lunes, 25 de enero de 2016

refugiados: bienvenidos, ¿a dónde?

Ahora que nuestra política nacional postelectoral parece empeñada en mostrar la enorme torpeza y zafiedad de los votados, tal vez debamos volver la vista hacia los sucesos que realmente importan y a los que silencia tanto cacareo:
Sigue muriendo gente a manta por llegar a este supuesto primer mundo, y los que llegan son tratados como mierda mal recibida.
Ya no es primera plana, ya no va en titulares que siga muriendo gente, ni que miles y miles vaguen como fantasmas de la injusticia de un lado para otro sin saber dónde acogerse, ni que los pocos acogidos parezcan más reclusos que rescatados; la noticia que más me impacta es que la noticia ya no está de moda, que no es casi noticia, con lo que tenemos carta blanca para pasar por encima sobre ella, darla por sabida, y dejar de conmovernos (no digo ya indignarnos, que sería lo mínimo), aceptar que "las cosas son así" e incluso llegar a engañarnos con la idea de que los "responsables" (¡¡¡¡¡!!!!!) de solucionar el problema siguen estando en ello.
Tienen el mal buen gusto de no enseñarnos ya niños muertos, ni decirnos sus nombres, que con uno bastó, parece (para muestra un botón, y si el botón se cae la chaqueta queda desabrochada y no pasa nada, chaquetas muertas al fin); dan cifras por encima pero nunca en portada. Mejor no saber, mejor no mirar, ya hemos pagado todos vertiendo una lágrima suelta hace meses por un niño caído de boca, bocabajo en una playa: se supone un precio alto para este primer mundo tan poco predispuesto al dolor real, que así da por pagada la deuda de muerte, sal y ahogo: la factura del horror se pagó en unas horas sueltas de lástima en días ya pasados, ¡nadie puede culparnos, demasiado hemos sufrido mirando lo inmirable!
A este bendito país que parecía gustoso de acoger refugiados, y que puede que siga estándolo en parte, han llegado menos que dedos tenemos entre manos y pies. Anécdotas de algunos maltratados por la zancadilla de una estúpida fotógrafa de prensa que acabaron siendo acogidos (y me alegro), y poco poco poco más. Nada o casi nada en realidad.
Yo pido que no muera la buena voluntad. No soy quien para pedir, pero lo pido. Que no nos venza la campaña que busca mostrar que nos enfrentamos a gente peligrosa en su mayoría: asaltantes de mujeres, terroristas emboscados, hambrientos que se hacen pasar por víctimas de guerra (¡qué grave esto último, ¿verdad?!). Sucesos aparte (¿y quién no habría de esperar excepciones infames, si es que hablamos en serio de un problema tan serio y tan profundo?), tomar la parte por el todo siempre ha sido muy injusto. Para eso hay leyes -férreas leyes, a veces muy muy férreas- de las que no hacemos más que presumir. Que se apliquen, pero sin salpicar al inocente, que no justifiquen el rechazo hacia lo que tememos que nos contamine con su olor, su presencia, y, sobre todo, su dolor. Ese dolor intenso, sordo, mudo, que da ya tanto miedo que no queremos ni mirarlo, ni verlo, ni escucharlo....

Sigue habiendo cadáveres en las arenas, en las playas, en los botes, en los barcos, frente a tu casa...

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