miércoles, 28 de diciembre de 2016

alirón a los ladrones

Ahora que se nos va yendo este año con su carga de muertos (esos puntos de referencia, patrimonios de la humanidad y la cultura a los que admirábamos y admiramos aún; esos otros anónimos que cayeron víctimas de una violencia indiscriminada y ciega; esos otros, que se cuentan por miles, que es fácil considerar tan sólo como números en negativo: refugiados, los niños de la guerra, tantas bajas civiles...), ahora que algún cronista, lúcido pero ojalá que no acertado, añade a estas muertes la de la esperanza de una nueva -o no una, sino varias- forma o formas de entender la labor de hacer política, ahora que los fascismos son más que una amenaza... Ahora, mira por dónde, voy y me encuentro con una de esas anécdotas terribles que en el fondo no lo son -son mucho más- y me quitan otro poquito de aire, y de paso se hermanan con todo lo anterior.
Empecemos por asumir que la inmunidad es una moneda corriente entre los influyentes de este mundo. Influyentes políticos, económicos, sociales... Que la justicia no es igualitaria y todo eso que ya sabemos al respecto. La medida más eficaz parecería el escándalo, siempre que supusiera un desprestigio... Siempre que supusiera...
Lo voy a dejar ya e iré directo al grano: Veinte siglos después de las luchas en Roma, no hay mejor dispensa que ganarse a la masa por medio de ser un gladiador. El circo es un estadio y los reciarios futbolistas, pero viene a ser lo mismo.
No sé si es ilegal que tu ídolo se lleve tu dinero, ya que no lo declara, a un paraíso fiscal. Te hace más pobre. Entiendo que sus goles, las victorias del equipo, te consuelen en parte de los derechos que te roba: tu subsidio, tu pensión, tu sanidad, la educación de los tuyos, tu cultura... Pero te roban ellos mismos, los que aplaudes, esos con los que no te importa quedarte ronco. Y lo bonito, lo curioso, lo sangrante, es que no te importa un pijo.
Ningunas noticias desaparecen tan pronto de la prensa y los medios, incluso de las redes, como los escándalos que rodean al mundo del deporte, especialmente el fútbol. Ni políticos ni jueces gozan de tan suave silencio, tan reconfortante impunidad. Puedes celebrar el balón de oro que le dan al tío que te roba -no a ti, imbécil- el mismo día que publican que te roba. De todos modos la noticia se borrará por un consenso que está más allá de los partidos, las tendencias o las ideologías, si es que hay de eso. Y si la cosa va más lejos, harán una campaña en que apoyes al ladrón diciendo que eres, que todos somos, para más inri, como él. Y algunos de esos ladrones se lucirán durante el tiempo navideño visitando hospitales infantiles y dando una propina.
Este año hemos llegado al punto límite de esto. Parece no importar. No importa, en realidad, sea cual sea tu tendencia. Ya ni siquiera importa si te gusta o no el fútbol: es mejor no hacer ruido.
Se podría suponer que el alirón a los ladrones se vería sustituido por un abucheo general de las gradas cuando sale el delincuente a la arena... pero no.
Me empieza a dar un poco de miedito, la verdad.



miércoles, 23 de noviembre de 2016

¿quién eres tú para perdonarlas?

