vergüenza
perderse y del que todos discutíamos. Ahora el orgullo es decir no verlo. Y
ellos, tan contentos. Quieren silencio; quieren, como mucho, que les miremos
haciendo su papel de discutir.
Cada día, cada hora,
cada minuto, cuesta más ver una información cercana a la política. O una
desinformación, como en esta televisión nacional enmascarada de moderación
(eso, amiguitos, como sabéis los que hacéis los programas, no se llama
moderación: se llama colaboracionismo).
Mientras, la gente sabia,
o consciente, que no es poco, que esta harta de intentar escuchar sin que se
hable para ellos, sale a la calle. Los medios, enfadados, no les hacen mucho
caso aunque sigan siendo detenidos, golpeados, maltratados (¡¡¡se llama así,
coño!!!, por no decir torturados). Da vergüenza ver que en la portada dominical
de hoy en El Paisoe se le dediquen a las manifestaciones de ayer unas líneas
perdidas. Más interesantes son los Oscar. Eso, por no hablar de otros medios.
Y una pregunta que da
escalofríos, al menos a mí. ¿Se está acabando el tiempo de la Democracia?