En el remoto caso de que
hubiera una consecuen- cia peor para la política gubernamental que la propia
política guberna- mental reflejada sobre el ciudadano, una de ellas sería la
perturbación mental a la que podemos estar sometidos.
Por ejemplo, un propio
no-jacobino puede ha- cerse jacobino en un tristrás. El llamamiento a la
violencia, o lo que es peor, de la alegría ante la contemplación de la
violencia, está a las puertas y a punto de constituirse en lugar común.
Porque, ¿no es cierto
que oyendo determinadas declaraciones de miembros del actual gobierno la
dimisión o la destitución parezcan casi indultos teniendo en cuenta el grado de
desconsideración, de falta de respeto a los gobernados, de no ya prepotencia
sino regocijo ante el carácter dictatorial de sus propias ideas? ¿No dan ganas
de atizar una o dos hostias (dios no quiera que caigamos en la tentación
antidemocrática pero tan tentadora) a más de uno, sólo por lo que se atreve a
soltar por esa boca?
A algunos les molesta
que se insulte a ese trapo llamado bandera. A mí me molesta mucho más el
insulto sistemático a los ciudadanos. La bandera, al fin y al cabo, cosa que
olvidan los que ponen el ejemplo de USA o de Francia por ejemplo, con respecto
a las suyas, la impusieron por decreto en España, prohibiendo la anterior, los
vencedores por las armas de una guerra fraticida, esa guerra y posguerra que
hay gente que considera tan lejanas que ya no valen ni para hacer películas. En
Francia o USA, pese a las disidencias, su bandera fue siempre esa, y la que la
sustituyó en Francia la anterior tendría una cruz gamada, no colores distintos.
Eso sí, lo curioso es
que se permita una manifestación en apoyo a una bandera que no muestran en su
manifestación los mismos manifestantes a no ser cubierta de pollos obsoletos o
svásticas, yugos, haces, flechas... ¿Para qué tenemos una ley de partidos?
¿Cuándo se va a prohibir que esos cafres, en mayor o menor número, puedan convocarse
para irrumpir en nuestras calles?
Lo que se dice con
respecto a la sanidad, la educación, el trabajo, la economía... va generando el
rencor que induce a desear que ellos se vieran en la difícil situación que se
ven tantos ciudadanos, o si no, mejor aún, a llevarles a bofetones a una casa
donde viva alguien a quien han retirado el apoyo por dependencia, a esperar que
cuando sus hijos enfermen no tengan la atención que necesitan ni pagando, que
tengan que sacar a sus niños de los colegios por la vergüenza, expresada en el
informe de UNICEF, de no poder pagarles el comedor.
O cosas peores. Esas que
van generando el peor de los instintos: el odio. El que hace que uno quiera ver
a un ser humano en la peor situación posible.
No sólo van a quitarnos
el bienestar, nos van a quitar la decencia. Y eso no lo quiero para mí ni para
nadie. Ni siquiera para ni contra ellos.