Es probable que el mundo esté gozando del mejor pontífice católico posible en estos momentos (el Papa, vamos). Parece un ser humano, suelen resultar creíbles sus manifestaciones de empatía con los necesitados, no lame el culo a la superélite, o al menos no lo hace de palabra, ni se empeña en halagarlos (aunque su palacio, su vestuario, el pomposo estilo que caracteriza su protocolo, sus viajes y supongo que sus cenas y comidas no estén muy cercanos al modelo de aquel Francisco de quien quiso heredar el nombre, eso no lo puede negar lo diga quien lo diga), pero sus contradicciones siguen siendo las mismas de su Iglesia.
Porque ahora ese Pastor da permiso a sus sacerdotes para que -si quieren, si no no-, perdonen a las mujeres que han sufrido un aborto. Lo de "sufrido" lo digo yo porque creo que es así, me consta que supone un sufrimiento para la mujer que se ha visto obligada a pasar por ello, nunca consiste en una distracción alternativa para esos días en que no se encuentra nada mejor que hacer; lo digo yo, no ellos, que lo califican de "pecado de aborto": se da permiso -repito, si es que quieren, si no no- de absolver a las pecadoras que hayan abortado sin tener que pedir permiso previo a un Obispo.
Esto, que era una oferta temporal para celebrar el Jubileo, se amplía indefinidamente. El Black Friday del aborto se ha convertido no ya en las rebajas de verano y en agosto más ventajas, sino en una oferta vitalicia, al menos mientras él sea el dueño de la tienda. (¿Debería escribir "Él" ya que representa a Dios en la Tierra?)
Como a mí, que no puedo abortar, ese señor me conceda permiso para ser perdonado por algo, la vamos a tener.
Y como digo, no hablo siquiera del exnazi ni del polaco anticomunista que le precedieron, sino de este caballero de habla hispana que quiso eliminar los números romanos que seguían a su nombre de pila elegido.
Lo mismo es que el problema es la Iglesia. Lo mismo es que el problema son todas las Iglesias. Puedo respetar a los creyentes, pero no tanto a los que se pliegan a la disciplina de una jerarquía política que se disfraza de religión. Ni siquiera a los que aceptan el cargo del papado, como él, para intentar cambiarlo desde dentro sin cambiar de prepotencia ultraterrena.


