La he oído atribuida a
demasiados autores, pero el autor es lo de menos cuando el contenido es
contundente. La frase es “No hay nada que temer, salvo el miedo”. Yo la oí por
primera vez en una película de Wim Wenders llamada “El amigo americano”. Dennis
Hopper, como Ripley, la tenía grabada en su grabadora personal y la oía
mientras jugaba al billar o conducía si mal no recuerdo..., que puede que sí.
El miedo es un poder tan
fuerte que es el único elemento a temer. Por otra parte, temerlo es muy lógico
si no quiere caerse en la inconsciencia. Se hizo un experimento, oí, y no lo
invento, para eliminar en unos pobres ratones el miedo a los gatos. Tenía que
ver con extirpar algo ligado a las tareas subliminales del sentido del olfato,
eso que suena a algo paralelo a la pulsión provocada por feromonas. El
resultado fue demoledor: los ratones no mostraban ningún tipo de temor, ni por
tanto de defensa, ante los gatos: no quedó ni uno de aquellos ratones.
Sigo.
Miedo. Temor. Terror. Y
de terror, terrorismo.
Definición de
“terrorismo” según el diccionario oficial de la Real Academia: “Forma
violenta de lucha política mediante la cual se persigue la destrucción del
orden establecido o la creación de un
clima de temor e inseguridad”.
Según la Real Academia,
¿no sería deducible que vivimos bajo un Estado terrorista? Si nos atenemos a la
segunda disyuntiva, me parece que es de cajón llegar a un conclusión positiva. Juega
a aterrorizarnos no por medios de violencia directa (aunque el incremento
desmesurado del presupuesto para seguridad policial es alarmante): ni picanas
ni calabozos inquisitoriales, de momento. Hay otras maneras de ejercer el poder
del miedo, igual de dañinas y con la posibilidad de ser letales a la larga.
Se persignan con
escándalo los que oyen decir a un personaje público (la gente de la cultura aún
son personajes públicos, lo queráis o no) que al gobierno actual le conviene el
mantenimiento y aún aumento del paro existente. ¿Algo genera tanto miedo y por
tanto semejante capacidad de control y poder, como la inseguridad de cada uno y
de los seres con quien convive?
Aquello que nos lleva a propiciar
la paciencia y acatar, ¿no tiene que ver, cada vez en mayor medida, con el
miedo fomentado a perder lo poco que podamos poseer, incluida nuestra dignidad?
Mientras recortan
nuestros derechos y el presupuesto de lo que nos corresponde apelando a su vez
a la paradoja de que son “medidas valientes” (CiU contendía con el Ejecutivo sobre
qué medidas, las suyas o las “centrales” habían sido más valientes, que viene a
significar más insensibles), fomentan el miedo, ese guardián del orden que
paraliza la capacidad de acción.
Cuando se une el miedo
racional y directo (por ejemplo el miedo a la pobreza, al deshaucio, el
desempleo, la inseguridad, el futuro de los miembros más débiles que pueda
tener tu familia...) con el miedo irracional, ese hermano gemelo del stress, tal
como el que provoca en este caso la indefinición en que nos mantienen sobre el
origen, la naturaleza y mantenimiento de la Crisis, el sujeto traduce la angustia
resultante en una incapacidad de reaccionar, una astenia generalizada y una
paralización cercana al pánico, un pánico en goteo que ni siquiera provoca la
reacción contraria, esa que induce a huir desesperadamente o atacar con toda la
fiereza posible a quien lo causa, sino más bien la de buscar la coraza de
esconder el cuerpo dentro de sí mismo, ocultarlo, huir del golpe a base de convertirse
en irrelevante y en último término acostumbrarse a recibirlo... y sobre todo
asegurar al contrario que será menos amenazante, más dócil, la próxima vez. Etología,
puro comportamiento animal. No somos mucho más, tal vez casi nada más.
Tal es el miedo de la
víctima. Dicha despersonalización hace posible la no reacción de miles y miles
de víctimas controladas por unos pocos verdugos, como es el caso de un campo de
concentración o incluso de exterminio.
El miedo del dominante también
existe, claro. Es distinto, pero incluso más dañino: puede hacer que intente
acabar con la totalidad del enemigo de un modo irracional, ya sean los lobos de
los bosques medievales, los gatos (la expresión “quedaron cuatro gatos”
proviene de las matanzas de mininos a los que se asociaba con los males
causados por los maleficios de las brujas y demonios), los judíos, los
comunistas o cualquiera a quien pueda crucificarse con el sanbenito de ser el
causante del mal. Los débiles han sido siempre una elección preferente. Me
suena más actual que lo de los gatos, desgraciadamente (y conste que sólo miro
mal a un gato si me bufa malamente o me araña, dicho sea para congraciarme con
sus múltiples seguidores en los tiempos actuales).
Tanto dominador como
dominado pueden actuar por miedo, pero el primero impone el terrorismo
institucionalizado que sufre el segundo. Su terror a la reacción del dominado
puede ser una razón, pero nunca una disculpa, puesto que dispone del poder de
eliminar o al menos combatir lo que considera la fuente de su miedo.
El control del miedo es
el sueño de cualquier dirigente sin escrúpulos y la pesadilla de cualquier
nación. La tentación, por otra parte, de cualquier gobernante, y por extensión
de cualquiera que ostente un cargo con poder. El miedo a sus subordinados les
hace atacar como movimiento de
anticipación defensiva.
El incremento de la
incultura de la víctima se traduce en un fomento de la capacidad de
indefensión. Por eso el poder fomenta la incultura.
La incultura del
poderoso, por otra parte, le tapa los ojos ante lo que podría suponerle un
problema moral y así le seda.
El que ostenta el poder,
por lo tanto, siempre tiene la tendencia a cegarse, olvidar su principios
morales, y de paso cegar a quien no debe ver por dónde van a caerle los golpes.
Bastante terrorífico
esto del terror.
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