“Voy a estar ahí porque
se lo debéis a papá”.
Esta podría ser la frase
inicial del discurso de la coronación del nuevo rey.
El título es Felipe VI.
El apodo se lo pondrá la historia, y con ello la historia nos contará qué tal
le fue. Alguno fue El Deseado (el deseo y la realidad, lo sabe no sólo Cernuda,
son dos cosas a menudo diferentes). Hubo varios El Bravo, varios El Fuerte,
algún El Impotente (las crónicas se cortan mucho menos que los llamados medios
de comunicación), de vez en vez el Sabio o el Gordo, y nunca sabremos si esos
apelativos responden con justicia a quienes los ostentaron o sufrieron.
Lo de Felipe VI el
Cuestionable viene dado por la fase que marca el inicio de su reinado. No es
nada personal. Ni siquiera negocios. Perplejidad, como mucho.
A saber si será el
Protector o el Cantamañanas. Cuestionable porque está tan cuestionado que
tienen que saltarse la ley para intentar hacernos creer que la ley ha de
mantenerse. Porque lo meten a presión cuando una buena parte del pueblo se
pregunta por qué elegir a una presentadora de informativos de Urdaci como
esposa es baremo suficiente como para subirse a un trono. En fin, el corazón,
una cosa llamada tradición que ya no se creen ni las casas regionales, y alguna
tontuna más, mandan.
Dentro de las tontunas,
la conveniencia, claro. De los que apelan a esa cosa que no tiene nada que ver
con la monarquía en el fondo, pero sí con el inmovilismo, y que se llama
continuidad.
Mejor no meneallo,
piensan. Ni esto, ni nada. Que como se empiecen a destapar contenedores,
empezará a verse que no todo estaba preparado para reciclar como nos habían
dicho.
Vuelvo a reciclar: “Voy
a estar ahí porque se lo debéis a papá”.
Dicen que papá, ese que
no tiene apodo aún (¿Juan Carlos I, el Cazador; Juan Carlos I, el Oportuno;
Juan Carlos I, el Superrico, el Superchachi, el Notecallas?), TRAJO LA
DEMOCRACIA.
Se dice que le debemos
algo.
Se dice que lloró el día
que traicionó a Franco y que todos hemos de llorar por sus pecados.
Se dice que traicionó a
su padre y le sucedió en una humillante ceremonia privada, casi clandestina,
mientras le quitaba el plato de lentejas, y que hemos de comprender su dolor.
Se dice que cargó con
una griega, por nosotros, mientras miraba por encima de sus altos hombros a
otras hembras a las que sólo podía regalar futuros resueltos.
Pobre rey. Shakespeare
sabía que los reyes no duermen mejor que sus súbditos. Pero, eso sí, los reyes
shakespearianos, aunque muchos muy mal, gobernaban. Estos no, estos sólo
mandan, se pavonean, se pasean, enarbolan la bandera olímpica o se muestran
campechanos. Y, no lo olvidemos, Shakespeare se lo pasaba de miedo en su
escritorio o lo que fuera cargándose a sus reyes, esos que subieron de un modo
u otro en el oficio de trepar.
Dicen que Papi trajo la
democracia. Vamos a ver si miramos una enciclopedia, perdón, no, no pido tanto,
un diccionario, una consulta en internet, etimología, y veremos que si un rey
trae la democracia no es un rey, porque la monarquía significa el gobierno de
uno, y si se lo da al pueblo habría de irse. ¿Por qué no se fue el Rey si nos
“dio” la democracia?
La democracia nunca
puede darla un rey, porque va contra su esencia. La democracia se la da un
pueblo, que es el que acaba gobernando. Cuando yo era casi un niño y no había
democracia, nadie miraba al rey: los súbditos futuros llevaban años
preocupándose por cambiar las cosas, a veces esa preocupación les llevaba a ser
torturados, detenidos, represaliados, excluidos... La memoria, ¡ay!, la memoria
no se remitiría sólo, si fuera honrada, a la guerra civil. Yo, que lo vi (la
guerra civil, no; lo otro) me acuerdo.
Y tener monarca ahora, y
monarca nuevo con padre aforado y pasado superlimpio, como se le regaló durante
toda una vida de quéséyo, no es ya que me indigne, es que me da su poquico de
vergüenza. Tener rey me da vergüenza, sí, lo confieso. Me parece una de esas
cosas que habría que ocultar al mundo, aunque notes que el mundo lo sabe y te
mira con cierta sorna por tener esta absurda capacidad de tragar todo.
¿Algo más? Sí: La
Monarquía, los partidos tradicionales o traidores que la apoyan, todos esos,
son tontos por no convocar un referéndum. ¿Es que no saben que vivimos de un
modo tan absurdo que, si se planteara tal consulta, el régimen monárquico
saldría consolidado por el apoyo de un consenso ciudadano (del que me
avergonzaría tanto o más como del hecho en sí de tener reyes o reinas)? Algo
que la perpetuaría. Seguramente, sí. ¡Qué bochorno!
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