viernes, 11 de noviembre de 2016

de un negro al ku-klux-klan

En una de las primeras, tal vez mejores, historias de Stephen King titulada "La zona muerta" -que después llevara Cronenberg al cine y en la que Christopher Walken se enfrentaba a Martin Sheen-, el primero, dotado de visión premonitoria por medio del contacto físico, "habilidad" adquirida a raíz de un accidente que le sumiera en coma, descubre al dar la mano a un candidato a presidente que el mandato de éste sería literalmente catastrófico para su país y para el mundo. Se impone a sí mismo la obligación de impedir su triunfo por todos los medios, recurrir inclusive al atentado (el típico supuesto moral de "si hubieras podido matar a Hitler antes de que llegara a convertirse en un peligro...", ya se sabe). En fin, para resumir: cuando ante la desesperación de no hallar otro medio el héroe visionario amenaza al candidato con un arma durante uno de sus mítines, éste se parapeta tras un niño, mostrando así su catadura moral y quedando completamente desprestigiado ante su audiencia y hundida su carrera política.
Bien. Veamos. Corría el año 83 (entre entonces y hoy quizá sólo difirieran las formas -que es un modo de verlo- o la mentalidad -que es un modo de pensarlo-). En esa historia, el personaje que parecía ser honrado, que se vendía ante sus electores como un hombre volcado al bien de su país (aun con un grado muy norteamericano de nacionalismo), caía en la desgracia, en el desprestigio, en la vergüenza, al mostrarse inmoral...
Hace nada ha sido electo un individuo que declara que si hubiera cometido un asesinato en la quinta avenida ante el numeroso público que la frecuenta, rodeado de testigos, no perdería un voto. No ha matado a nadie (al menos todavía, que se sepa) pero ha sido elegido a pesar de sus palabras. Esas y otras. Así que lo mismo tenía razón.
Si traje a colación la historia de King no fue para ampararme en el concepto de que cualquier tiempo pasado fue mejor, sólo en ver que hasta la inocencia, esa presunta inocencia que confiaba en la honradez como un valor de ley, ha sido pervertida a día de hoy. Y en la calle. Y en público. Ante el mundo. En pelotas en medio del asfalto.
Antes de que estas elecciones nefastas de los USA se llevaran a cabo, oí decir a un analista político que para nada parecía tonto, en un programa de la Sexta (qué milagro) que el fenómeno Trump (y lo dijo en un momento en que nadie confiaba en su victoria) revelaba la verdad amarga de que, aunque no se quiera ver, un conjunto importante de los ciudadanos de ese país pensaban exactamente como él. Dejando aparte la decepción ante el sistema, que es verdad, dejando aparte que identificaran a Clinton como la representante de una artrosis acartonada, que será verdad también, la triste realidad es que ese tipo de pelo imposible llamado Donald Trump había dicho en voz alta lo que no dicen ellos pero piensan. Los que han encontrado oxígeno al oír expresadas esas opiniones que a muchos nos parecen vergonzosas, pero que estaban allí, tapadas por el pudor ante una forma de expresión políticamente correcta pero impuesta.
Dejemos de engañarnos de una vez en USA, en España, en Europa. La gente puede ser ignorante, pero no tiene por qué ignorar lo que en realidad desea. Y lo que desea en estos momentos de crisis un sector muy muy amplio de la población es algo terriblemente perverso.
Bertolt Brecht basó su obra en algo que no siempre se ha sabido comprender: fue revolucionario por contarnos, no que los pobres eran buenos y los ricos eran malos, como parecía corresponder a un buen comunista tópico, sino, siendo visionario, progresista y honrado, que la miseria, las crisis, la corrupción y el desorden no producen sino miseria moral, que la gente se hace mala en malos tiempos, que si hay que buscar la justicia es para que lo peor del ser humano no caiga en la dura tentación de aflorar en todo su macabro esplendor. Él lo sabía muy bien: vivió en propia carne la génesis y el desarrollo del nacionalsocialismo alemán.
Se emplea con mucha generosidad la palabra populismo para tapar el término real: fascismo.
El término populismo ha llegado a ser tan empleado, tan mal empleado a veces, tan manoseado, que ya no significa nada, ha pasado a ser un lugar común de desprestigio casi tan socorrido como el término "imbécil" o "sinvergüenza". Me gustará hablar de esto en otro momento, muy pronto..., pero ahora estaba en otra cosa.
Lo que quiero decir hoy es que, si se pretende hacer mejor el mundo, no hay que cegarse en que el mundo es necesariamente bueno y todos sus individuos nos desean el bien, que el problema es que son un poco tontos o les han educado regular. No. Hay gente deseando hacer el mal. Hay gente deseando vengarse de sentirse ninguneada o apartada. Y un buen puñado de esa gente, quiera dios o quien sea que no el mayor, no volverá su ira hacia los magnates, hacia los Trump, hacia los poderosos -por la simple razón de que desearían estar en su lugar por encima de quien fuera-, sino hacia los refugiados, hacia las víctimas, hacia los desprotegidos... Temen, y no es para menos, que si esa gente un día se lo pensara bien vendría con sus cuchillos preparados, sus azadones preparados, para cortarles la cabeza... para cortarnos la cabeza.
Los manifestantes contra Trump tienen razón, pero deberían plantearse que sus enemigos no son solamente las fuerzas represoras, sino sus vecinos, los votantes de Trump.
Y encima en la época de la exaltación de la bastedad, de lo grosero, de lo zafio, de lo casposamente obsceno: una época representada perfectamente por un tipo de televisión que produce, para pretender vender (y lo consiguen), numerosos productos para gentuza realizados por gentuza. Lo pienso así, y no me retracto. Por eso la gentuza acaba votando a la gentuza: como ve de forma masiva sus productos.
Pero en fin, el caso es que la gente está harta de decepcionarse. Obama es posible que fuera, como se dice ahora, un magnífico presidente, pero algunos pensaron un vuelco cuando fue candidato, creyeron que "se podría". Se han hecho cosas, claro, pero el sistema es el sistema, la sustituta al final fue Clinton y Guantánamo sigue abierto. Ese "sí se puede" abarcaba muchas cosas que no se pudieron.
Pareció un milagro, creo que lo fue, que un negro llegara como presidente a la Casa Blanca. Cuatro años después, ha ganado el Ku-Klux-Klan.

