El pasado fin de semana me robaron. A mí y a otras personas, en un bar, nos sustrajeron, como suele decirse con este eufemismo matemático semejante a la resta, varios bolsos. Creo que tuve suerte: otras perdieron dinero, documentos, llaves..., a mí se me llevaron un libro perteneciente a una biblioteca pública que tendré que reponer, algunos textos que puedo recuperar al tener copia, bolis, lentillas, cosas sueltas y unos apuntes irrecuperables sobre ciertas actividades, sobre ciertos trabajos en marcha. Irrecuperable no es lo mismo que irreparable, claro: no se trata de la pérdida del manuscrito del Beato de Liébana ni son borradores de poemas de Kavafis, sólo cosas mías. Pero jode. Supongo que os ha pasado alguna vez y sabréis que se experimenta esa sensación de impotencia, de haber sido desposeído injustamente, de que de alguna manera te han sometido a una suerte (¡menuda suerte!) de violación.
Violación de la propiedad, de la intimidad... En fin.
Luego pensé de un modo algo más amplio y me asombré ante la diferencia de lo que sentimos cuando a cada segundo del día y la noche nos roban, en contraste a cuando nos roban puntualmente. Debe ser que el roce hace el cariño, que la costumbre dulcifica el daño, porque si no es así no me lo explico. No justifico a ese ladrón, ¡que se joda por robarme cosas que a mí me valían y a él no!, pero parezco habituado al expolio continuo, es por eso que noto algo distinto cuando me sucede de una forma tan física como la de este fin de semana.
Y sin embargo sé que en cada momento, a mí y a todos, cada vez más, cada vez con más descaro, con más cinismo, con más justificaciones injustificables, nos están metiendo la mano en todos los bolsillos de la ropa y de la carne.
Nos roban el dinero, naturalmente, malpagando nuestro esfuerzo, abusando del miedo a dejar de percibir algo, restando de tan magra recompensa un porcentaje que la mayoría de las veces servirá para pagar lo que no nos gusta adquirir (religión, armamento, bienestar de la banca... para qué seguir...).
Nos roban la dignidad al hacernos más mezquinos, más cobardes, más insolidarios con quien creemos que puede acceder a tu mendrugo en lugar tuyo, más desconfiados por lo tanto. Nos la roban al tentarnos a renunciar a lo que tanto nos ha costado a nosotros y sobre todo a tantos muertos y tantos sacrificados conseguir. A empujarnos al olvido y la renuncia de lo inolvidable e irrenunciable, a desidentificarnos.
Nos roban las ganas de crear, la creencia de hasta qué punto merece la pena, si valdrá siquiera para sobrevivir, si va a interesarle a alguien escucharnos... vamos, que también nos roban a todos los apuntes, como a mí el otro día.
Suben las acciones en el mercado del robo.
Nos roban una constitución que nos costó putísimas concesiones, cesiones, tragar con un olvido que no existía, dejar en la calle y en sus palacetes a asesinos y torturadores, nos la roban si la modifican entre ellos sin consultar con nadie según lo que ordene una cierta Europa que sólo pertenece a los que la raptan, como hizo Zeus en su día y además para lo mismo: para joderla.
Nos roban la validez de unos votos que no valen igual unos que otros según la ley vigente... Pero, claro, ¿qué puede esperarse de unas elecciones celebradas en un 20-N, aniversario de la muerte de Franco y José Antonio, y con unas Cortes constituidas en martes y trece?
Quien empieza a robar, sea persona o sociedad, le coge el vicio. Todo parece fácil, y la víctima, a menudo, no opta por defenderse, ¿qué más puede pedirse?
Seguirán: nos robarán una buena parte de la cultura porque se hará impensable resistir, nos robarán la salud cuando, aunque digan que no habrá diferencia, no nos diagnostiquen un mal curable al optar por no hacernos las pruebas necesarias para detectar la enfermedad, nos robarán una buena parte de la educación cuando terminen con la moral que le queda al profesorado de la enseñanza pública, nos robarán la capacidad de elegir porque sólo podremos elegir comer o no.
Y con ello nos robarán las ganas de crecer, el anhelo de una felicidad posible, la tranquilidad imprescindible para disfrutar hasta del aire.
Podría seguir, pero esta misma tarde me han vuelto a robar. No ha sido en un bar, sino en un puesto de trabajo. Se ha llevado a cabo con toda impunidad, y según el baremo de los nuevos tiempos: como quien te hace un favor, como quien dilata el tiempo que te queda por llegar a disfrutar de la beneficencia, esa especie de caridad que se implanta donde no existe justicia.
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