Nuestra plegaria a
partir de ahora ha de ser que el patrón, jefe, empresario o como sea que se le
quiera llamar según las circuns-tancias, tenga buen cora- zón.
Tendremos que volver a
Charles Dickens y a Frank Capra para confiar en que siempre es posible encon- trar
en este mundo, tras mucho sufrimiento, la buena voluntad. No cri- tico a ninguno
de los dos autores, Dios me libre: vieron a su alrededor tanto dolor que
tuvieron que confiar en que no todo fuera negro en el mundo. Crearon esperanza,
sacan de nosotros las más escondidas de las lágrimas y encima lo hacen
rematadamente bien. Conste mi admiración por adelantado.
Como ellos, habremos de
confiar en que, pese a la maldad reinante, la bondad es más vecina nuestra de
lo que suponemos. Sobre todo si se trata de quien ha de pagarnos y emplearnos
(una cosa tras otra, a poder ser).
Me encanta la fábula del
empresario que ha de pactar con el trabajador cuántas horas debe trabajar para
él o por qué precio, convenios a la mierda, en una pequeña empresa.
Me suena a pactos entre
leones y gacelas de thompson.
Llamar pacto a lo que en
resultado final viene a ser son lentejas,
lo tomas o lo dejas, es no en sólo
cagarse en la justicia social sino además, y por añadidura, en el significado
del lenguaje. Y al final, en esa cola de parados que acabarán por estar
deseando que el trabajador honrado y digno conserve la dignidad y la honradez,
se vaya de la empresa, y le deje el puesto a él, menos delicado, más necesitado y menos digno.
Recurriremos, pues, a la
buena voluntad en lugar de la justicia. La lástima y la caridad se montarán
sobre la ética, que es ya un valor sin valor. Se estará a la espera del
tropezón para que quede un puesto libre, sin medir a qué precio lo ofrecen.
Dignidad versus hambre,
honradez versus pragmatismo, justicia versus supervivencia.
Los gestores de la
crisis, nacionales e internacionales, deberían recibir el Nóbel de Física: han
demostrado que, contra toda formulación teórica, es posible viajar en el
tiempo. Ya estamos, de hecho, en ello. Más de un siglo atrás. No voy a repetir
una vez más que los muertos que murieron a favor del progreso deben estar
retorciéndose en sus tumbas. Deberían aparecerse a todos los que se han cagado
en su muerte. Sería más eficaz, al menos. Algún que otro infarto, por lo menos.
Y alguno que otro menos de esos hijos de puta (pobres putas) que sobran.
El contrato es un
género, por tanto, obsoleto. Eso que se llamó papel mojado. Se puede firmar, pero no sirve para nada la tinta,
dado que se puede revocar haya o no firma. Habrá que fiarse, o no, del apretón
de manos. Suplicar al cielo que hayamos caído en manos de un patrón/ona
justo/a. Si no, Dios nos pille con ahorros.
Fantástico artículo. Has leído mi pensamiento. Sólo podemos confiar en la bondad, o si no, asumir que esto del estado de bienestar no es una realidad universal y que si vienen mal dadas estaremos más solos que la una. Parece obvio, pero no sé si somos plenamente conscientes de que está en entredicho. Yo últimamente no paro de darle vueltas. Y de confiar en que, llegado el caso, encuentre algún buen ser humano/patrón que no trate de aplastarme más. Viva la caridad, tan al gusto católico patrio.
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