Ahora que se nos va
yendo este año con su carga de muertos (esos puntos de referencia, patrimonios
de la humanidad y la cultura a los que admirábamos y admiramos aún; esos otros
anónimos que cayeron víctimas de una violencia indiscriminada y ciega; esos otros,
que se cuentan por miles, que es fácil considerar tan sólo como números en
negativo: refugiados, los niños de la guerra, tantas bajas civiles...), ahora
que algún cronista, lúcido pero ojalá que no acertado, añade a estas muertes la
de la esperanza de una nueva -o no una, sino varias- forma o formas de entender
la labor de hacer política, ahora que los fascismos son más que una amenaza...
Ahora, mira por dónde, voy y me encuentro con una de esas anécdotas terribles
que en el fondo no lo son -son mucho más- y me quitan otro poquito de aire, y
de paso se hermanan con todo lo anterior.
Empecemos por asumir que
la inmunidad es una moneda corriente entre los influyentes de este mundo.
Influyentes políticos, económicos, sociales... Que la justicia no es igualitaria
y todo eso que ya sabemos al respecto. La medida más eficaz parecería el
escándalo, siempre que supusiera un desprestigio... Siempre que supusiera...
Lo voy a dejar ya e iré
directo al grano: Veinte siglos después de las luchas en Roma, no hay mejor
dispensa que ganarse a la masa por medio de ser un gladiador. El circo es un
estadio y los reciarios futbolistas, pero viene a ser lo mismo.
No sé si es ilegal que
tu ídolo se lleve tu dinero, ya que no lo declara, a un paraíso fiscal. Te hace
más pobre. Entiendo que sus goles, las victorias del equipo, te consuelen en
parte de los derechos que te roba: tu subsidio, tu pensión, tu sanidad, la
educación de los tuyos, tu cultura... Pero te roban ellos mismos, los que
aplaudes, esos con los que no te importa quedarte ronco. Y lo bonito, lo
curioso, lo sangrante, es que no te importa un pijo.
Ningunas noticias
desaparecen tan pronto de la prensa y los medios, incluso de las redes, como
los escándalos que rodean al mundo del deporte, especialmente el fútbol. Ni políticos
ni jueces gozan de tan suave silencio, tan reconfortante impunidad. Puedes
celebrar el balón de oro que le dan al tío que te roba -no a ti, imbécil- el
mismo día que publican que te roba. De todos modos la noticia se borrará por un
consenso que está más allá de los partidos, las tendencias o las ideologías, si
es que hay de eso. Y si la cosa va más lejos, harán una campaña en que apoyes
al ladrón diciendo que eres, que todos somos, para más inri, como él. Y algunos
de esos ladrones se lucirán durante el tiempo navideño visitando hospitales
infantiles y dando una propina.
Este año hemos llegado
al punto límite de esto. Parece no importar. No importa, en realidad, sea cual
sea tu tendencia. Ya ni siquiera importa si te gusta o no el fútbol: es mejor no
hacer ruido.
Se podría suponer que el
alirón a los ladrones se vería sustituido por un abucheo general de las gradas
cuando sale el delincuente a la arena... pero no.
Me empieza a dar un poco
de miedito, la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario