En una de las primeras,
tal vez mejores, historias de Stephen King titulada "La zona muerta" -que
después llevara Cronenberg al cine y en la que Christopher Walken se enfrentaba
a Martin Sheen-, el primero, dotado de visión premonitoria por medio del contacto
físico, "habilidad" adquirida a raíz de un accidente que le sumiera
en coma, descubre al dar la mano a un candidato a presidente que el mandato de
éste sería literalmente catastrófico para su país y para el mundo. Se impone a
sí mismo la obligación de impedir su triunfo por todos los medios, recurrir
inclusive al atentado (el típico supuesto moral de "si hubieras podido
matar a Hitler antes de que llegara a convertirse en un peligro...", ya se
sabe). En fin, para resumir: cuando ante la desesperación de no hallar otro medio
el héroe visionario amenaza al candidato con un arma durante uno de sus mítines,
éste se parapeta tras un niño, mostrando así su catadura moral y quedando
completamente desprestigiado ante su audiencia y hundida su carrera política.
Bien. Veamos. Corría el
año 83 (entre entonces y hoy quizá sólo difirieran las formas -que es un modo
de verlo- o la mentalidad -que es un modo de pensarlo-). En esa historia, el
personaje que parecía ser honrado, que se vendía ante sus electores como un hombre
volcado al bien de su país (aun con un grado muy norteamericano de nacionalismo),
caía en la desgracia, en el desprestigio, en la vergüenza, al mostrarse inmoral...
Hace nada ha sido electo
un individuo que declara que si hubiera cometido un asesinato en la quinta
avenida ante el numeroso público que la frecuenta, rodeado de testigos, no
perdería un voto. No ha matado a nadie (al menos todavía, que se sepa) pero ha
sido elegido a pesar de sus palabras. Esas y otras. Así que lo mismo tenía
razón.
Si traje a colación la
historia de King no fue para ampararme en el concepto de que cualquier tiempo
pasado fue mejor, sólo en ver que hasta la inocencia, esa presunta inocencia
que confiaba en la honradez como un valor de ley, ha sido pervertida a día de
hoy. Y en la calle. Y en público. Ante el mundo. En pelotas en medio del
asfalto.
Antes de que estas
elecciones nefastas de los USA se llevaran a cabo, oí decir a un analista
político que para nada parecía tonto, en un programa de la Sexta (qué milagro)
que el fenómeno Trump (y lo dijo en un momento en que nadie confiaba en su
victoria) revelaba la verdad amarga de que, aunque no se quiera ver, un
conjunto importante de los ciudadanos de ese país pensaban exactamente como él.
Dejando aparte la decepción ante el sistema, que es verdad, dejando aparte que
identificaran a Clinton como la representante de una artrosis acartonada, que
será verdad también, la triste realidad es que ese tipo de pelo imposible
llamado Donald Trump había dicho en voz alta lo que no dicen ellos pero piensan. Los que han encontrado oxígeno al oír expresadas esas opiniones que a
muchos nos parecen vergonzosas, pero que estaban allí, tapadas por el pudor
ante una forma de expresión políticamente correcta pero impuesta.
Dejemos de engañarnos de
una vez en USA, en España, en Europa. La gente puede ser ignorante, pero no
tiene por qué ignorar lo que en realidad desea. Y lo que desea en estos
momentos de crisis un sector muy muy amplio de la población es algo
terriblemente perverso.
Bertolt Brecht basó su
obra en algo que no siempre se ha sabido comprender: fue revolucionario por
contarnos, no que los pobres eran buenos y los ricos eran malos, como parecía
corresponder a un buen comunista tópico, sino, siendo visionario, progresista y
honrado, que la miseria, las crisis, la corrupción y el desorden no producen
sino miseria moral, que la gente se hace mala en malos tiempos, que si hay que
buscar la justicia es para que lo peor del ser humano no caiga en la dura
tentación de aflorar en todo su macabro esplendor. Él lo sabía muy bien: vivió
en propia carne la génesis y el desarrollo del nacionalsocialismo alemán.
Se emplea con mucha
generosidad la palabra populismo para tapar el término real: fascismo.
El término populismo ha
llegado a ser tan empleado, tan mal empleado a veces, tan manoseado, que ya no
significa nada, ha pasado a ser un lugar común de desprestigio casi tan
socorrido como el término "imbécil" o "sinvergüenza". Me
gustará hablar de esto en otro momento, muy pronto..., pero ahora estaba en otra
cosa.
Lo que quiero decir hoy
es que, si se pretende hacer mejor el mundo, no hay que cegarse en que el mundo
es necesariamente bueno y todos sus individuos nos desean el bien, que el
problema es que son un poco tontos o les han educado regular. No. Hay gente
deseando hacer el mal. Hay gente deseando vengarse de sentirse ninguneada o apartada.
Y un buen puñado de esa gente, quiera dios o quien sea que no el mayor, no
volverá su ira hacia los magnates, hacia los Trump, hacia los poderosos -por la
simple razón de que desearían estar en su lugar por encima de quien fuera-,
sino hacia los refugiados, hacia las víctimas, hacia los desprotegidos...
Temen, y no es para menos, que si esa gente un día se lo pensara bien vendría
con sus cuchillos preparados, sus azadones preparados, para cortarles la
cabeza... para cortarnos la cabeza.
Los manifestantes contra
Trump tienen razón, pero deberían plantearse que sus enemigos no son solamente
las fuerzas represoras, sino sus vecinos, los votantes de Trump.
Y encima en la época de
la exaltación de la bastedad, de lo grosero, de lo zafio, de lo casposamente
obsceno: una época representada perfectamente por un tipo de televisión que produce,
para pretender vender (y lo consiguen), numerosos productos para gentuza realizados
por gentuza. Lo pienso así, y no me retracto. Por eso la gentuza acaba votando
a la gentuza: como ve de forma masiva sus productos.
Pero en fin, el caso es que
la gente está harta de decepcionarse. Obama es posible que fuera, como se dice
ahora, un magnífico presidente, pero algunos pensaron un vuelco cuando fue
candidato, creyeron que "se podría". Se han hecho cosas, claro, pero
el sistema es el sistema, la sustituta al final fue Clinton y Guantánamo sigue
abierto. Ese "sí se puede" abarcaba muchas cosas que no se pudieron.
Pareció un milagro, creo
que lo fue, que un negro llegara como presidente a la Casa Blanca. Cuatro años
después, ha ganado el Ku-Klux-Klan.
¡Qué cosas ¿no?!