No es nuevo que cuando
la derecha regresa al poder después de haberse visto exiliada una temporadita, lo primero que hace no es sólo mandar,
que es lo lógico, sino empezar por demostrar quién manda. Nada nuevo bajo el
sol. Mírese cualquier ejemplo desde el siglo XIX aquí y en las antípodas. Is not inusual, que diría Tom Jones el
vegano (por Las Vegas, no por sus hábitos alimentarios).
Cuando, como en el caso
actual en este gracioso país, la derecha liga un póker (congreso, senado,
comunidades y ayuntamientos) nos indica que no nos llamemos a engaño, porque lo
que tiene en realidad es un repóker. ¿Dónde? ¿En la manga? En las amplias
mangas de las togas, como esa que se tiene que quitar, por mandato de un compi,
alguno que tú y yo nos sabemos cuando estos días llega al banquillo en calidad
de acusado y no de juez.
La amable derecha del
orden constitucional, cuando se ve con las manos tan llenas, deja las sutilezas
y, en menos de un mes de poderío total, nos advierte: “Cuidado con la Justicia,
amiguitos, no sea que vuestras propias reclamaciones judiciales se vuelvan
contra vosotros. Lo de David contra los Goliats es historia mucho más antigua
que sagrada”. “¿Pero el Poder Judicial no era independiente del Legislativo y
el Ejecutivo?”, pregunta el incauto de turno, a lo que se le responde... Bueno,
no se le responde, a no ser que quiera comprobar por sí mismo el alcance de
dicha independencia metiéndose en un lío del que puede que salga enjaulado, o
inhabilitado. Como poco.
Se toman, eso sí,
medidas para justificar el descaro: en Valencia, en un juicio en que se implica
a los mayores altos cargos de la autonomía, recurren al recurso patético del
jurado popular (popular en ambos
sentidos, dada la índole de la sentencia final después de lo que se llegó a
escuchar en ese proceso), como si se juzgara un caso sencillito de chorizontes
callejeros... Bueno, es que al fin y al cabo lo que estaba en entredicho era
sólo el pago o impago de unas prendas de ropa... ¿no?... ¿No?
En el otro caso, el
método que se establece es una campaña de desprestigio sobre la personalidad,
no sobre las acciones, del acusador acusado. Desde los años dorados de Madonna o
luego la muerte de Michael Jackson, no había oído con tanta frecuencia en los
medios la palabra estrella. Es una
pena que se pueda jugar con esa baza, porque eso implica que es un mensaje que
cuaja en la opinión de los que sólo se quedan en la capa de nata de la leche.
Bien lo sabían los que justificaron el cierre del mayor centro de descargas en
la red a base de fotos de coches imposibles, fincas suntuosas y opíparas
barrigas. Uno podría pensar que eso del carácter personal de alguien sólo
debería tener valor a la hora de hacer amistades o no, o de tratar más o menos
de cerca al implicado, no en su solvencia o su calidad. Seguro que Valle-Inclán
era un estrellón antipático, y no por eso deja de perder ni un centímetro de su
talla de dramaturgo. Por poner un caso.
Repóker.
Una vez más la derecha
ha puesto en práctica esa amable expresión: poner los cojones encima de la mesa
(o lo que se ponga ahora dependiendo de cada sexo). Aseguran que la derecha
actual ya no es autoritaria, pero se llenan la boca con eso de “gobernar con
autoridad”. A veces alargan la coletilla y hablan de “autoridad moral”, pero
comentar ese particular sería empezar a desentrañar su enrevesado sentido del
humor y no es el caso que nos ocupa. Hoy, al menos.
Llevamos sólo un mes de
este primer añito de la Espaaaaña renovada. ¡Madre de Dios!
Ya ni siquiera van a
tener que sonrojarse, como el anterior gobierno, obedeciendo a Europa, porque está de completo acuerdo con el grueso
del poder continental en limar el estado de bienestar hasta acabar con él.
Un día de estos, doña
Soraya la vice se va a pasar por Alemania a darle un tirón de orejas a la
Merkel y decirle que parece mentira que se haya criado en una parte de su país
regido por comunistas, ¡que ya está bien de paños calientes y mariconadas, Ángela!