Es probable que el mundo
esté gozando del mejor pontífice católico posible en estos momentos (el Papa,
vamos). Parece un ser humano, suelen resultar creíbles sus manifestaciones de
empatía con los necesitados, no lame el culo a la superélite, o al menos no lo
hace de palabra, ni se empeña en halagarlos (aunque su palacio, su vestuario,
el pomposo estilo que caracteriza su protocolo, sus viajes y supongo que sus
cenas y comidas no estén muy cercanos al modelo de aquel Francisco de quien
quiso heredar el nombre, eso no lo puede negar lo diga quien lo diga), pero sus
contradicciones siguen siendo las mismas de su Iglesia.
Porque ahora ese Pastor
da permiso a sus sacerdotes para que -si quieren, si no no-, perdonen a las
mujeres que han sufrido un aborto. Lo de "sufrido" lo digo yo porque
creo que es así, me consta que supone un sufrimiento para la mujer que se ha
visto obligada a pasar por ello, nunca consiste en una distracción alternativa
para esos días en que no se encuentra nada mejor que hacer; lo digo yo, no ellos,
que lo califican de "pecado de aborto": se da permiso -repito, si es
que quieren, si no no- de absolver a las pecadoras que hayan abortado sin tener
que pedir permiso previo a un Obispo.
Esto, que era una oferta
temporal para celebrar el Jubileo, se amplía indefinidamente. El Black Friday
del aborto se ha convertido no ya en las rebajas de verano y en agosto más
ventajas, sino en una oferta vitalicia, al menos mientras él sea el dueño de la
tienda. (¿Debería escribir "Él" ya que representa a Dios en la
Tierra?)
Como a mí, que no puedo
abortar, ese señor me conceda permiso para ser perdonado por algo, la vamos a
tener.
Y como digo, no hablo
siquiera del exnazi ni del polaco anticomunista que le precedieron, sino de
este caballero de habla hispana que quiso eliminar los números romanos que
seguían a su nombre de pila elegido.
Lo mismo es que el
problema es la Iglesia. Lo mismo es que el problema son todas las Iglesias.
Puedo respetar a los creyentes, pero no tanto a los que se pliegan a la
disciplina de una jerarquía política que se disfraza de religión. Ni siquiera a
los que aceptan el cargo del papado, como él, para intentar cambiarlo desde
dentro sin cambiar de prepotencia ultraterrena.
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