¡Qué cosas ¿no?!

domingo, 30 de octubre de 2016

santidad del votante

Si de verdad atendiéramos tan sólo a nuestro instinto -me refiero al menos a algunos humanos entre los que me incluyo-, no sólo dejaríamos de votar, sino que asaltaríamos con un placer salvaje las sedes de los partidos y nos complaceríamos en manchar de tarta, mahonesa u otros líquidos menos respetuosos las caras no sólo de sus líderes sino de toda la camarilla que les lame. Y con todo derecho, se podría añadir.
No solamente por aquello -asimilado por costumbre a su estructura roñosa-, de la lucha y la ambición por el poder, del papel asignado a dirigentes que nunca fueron más que nadie, de la jerarquía habitual que sustituye la eficiencia, de tanta imagen absurda exigida por los medios, de tanto abstruso cuento de completar la frase -apostillar se llama- sin crear ninguna frase al fin y al cabo, para al fin no hacer nada o limitarse a hacer lo mismo que se supone que debería resultar por ya sabido y que nunca resulta más que para unos pocos privilegiados, y ni siquiera a su total satisfacción.
Partiría sus sedes como quien mete el cuchillo en un pastel -cuando no en una víscera-, me reiría de sus frases retóricas que no son más que frases -y ni siquiera buenas-, y en caso de dejar vagar mi mente sin tapujos no dudaría en llegar a desenlaces que no son como para figurar en los proyectos de ninguna persona decente o casi tanto: de esos que si se nombran rebasan el margen exigido de lo que se ha dado en llamar política correcta (ese feo sustitutivo de lo que siempre fue, sencillamente, la buena educación).
Rompería, insultaría jacobino, todo lo que merece ser rasgado. Lo haría... pero sólo en mis sueños, porque soy al fin y al cabo eso que se ha dado en llamar (yo suponía en tiempos inocentes que era una hermosa definición) un ciudadano. ¡Me gustaría tanto pensar que es lo mejor que puede ser alguien, cualquiera, que convive con sus vecinos, amigos, rivales sin fractura, compatriotas...! ¡Inocente de mí!
Pero tras declarar esta furia incendiaria y tan alegre... yo volveré a votar cuando nos toque hacerlo. ¿Será porque soy tonto? Puede ser (yo no lo creo). Me cabreó cuando un amigo, o por mejor decir un compañero, expresó en una red social su orgullo tras abstenerse en las últimas elecciones de esta serie maldita. Expresó su derecho a la desilusión. Es ese un derecho incuestionable, pero no sus consecuencias. Los que nos sumen cada vez más en la desilusión no se abstienen jamás, y dado que además esa injusta legislación que atiende al reparto de los votos, y que algunos se han olvidado de reivindicar modificar -porque piensan que les puede ser de cierta utilidad en ocasiones, pese a que cuando estaban en las calles dijeran lo contrario- les servirá para adquirir ventaja, no se la quiero dar con mi abstención.
Votaré como un santo cada vez que se tenga que votar. Del mismo modo que la desilusión ante la vida no me arrastra todavía al suicidio, la política no me inclina del todo a la abstención. A ver cuánto me dura esa tendencia (ambas).
Los partidos, de cualquier modo, está visto que no tienen que ver con la política. La política, mientras no se desautorice del todo a los griegos, se refiere al gobierno de la polis. pero lo que se ve no corresponde a nada semejante. El medio es el mensaje. McLuhan acertó también en esto: la política vista desde los partidos son los partidos en sí y no son nada más, su dinámica se basa en aumentar o disminuir el número de sus representantes, no a lo que representan. Así nos va.
A ver cuánto nos dura la aureola al votante o la votante. La aureola de santos, me refiero.

domingo, 4 de septiembre de 2016

mañana le abriremos

Tenía pensado poner al final, pero voy a poner al principio, el inmenso, lúcido, valiente (como siempre en él) y apropiado a cada momento soneto de Lope que no se me quita de la cabeza con este festival del aniversario de la pobre criatura (lo digo completamente en serio, sobre todo esa palabra terrible: "criatura") que tuvo la buena o mala suerte (qué más da después de muerto) de convertirse en símbolo del horror de todo un fenómeno centrado en la huida del horror y de la guerra que algunos llaman putamente emigración y que debería llamarse abiertamente "no nos dejéis morir así sin más". Ese pobre niño que provoca que un año después se diga que nada ha cambiado cuando eso no es verdad: la dosis del horror se ha estabilizado en un acontecimiento llamado indiferencia. Sólo las víctimas se han multiplicado, la indiferencia se convierte en una especie de constante matemática.

