viernes, 9 de marzo de 2012

gallardón cambia las fechas


Ayer fue el Día de la Mujer
Unos lo denominan “de la mujer trabajadora”, otros de la mujer a secas. Puede que el adjetivo se haya ido gastando al darnos cuenta de lo raro que resulta que una fémina permanezca mano sobre mano (salvando casos de “señoras de...” con cierta edad que, idos ya los hijos y sin problemas económicos, deambulan por barrios tontos de núcleos urbanos, preocupadas ora por la calidad de las tortitas con sirope, ora por el cuidado de las pieles de animales muertos, ora por la salud de pequeños perros de edad inmemorial... o cuitas similares).
Si por algunos fuera, Gallardón en concreto y los que sonríen por si está la tele mirando, sentados tras su banquito de color azul, ayer sería la última vez que la celebración tuviera lugar el 8 de marzo. Que no se me malinterprete, por favor. No hablo de su eliminación. ¿Quién podría dudar que Don Alberto respeta, venera, idolatra, considera, quiere, aprecia y comprende a las mujeres? Él mismo, don Alberto, lo proclama... y don Alberto, como aquel tipo de Shakespeare, es un hombre honrado.
No; es una idea mejor. Ahora que está de moda por parte de sus jefes, o tal vez sus iguales, comprimir devaneos y estrechar fechas de asueto (aunque la de la mujer, desde luego, no lo sea) endosándoles puentes a los lunes, se podría resumir sin más tanta celebración, tanto homenaje, trasladando la fecha actual al primer domingo del mes de mayo. ¿Qué mejor homenaje a la mujer que equipararla con su labor de madre? No sé si madre únicamente, a ver si se va a mosquear alguna compañera de partido, pero sí principalmente

Hace poco lo dejó claro. Si se produce violencia de género cuando se impide que una mujer acceda a la maternidad, eso supone que se está atentando contra su dignidad e integridad. Ergo, en buena lógica en su sentido puro, sólo una madre es una mujer completa, digna y realizada. De algún modo da a entender, aunque nunca lo diría así alguien tan civilizado y políticamente correcto como don Alberto, que una mujer que aborta se transforma a su vez en lo que los autores del siglo de oro denominaban un aborto de la naturaleza. Algo sin acabar de lograrse, un ser que no ha alcanzado la meta para la que fue creado... creado por Dios, naturalmente.

Hay quien habla de que estos casos de destape ideológico son deslices debidos a la borrachera de mayorías políticas múltiples después de haber estado en muchos casos sometidos a permanecer en segunda división. Me resisto a creerlo, y más en el particular gallardoniano. Es cierto que entre los nervios de gobernar y la excitación de hacerlo, se han producido en sólo un par de meses algunas transformaciones. Por ejemplo, el señor Montoro ha dejado de parecer en su porte y en su voz un ratón enfermo de catarro para asemejarse a un ratonazo enfermo de hidrofobia, que Luis de Guindos no se ha caído de ninguno y nos va metiendo en un berenjenal sin complejos mientras su cara se va pareciendo cada vez más a la de un bandolero serrano, o que el cultural, educado y deportivo Wert podría ser fichado por el graciosíiiisimo Tarantino para encarnar a un líder de la Gestapo en su próxima película... Pero don Alberto no. Gallardón recibió sin duda de algún ser mítico el anillo de invisibilidad que hace que la gran mayoría no pueda ver lo que se oculta tras ese gestito de “empollón sin edad que los domingos ayuda a misa sólo para complacer a su anciana madre”.

Aunque bromee, sería un error garrafal menospreciar a don Alberto Ruiz Gallardón. Lo digo en serio. Su sentido del ocultamiento es tan interesante que podría inspirar un carácter teatral de primer orden, de esos que quedan como paradigma.
Véase que está considerado, hasta por personas progresistas, el menos conservador de entre los conservadores, el más abierto, la gran esperanza civilizada. Si el odio y envidia de sus partidarios (en el sentido de compañeros de partido) no hubiese frenado su carrera, podría haberse convertido ya en un presidente reelegido a perpetuidad.
Su trato benevolente hace olvidar sus actos. Tapa con gestos a la galería los gestos que realmente modifican y destruyen. Su corrección política oculta su desmedida ambición, igual que la campechanía de Bono oculta su mezquindad.
Quien tenga unos años y decida que me estoy sobrepasando, que recuerde con cuánta eficacia se puede destruir todo un entramado social a punto de consolidarse una vez que protagonizó el relevo de partido y se puso al frente de la Comunidad de Madrid. Mientras con una mano se ocupaba de estrechar ante la prensa las manos de elementos progresistas de la sociedad y de la cultura, habitualmente maltratados y denostados por su partido, con la que tenía a la espalda firmaba los proyectos que habrían de acabar con todo un proyecto de desarrollo y vida ciudadana y convertir Madrid en el erial cultural donde sólo ha llegado a germinar lo que algunos madrileños (y, como siempre, llamo así a los habitantes de Madrid y no a los originarios solamente) se han empeñado en mantener y regar dejándose las narices en la labor.

Llegado a Alcalde, tuvo fácil que no se echara de menos a Álvarez del Manzano, claro. Luego vendió la moto de que Madrid habría de convertirse no en una ciudad hermosa, sino en una ciudad olímpica, ya ves. Estaban los tiempos para florituras. No hablemos de la deuda que ha dejado a la capital de un país: bancarrota perpetua. El Zar Pedro se empeñó en poner en Rusia los cimientos de la ciudad más lujosa de Occidente pese a ni siquiera serlo y la llamó San Petersburgo. La crisis actual tenía que tener su pequeña ventaja: ha hecho imposible la creación de Santa Albertonia, a costa de unos impuestos y unos parquímetros dignos del sheriff de Nottingham.
Y como ya no hay juguete posible, nos deja a la simpática Botella y se va al Ministerio de Justicia, donde ya se están notando, en unos poquitos días, sus benéficas influencias.
Debo estar amargado. ¿Por qué digo esto? ¡¡Alberto es un hombre honrado!!  

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