miércoles, 23 de noviembre de 2016

¿quién eres tú para perdonarlas?

Es probable que el mundo esté gozando del mejor pontífice católico posible en estos momentos (el Papa, vamos). Parece un ser humano, suelen resultar creíbles sus manifestaciones de empatía con los necesitados, no lame el culo a la superélite, o al menos no lo hace de palabra, ni se empeña en halagarlos (aunque su palacio, su vestuario, el pomposo estilo que caracteriza su protocolo, sus viajes y supongo que sus cenas y comidas no estén muy cercanos al modelo de aquel Francisco de quien quiso heredar el nombre, eso no lo puede negar lo diga quien lo diga), pero sus contradicciones siguen siendo las mismas de su Iglesia.
Porque ahora ese Pastor da permiso a sus sacerdotes para que -si quieren, si no no-, perdonen a las mujeres que han sufrido un aborto. Lo de "sufrido" lo digo yo porque creo que es así, me consta que supone un sufrimiento para la mujer que se ha visto obligada a pasar por ello, nunca consiste en una distracción alternativa para esos días en que no se encuentra nada mejor que hacer; lo digo yo, no ellos, que lo califican de "pecado de aborto": se da permiso -repito, si es que quieren, si no no- de absolver a las pecadoras que hayan abortado sin tener que pedir permiso previo a un Obispo.
Esto, que era una oferta temporal para celebrar el Jubileo, se amplía indefinidamente. El Black Friday del aborto se ha convertido no ya en las rebajas de verano y en agosto más ventajas, sino en una oferta vitalicia, al menos mientras él sea el dueño de la tienda. (¿Debería escribir "Él" ya que representa a Dios en la Tierra?)
Como a mí, que no puedo abortar, ese señor me conceda permiso para ser perdonado por algo, la vamos a tener.
Y como digo, no hablo siquiera del exnazi ni del polaco anticomunista que le precedieron, sino de este caballero de habla hispana que quiso eliminar los números romanos que seguían a su nombre de pila elegido.
Lo mismo es que el problema es la Iglesia. Lo mismo es que el problema son todas las Iglesias. Puedo respetar a los creyentes, pero no tanto a los que se pliegan a la disciplina de una jerarquía política que se disfraza de religión. Ni siquiera a los que aceptan el cargo del papado, como él, para intentar cambiarlo desde dentro sin cambiar de prepotencia ultraterrena.


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