No ganamos para
disgustos.
Una noticia reciente ha
venido a incrementar el nivel de alarma en las miras angustiadas de los
ciudadanos españoles: este verano no habrá verano. Sí, ya lo sé, la frase no se
sostiene, es una paradoja sin sentido, pero ya deberíamos estar habituados al
nivel lingüístico de los medios informativos que, como todo lo demás, encima va
a peor (sin que su notable empeoramiento parecezca importarles un comino a los
responsables/irresponsables, como tantas cosas).
Aquel bienestar gratuito
de los pobres que el cielo concedía, parece que este año no tendrá lugar, o que
vendrá tan mermado que no merecerá ni figurar con su nombre de estación.
En cuanto vi que la
nueva la daba, con una mezcla de sadismo y consternación, un gabachazo de
aspecto inclemente como el tiempo que se avecina (no hablemos de los tiempos),
no pude por menos de pensar que se trataba de una imposición más del Eje
Franco-Teutón.
Después de recortar
salarios, prestaciones, presupuestos para educación, cultura, sanidad...,
después de regodearse en el pantano inhumano de las cifras de paro, de
privatizar todo lo que tienen a mano a fin de que no pasen apuros aquellos
señores y señores que o bien se hicieron a sí mismos con el dinero de los demás
o bien lo heredaron por medios similares, viene este nuevo recorte.
El anterior, a nivel
global, y esto no es broma, fue el enorme recorte de la dignidad del ciudadano,
de la prestación universal del miedo constante a perder lo poco que se tenga y
verse sin amparo del estado que hemos estado alimentando sin pausa pero con
prisa.
Este de ahora es el
recorte del disfrute mínimo, del alivio, en ciertos casos de la felicidad. Por
eso no es extraño que venga también de parte de ellos, y que Marianito y sus
secuaces, con tal de poner el culito a salvo de la Troika, decreten en el
próximo consejo de los viernes una bajada de las temperaturas (un poco menos
acusada tal vez en Cataluña) y un aumento general de la nubosidad.
Son tan catetos que,
aunque el meteorólogo francés no esté a sueldo del Consejo Europeo o el FMI, lo
mismo lo decretan por si acaso. A fin de cuentas, creen haber comprado a los
santos encargados de proporcionar o quitar lluvia con tanto privilegio a la
Iglesia Católica. Y tal vez lo refuercen subvencionando procesiones a patronos
locales con el dinero que se ahorran, por ejemplo, en cultura (la de verdad: no
olvidemos que para ellos el teatro es diversión y los toros un bien cultural, ese
que tanto enarbolan con peineta, ¡ay, señor, y pensar que esto ya no es ni un
topicazo barato sino pura realidad!).
Sería, esto del
noverano, una medida económica coherente y dañina para el sur, como todo lo
demás: a menos siesta más horas de trabajo, a menos chiringuito menos consumo
innecesario, a menos calle menos botellón... ¡incluso menos manifestación si es
que hay más lluvia!
Y el turismo, reserva
económica de países pobres del sur como el nuestro, que se vaya a ciudades que
lo merecen más y tienen menos visitantes, como por ejemplo Alemania, con la
rasca que la caracteriza. ¿Por qué no? ¡Estaría bueno que los trabajadores de
la Europa honrada y laboriosa se dejasen aquí sus dineros para ayudar a pagar
los crecientes intereses de nuestra deuda, hombre!
Y cuando se les acabe la
parte de imaginación destinada a chinchar, que parece ser la única que les
queda, recurrirán al recorte retroactivo. Lo mismo se cumple la peor de las
maldiciones: ¿a que nos quitan lo bailao?