El caso es que Lope, aunque no supiera nada sobre Siria o aledaños, y se refiriera al sentimiento religioso católico y cercano, hablaba de la insensibilidad, del miedo a la aceptación de la miseria, del miedo a la caridad sin disfraces en estos catorce versos:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Todos sabemos por qué ellos, los que insertan sus dedos entre los rombos de las alambradas intentando traspasarlas, "procuran nuestra amistad": no es, como algún imbécil dice, la admiración por los valores occidentales, sino la esperanza de una futura vida digna (soñando con que ese futuro no esté demasiado lejos del presente), e incluso, de un modo menos ambicioso y más inmediato, la pura supervivencia de ellos o al menos de sus hijos. Llaman por eso a nuestra puerta, esa que no se abre nunca.
Para intentar lograrlo, pasan noches del invierno, y del destierro, a escuras.
Nuestras entrañas, y Lope lo sabía ya, son duras, porque no abren la puerta a los de afuera, y el verdadero horror se desvela cuando al final del soneto no cambia la actitud, sino sólo el sentido del arrepentimiento, la forzada empatía -que diríamos ahora-, sin cambiar en absoluto el modo de reaccionar a lo que vemos y tenemos enfrente de nosotros.
La caridad, si es ocasional, es fácil ejercerla desde ahora. La justicia siempre es para más tarde. Tanto que no se sabe cuándo llega ni si llega. La justicia, y Lope lo sabía, siempre puede posponerse mientras la conciencia reconozca ser culpable.
Por esto mismo, a veces me da la impresión de que esos aldabonazos a nuestra conciencia, sea hace un año o más recientemente la de otro niño herido en la ambulancia en una actitud más terrible (para mí) que la muerte, sirvan para lo contrario de lo que deberían provocar. Lo mismo estamos recibiendo agradecidos la ración que necesitamos para sentirnos "empáticos", para sentirnos, en todo caso, "buenos", como cuando se ejerce una caridad ocasional o se firma desde casa un manifiesto. Quizá es la medicina que sirve para conformarnos, para no reaccionar. Nos hace sentir "buenos" porque hemos llegado hasta las lágrimas, porque nos "solidarizamos" desde casa para poder seguir mirando series sin sentirnos culpables. "No hay nada más que hacer".
Mientras, ejercemos la soberbia del protagonismo. Me parece un desprecio a la víctima llevar la empatía hasta el límite de la identidad. ¿Qué es eso de "todos somos"? ¿Eres una víctima del terrorismo? ¿Eres su familiar? ¿Eres un niño muerto en una playa o un adulto sin futuro después de haber logrado hacerse especialista en su oficio sin poder ejercerlo, eres un anciano que ha vivido una vida entera para nada sabiendo los pocos días que le quedan sintiendo que su vida no ha valido para lo que supuso, o eres una mujer embarazada que calibra si está concibiendo un desgraciado más, o un adolescente con esperanzas rotas dispuesto a llevarlas a cabo a cualquier precio, o eres un ser cansado, o una viuda reciente sin estar preparada para lo que suceda a posteriori, o alguien solo en la tierra de nadie que es nuestra y no de ellos ni de nadie que se aventure cerca, o eres cualquiera de esos seres desesperados que se aferran a una esperanza sin saber a qué distancia está la muerte?
Por favor, intentemos dejar aparte tanta frivolidad. Sé que no es fácil. Somos una sociedad basada en la frivolidad, y no estoy bromeando, creo que es así, y creo que quien no se apunta a ella está de algún modo fuera del futuro, lo que es todavía más triste.
"Todos somos". ¿sólo las víctimas?
¿Podríamos pensar por un momento en que "todos somos" si no los verdugos sí los responsables?
¿Y qué hacer aunque lo veamos claro? Todo lo que se pueda hacer son gotas en un mar enorme. Pero no me importaría gotear. Y si alguien sabe cómo hacerlo mejor, que me diga cómo hacerlo.
Mañana responderemos, como ayer, que mañana abriremos a ese algo que nos ahoga, que nos taladra la conciencia, para lo mismo responder mañana cada uno de los días.
Empecemos a pensar cómo se puede abrir. Cómo poner el pie en la puerta para que no se cierre más, si es que vemos posible algo más ambicioso.
Si es posible, lo que sea posible, digamos adelante.