Silencio.
Me oculto aquí sin
ocultarme, porque ocultarme fuera no hacéroslo llegar.
Pero silencio al fin construyo
de todo lo que querría decir y que no digo.
Uno está tan sencilla y
profundamente asqueado que podría empezar a maldecir a las personas que ama,
incluso a las que conocéis y que no quiero presentaros bajo un disfraz injusto.
Por tanto, callo y callo.
Uno, este uno que soy yo
y que no es el otro, no quiere subrayar, no quiere destacar, quiere vivir por
debajo de los niveles donde se vive cuando se está vivo, y desde allí, pulsar y
respirar y ser al fin. Y lo mismo esto solo no quiere decir nada, aunque me
gustaría pensar que sí en el fondo.
Poco os ha de decir esto
de mí, de lo que pienso, de los que cerca están. Pero es así.
Este casi poema que noto
que se va fraguando, espero que se encarne, no deje de ser carne, eso lo
espero, porque es, al fin y al cabo, lo que quiso ser siempre, aunque el siempre
suponga unos minutos.
Infinito prestado,
corto, inmortal, sin tiempo, viendo que todo “sin” es la carencia.
Yo no quiero pecarme de
estupendo. Y veo que, en peligro tan feo voy cayendo, que evitarlo pretendo.
Líbreme dios, lo digo
con cordura, de enviarme en tal muerte sepultura, que si pensar no debo,
debiera ser pensar tontuna cierta. Pero no me lo creo, y doy en el pensar
acierto pleno.
Doy este verso pues, ser
verso acaso, a las uñas de los que me empobrecen. Y si no lo leyeran, que no
creo, elevando de mis preces, matáranme sin dudas tantas veces como aquellas en
que no me entendieran.
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