“Otra vez se oye hablar
de grandeza;
Hannah, no llores, el
tendero nos fiará”
B.Brecht
He callado durante
meses, y por otra parte mi opinión no tiene repercusión ni importancia, así que
no pasa nada por ello.
Pero hoy veo las portadas de
los diarios a raíz de la aplicación del 155: “El Estado acude a sofocar la
insurrección” bajo la frase, en caracteres algo menores, “El parlamento de
Cataluña consuma el golpe a la democracia”, esto en El País; “España descabeza
el golpe”, en ABC, con los firmes rostros de Rajoy, Sánchez y Rivera sobre
bandera española ondeante; “55 días de 155” (no en Pekín, creo, sino aquí) bajo
el enunciado “Intervención constitucional para frenar la insurrección” en El
Mundo; “Ley frente a rebelión” en La Razón (periódico de nombre más que cuestionable)...
...Por no hablar de los
rostros y el enfoque de la televisión estatal. No tengo acceso a TV3, así que
supongo que podría decir lo mismo, pero no puedo jurarlo porque no la llego a
ver.
...Es mirarlos e imaginar
banda sonora. Con muchos tachín-tachines y muchas banderas del tamaño de esa de
Barceló que queda cerca de la casa de Elejalde y no lejos de la mía, esa que
nos imponen por cojones.
Por otro lado, ERC, por
medio de Alfred Bosch en la Sexta –pongo un ejemplo, pero los hay peores, por
no citar las lindezas de CUP-, declara que ha sido una decisión que responde a
querer sustituir un régimen del siglo XIX por una república del siglo XXI.. Algunos
catalanes que justifican sus razones independentistas en el axioma de que somos
todos unos catetos menos ellos, se arriesgan a que les respondamos por qué nos
parecen demasiado enquistados en sí mismos como para no haber sabido
desarrollar una cultura que sigue anclada en los primeros 80’s.
Me callo al respecto de
unos y otros, en muchos otros aspectos, pese a la tentación continua de hablar.
Llevo, y llevamos muchos, mordiéndonos la lengua durante meses -ya me duele de
tanto morderla-, por evitar opinar ante tanta sinrazón..
Sinrazón convertida en
cotidianeidad.
No me vale llamar
democracia a quererte ir de un país cuyos resultados electorales no te gustan.
Creo que la democracia exige, por ejemplo, el sacrificio de aceptar el dictamen
de los que votan al PP aunque a mí me parezca un suicidio demente, porque son
mayoría. Nunca he querido irme de Madrid cuando ganaron ellos. Me parecería
absurdo decir que me gusta más la formación en el Ayuntamiento de Madrid que en
la Comunidad de Madrid y por lo tanto Madrid Capital debería separarse del
resto de la Comunidad. No te digo ya de Castilla, a la que por cierto
pertenecemos por pedigree, para bien o para mal. Y del mismo modo, respetaría
que una mayoría catalana pudiera votar separarse de España y consiguiera
hacerlo. La mayoría no siempre representa lo razonable, eso quería manifestar
poniendo algunos de los ejemplos anteriores, pero es la mayoría. A mí el
nacionalismo –cualquier nacionalismo, y lo digo así de claro-, me parece
retrógrado, insolidario, egoísta, cainita, antiguo como él solo, cerril,
cerrado, reduccionista…, pero si los nacionalistas decidieran la tontería de
lograr ser una nación aparte, lo respetaría. Uno de los resultantes de la
democracia es el respeto a la vulgaridad si son los más los que la votan. Será
que siempre fui inclinado a suscribir la frase valleinclanesca: “Yo respeto
todos los fanatismos”.
Mientras tanto,
Puigdemont se sueña el Papa Luna; Soraya se imagina ante el espejo como una
nueva Isabel la Católica (es perverso, lo sé, pero también un día imaginé a
Cospedal disfrazada de Pilar Primo de Rivera redactando un libro de cocina… y
juro que ninguna de estas imaginaciones tuvo connotaciones eróticas, o si no,
de pura vergüenza, no podría mentarlo: de verdad que María Dolores llevaba un
vestido bajo el delantal), Junqueras sueña con su exilio en Casa Tarradellas
–“ja soc aquì”… y Mariano sigue viendo pasar cadáveres de enemigos mientras
reserva el buen ritmo solamente para el ejercicio físico.
Mientras, bajo la
alfombra, va acumulando el sonido de la verdadera delincuencia que le salpica a
él y que muere ante un ruido mayor, y conveniente, de sardanas que permite que
a otros sí, pero a él no, los inhabiliten.
Ay.
Oigo Patria y tiemblo.
Veo banderas y bajo la
cabeza como el viejo que oye cantar al joven nazi en “Cabaret”.
Miro cómo los viejos
buitres jóvenes toman las calles otra vez.
Recuerdo antiguos
miedos.
Me dan miedo otra vez.
Noto alegría donde no
debería haberla.
Veo rastros de
ilusionante romanticismo que no se sustenta ni en el romanticismo.
Mientras hay presos de
conciencia en este estado, el que sea, y digo de conciencia porque Cristina
Almeida señala con buen tino que no es el mismo grado que el de preso político,
me entristece enormemente la alegría de victorias oscuras, rencorosas, mohínas,
a por ellos…
Podría discutir con
algunos de los que justifican la aplicación, por necesidad, de ese asqueroso
155. Pero no con quienes se alegran de su aplicación. Ni los que aplauden.
Por decirlo claramente,
creo que quienes se alegran de ello no son unos patriotas: son unos miserables.
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