Dicen que “it’s a pity”,
dicen que es una lástima... ¡hijos de puta!
Dicen que hay
setecientos, nada más, setecientos muertos. Si fueran mil o si fuesen catorce
cada muerto, de cualquier modo, estaría muerto.
Ellos, esos, los otros, los
ya muertos, vinieron buscando un paraíso que no existe. No sé quién se lo habrá
prometido. Tal vez los mismos que permiten que se mueran, que se pudran, que se
fundan... Tal vez los mismos que les cobran por morir o los que miran a otra
parte mientras cobran por cada uno de los muertos.
Creo que los mismos que
prometen son los que matan, que los mismos que mienten con una falsa
recuperación son los que crean esperanzas, que los mismos que crearon la crisis
se aprovechan de la crisis.
Creo que los tiempos
cambian pero los asesinos son los mismos.
Sus ejecutores, también.
Sus cómplices, también.
Los que no disparan, los
que no venden pasajes de muerte, son también asesinos si es que hay complicidad.
Hasta la de la pena.
Hay muertos, parece, de
una categoría mayor y muertos de menor categoría.
Estos setecientos, por
lo que parece, son de saldo.
Supongo que nadie
responderá ni por uno de los setecientos.
Se dirá que cada muerto
de hambre es responsable de su muerte: que debiera haber sabido medrar o ser
mejor.
A veces, por no estar en
un bando equivocado, da un poco de vergüenza no estar muerto.
No me quiero morir. Hoy,
al menos, no.
Pero me da vergüenza
estar al otro lado.
El de los que contamos
el vergonzoso número de muertos.
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