sábado, 10 de noviembre de 2012

nada salvo el miedo


La he oído atribuida a demasiados autores, pero el autor es lo de menos cuando el contenido es contundente. La frase es “No hay nada que temer, salvo el miedo”. Yo la oí por primera vez en una película de Wim Wenders llamada “El amigo americano”. Dennis Hopper, como Ripley, la tenía grabada en su grabadora personal y la oía mientras jugaba al billar o conducía si mal no recuerdo..., que puede que sí.
El miedo es un poder tan fuerte que es el único elemento a temer. Por otra parte, temerlo es muy lógico si no quiere caerse en la inconsciencia. Se hizo un experimento, oí, y no lo invento, para eliminar en unos pobres ratones el miedo a los gatos. Tenía que ver con extirpar algo ligado a las tareas subliminales del sentido del olfato, eso que suena a algo paralelo a la pulsión provocada por feromonas. El resultado fue demoledor: los ratones no mostraban ningún tipo de temor, ni por tanto de defensa, ante los gatos: no quedó ni uno de aquellos ratones.
Sigo.
Miedo. Temor. Terror. Y de terror, terrorismo.
Definición de “terrorismo” según el diccionario oficial de la Real Academia: “Forma violenta de lucha política mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de temor e inseguridad”.
Según la Real Academia, ¿no sería deducible que vivimos bajo un Estado terrorista? Si nos atenemos a la segunda disyuntiva, me parece que es de cajón llegar a un conclusión positiva. Juega a aterrorizarnos no por medios de violencia directa (aunque el incremento desmesurado del presupuesto para seguridad policial es alarmante): ni picanas ni calabozos inquisitoriales, de momento. Hay otras maneras de ejercer el poder del miedo, igual de dañinas y con la posibilidad de ser letales a la larga.
Se persignan con escándalo los que oyen decir a un personaje público (la gente de la cultura aún son personajes públicos, lo queráis o no) que al gobierno actual le conviene el mantenimiento y aún aumento del paro existente. ¿Algo genera tanto miedo y por tanto semejante capacidad de control y poder, como la inseguridad de cada uno y de los seres con quien convive?
Aquello que nos lleva a propiciar la paciencia y acatar, ¿no tiene que ver, cada vez en mayor medida, con el miedo fomentado a perder lo poco que podamos poseer, incluida nuestra dignidad?
Mientras recortan nuestros derechos y el presupuesto de lo que nos corresponde apelando a su vez a la paradoja de que son “medidas valientes” (CiU contendía con el Ejecutivo sobre qué medidas, las suyas o las “centrales” habían sido más valientes, que viene a significar más insensibles), fomentan el miedo, ese guardián del orden que paraliza la capacidad de acción.

Cuando se une el miedo racional y directo (por ejemplo el miedo a la pobreza, al deshaucio, el desempleo, la inseguridad, el futuro de los miembros más débiles que pueda tener tu familia...) con el miedo irracional, ese hermano gemelo del stress, tal como el que provoca en este caso la indefinición en que nos mantienen sobre el origen, la naturaleza y mantenimiento de la Crisis, el sujeto traduce la angustia resultante en una incapacidad de reaccionar, una astenia generalizada y una paralización cercana al pánico, un pánico en goteo que ni siquiera provoca la reacción contraria, esa que induce a huir desesperadamente o atacar con toda la fiereza posible a quien lo causa, sino más bien la de buscar la coraza de esconder el cuerpo dentro de sí mismo, ocultarlo, huir del golpe a base de convertirse en irrelevante y en último término acostumbrarse a recibirlo... y sobre todo asegurar al contrario que será menos amenazante, más dócil, la próxima vez. Etología, puro comportamiento animal. No somos mucho más, tal vez casi nada más. 
Tal es el miedo de la víctima. Dicha despersonalización hace posible la no reacción de miles y miles de víctimas controladas por unos pocos verdugos, como es el caso de un campo de concentración o incluso de exterminio.
El miedo del dominante también existe, claro. Es distinto, pero incluso más dañino: puede hacer que intente acabar con la totalidad del enemigo de un modo irracional, ya sean los lobos de los bosques medievales, los gatos (la expresión “quedaron cuatro gatos” proviene de las matanzas de mininos a los que se asociaba con los males causados por los maleficios de las brujas y demonios), los judíos, los comunistas o cualquiera a quien pueda crucificarse con el sanbenito de ser el causante del mal. Los débiles han sido siempre una elección preferente. Me suena más actual que lo de los gatos, desgraciadamente (y conste que sólo miro mal a un gato si me bufa malamente o me araña, dicho sea para congraciarme con sus múltiples seguidores en los tiempos actuales).
Tanto dominador como dominado pueden actuar por miedo, pero el primero impone el terrorismo institucionalizado que sufre el segundo. Su terror a la reacción del dominado puede ser una razón, pero nunca una disculpa, puesto que dispone del poder de eliminar o al menos combatir lo que considera la fuente de su miedo.
El control del miedo es el sueño de cualquier dirigente sin escrúpulos y la pesadilla de cualquier nación. La tentación, por otra parte, de cualquier gobernante, y por extensión de cualquiera que ostente un cargo con poder. El miedo a sus subordinados les hace atacar como  movimiento de anticipación defensiva.

El incremento de la incultura de la víctima se traduce en un fomento de la capacidad de indefensión. Por eso el poder fomenta la incultura.
La incultura del poderoso, por otra parte, le tapa los ojos ante lo que podría suponerle un problema moral y así le seda.
El que ostenta el poder, por lo tanto, siempre tiene la tendencia a cegarse, olvidar su principios morales, y de paso cegar a quien no debe ver por dónde van a caerle los golpes.
Bastante terrorífico esto del terror.

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