Habrá que replantearse
el significado de las siglas. Uno (bueno, supongo que más de uno) ya no sabe si
esas dos pés que no son desde luego un guiño sobre un tal José, vienen a
traducirse como Partido Popular o Pinocho Patético. Desde luego, Peor Podríaser
no lo creo factible.
Cuando la derecha de
cuño democrático a regañadientes logra la absoluta (suena a algo así como la
condicional, pero es lo contrario porque los ciudadanos, ay pordiós, les han
desatado sin condiciones), la gaviota es de temer. Cuando a la involución se
aúna la inutilidad, los temblores se multiplican, y cuando la desconfianza que
provoca la mentira sistemática viene a amalgamarse con todo lo anterior, ya es
que se produce el baile de sanvito (¿corleone?: además).
Tanto es el pinochismo
gubernamental, que la dire del cole, esa alemana de falso aspecto sonriente que
más miedo da cuanto más sonríe, hace que el responsable (es un decir, porque no
sé a quién se lo parece ya) se salte por obligación el vermú dominguero y la
comida familiar para darse una vueltecita hasta Chicago, que es donde está ella
–pásese por mi despacho, ese, el gallego
de la penúltima fila-, para ponerle los cachetes colorados como a una heidi
barbuda y fuera de lugar.
Tanto es, que ahora
vienen los inspectores, como en el cole, para ver que es eso de las
mentirijillas reiteradas y aumentadas con el escándalo, barrido como se ha
podido debajo de la alfombra del estolo-hacetodoelmundo, relativo a que la
herencia no estaba por ahí, sino en casita, y que los caseros mentían como
bellacos (¿como qué más van a mentir?) guardándose las risitas en esas
autonomías que sólo les gustan cuando se les hacen feudos.
¿Habrá ahora que comprar
millones de banderitas americanas, alemanas y azulonas con estrellas? ¿Serán
los almacenes de alquiler de disfraces suficientes para abastecer a todos los
que tendremos que vestirnos de andaluces y ponernos en fila cantando para
cuando vengan los supervisores, gordos y sanos, no para que nos den algo sino
para que no se nos lleven las gallinas y el pollino, que es lo único que nos
queda?
A la gaviota le duele el
piquito, que crece y crece a cada mentira.
¡Soy una gaviota!, graznan chejovianamente Esperancita, la
Valencia y los impecables Leones de Castilla mientras tachan el suma y sigue y
luego se ríen picaruelas.
El cielo azul, azul como
lo era la camisa de papá o del abuelito, se llena de nubes y el pescado
escasea.
Todo escasea, lo malo es
que el mar y el cielo son los nuestros, no son de su propiedad.
Están a punto de
crecerles los enanos, pero es en nuestro circo.
Y ahora... ¿quién nos
pilla confesados si Rouco dice que como le pongan el IBI se va a la mierda Cáritas?
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