jueves, 6 de julio de 2017

madrid verano metro noche

Lo mismo lo que digo cuadra a cualquier hora en cualquier estación, pero sea porque a mí el verano me pone en esa vena en que ponen los veranos o porque el metro y la noche siempre son lo que son, parece como que me fijo más. Y, por qué no decirlo, que eso del calor desinhibe y hay individuos que se lanzan a soltar por esa boca y expresar por esas actitudes lo que igual en el mes de febrero no harían, y menos a eso de las diez de la mañana. Pero vamos, que es un cromo.
Tal vez se deba a que ahora me bajo en Tribunal. Cuando me bajaba en Plaza Elíptica –viví en Usera más de cuarenta años y sé de lo que hablo, pese a que las Historias de Usera presenten el aspecto más nostálgico y sesgadamente tierno de ese barrio-, el intento primordial era llegar entero a la parada y después a tu casa. En Tribunal hay más fantasmas que en una peli de Tim Burton, pero hay que reconocer que es la mar de seguro.
Esta noche, por ejemplo. Entre semana, doce y pico nada más, ningún exceso. Ni mío, ni de horas ni de nada. Moderna civilización. En estos ambientes apacibles, en caso de que alguien te mire mal, basta devolverle una mirada que recuerde lejanamente a cualquiera de los villanos de cualquiera de las entregas de Fargo, y el aludido/a baja los párpados como una monja recatada o una pobre esclava de capucha roja del Cuento de la criada, esa clásica obra maestra de la literatura que por lo visto es preciso poner por la tele para que la peña culta se entere de que existe, ¡ay! Por ahora me funciona, supongo que algún día me partirán la cara.
Hay algo de patético y a la vez de grandioso cuando escuchas a un tío diciendo a un amigo mayor que él que tiene un proyecto aún nebuloso pero que se basa en que va a poner su corazón en el escenario (espero que no sea literal) y que la innovación es que va a hablar por medio de un micrófono (la gente debería ir un poco más al teatro).
Hay algo de irritante cuando un gallito de mal tipo intenta impresionar a dos pollitas, una de ellas italiana, contándoles que en los países que están “bajo el yugo del estado islámico” (sic) la gente encuentra ventajas increíbles como el bajo precio de los alquileres o las muy ventajosas subvenciones. De ahí su éxito, remarca. Lo mismo hasta tiene algo de razón, pero si oyeras el modo en que lo cuenta es probable que te dieran ganas de mandarle para siempre a uno de esos destinos en calidad de virgen disponible.
Luego dos tipos indescriptibles que sin embargo te resultan familiares, juegan asiento frente a asiento con un mismo móvil que van pasándose de mano en mano jugando una jugada de ajedrez. Lo escalofriante no es la jugada, ni el ajedrez ni el móvil, sino pensar, fijándote en su aspecto, que en cualquier momento pueden sacar una radial de una bolsa que está a sus pies y acabar con la mitad de los viajeros.

Y al final, lo importante: esos que se ve que esta noche van a darse algo más que un beso, la que viene de currar horas y horas pero va a dormir por fin; la gente, sin más, la gente, y que hace que te quedes solo con una sonrisa en lugar de con una sensación de apocalipsis una vez que te bajas de ese metro y te vas a tu casa.

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