Ese mal sueño llamado
Vox debe estar dando saltos de contento viendo cómo sus teóricos oponentes le
están facilitando la campaña, y además de forma completamente gratuita.
Crear corrientes de
opinión, desde uno u otro sentido, siempre ha sido una táctica infalible para
promocionar un producto. Y si es un producto con visos de novedad, las
posibilidades se disparan. Hace apenas un año Vox era apenas una gota perdida
en el océano de lo anecdótico. Incluso organizaciones como Hogar Social con sus
bochornosas consignas de autobús lograban una mayor repercusión.
Tal vez fueron los
medios de comunicación los que empezaron a explotar el filón. Aunque sea
triste, sobre todo los de signo supuestamente progresista, principalmente en el
terreno televisivo, encontraron una veta de audiencia que no se resisten nunca
a explotar. Cada vez menos. El espectáculo político ha tenido su repercusión
audiovisual de un modo más cercano al circo que al análisis, la confrontación
inteligente o la reflexión. Se impone triunfante el modelo rosa mezclado con el
modelo amarillo. A veces hay que detenerse un rato para comprobar si el formato
de lo que estamos viendo se centra en las turbias imbecilidades del corazón o
las decisiones que influirán directamente en nuestras vidas, como es la política.
El formato se repite en supuestas tertulias que abarcan desde las diversidades
del adulterio a las vicisitudes futbolísticas y, por qué no (bueno, sí, es
fácil suponer por qué podría decirse que no) a la sociedad o la política.
El marketing de los partidos
políticos ha debido aconsejar que es un error quedarse atrás. Responder de
inmediato, subirse al carro de las modas, no quedarse nunca a un lado de lo que
pueda ser trending topic. Y todo aprovechado para arañar lo que se consideran
beneficios.
El caso es que, y esto
no es una pura sensación subjetiva, llevo oyendo hablar de Vox casi más que de
cualquier otra opción desde que la maquinaria electoral se puso en marcha. Es
protagonista en coloquios, debates electorales, mítines diversos, tribunas
variopintas… Se usa como argumento para atemorizar (“¿pactaría usted con Vox en
caso de salir elegida/o?”) para distanciarse (“lo que nos diferencia de ellos
es…”) para definirlo y por tanto definirse (“no creo que ellos sean…”). Se han
convertido en el tema de moda cuando, a día de hoy, no tienen nada, y de no ser
por esta infección poco llegarían a tener. Al menos de momento. Y quienes más
pueden apuntarse a su carro son los más ignorantes, o los que siéndolo no
tienen capacidad de detectar por qué la política genera cada vez más desilusión
y se echan en brazos de los que susurran o vociferan recetas que inventan
enemigos donde realmente no existen.
No se confunda mi
intención. No solo veo necesario informar sobre lo que ocurre en nuestro país y
hacia donde podría tender, como sucede por desgracia también en buena parte de
Europa, al contrario: hay que estar preparados por si hubiera que frenar un
fenómeno que resulta peligroso en lugar de restarle importancia. Hay que
dotarse de armas para parar su ascenso, para que sea “resistible” en lugar de
inevitable.
Lo malo es que entren
tantos intereses de la venta de imagen, de la lucha por la audiencia, a costa
de que algo que hubiera podido tener mucha menos fuerza y ahora tenga la
posibilidad de entrar, y puede que con más de un escaño anecdótico, en el parlamento
andaluz, para recalar después, quién sabe si con una fuerza mayor, en los
diversos órganos de poder.
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