¿Hay un crimen
equiparable en política a la cobardía? Si acaso, la traición.
No hablo, perdí ese
optimismo, de la traición no ya a los ciuda- danos en general, ni siquiera a tus
propios votantes, sino de la traición más cercana, gremial, mezquina, esa que
se ejerce contra los propios colaboradores.
Mariano se asoma al
balcón frío de Génova recordando el día en que unas huestes de fachitas
militantes se agolpaban bajo él celebrando la victoria contra el socialismo de
traje o disfraz de sport. Mariano se asoma y abajo hoy sólo hay fuerzas de
seguridad del estado para protegerle de los descamisados que rugen en las redes
sociales con los rugidos de seda que caracterizan a los que esperan ganar y
salir a su propio balcón un día de estos.
Mariano siente frío y
oculta la desgastada imagen por si le viera, al pasar, cualquier hipster
proveniente de Alonso Martínez, o incluso si le pudiera reconocer un papista de
los del papa anterior que subiera de la plaza de Colón recordando la visita del
pontífice aclamado por jóvenes sin vida y con futuro.
Mariano se inclina sobre
la no balaustrada del balcón acristalado y mira los cadáveres que acaba de
tirar por el mismo.
Ana Mato, espatarrada,
todavía caliente su cadáver, yace abajo a la espera de la escoba que se lleva a
los ministros pillados, pillados, pillados, una y otra y otra vez en falta
hasta que se deciden de una vez a dimitir. Queda atrás, sin condenar, el baile
del ébola y los insultos a los que intentaron erradicarlo. No todo van a ser
sonrojos.
Cayó su político cuerpo
sobre los huesos de un Gallardón que, por amor a las galanas, se desnudó de su
piel de cordero centrista y mostró sus erizados pelánganos de lobo brazo en
alto. Y que, querámoslo o no, y sin quitarle un ápice de antipatía, tuvo que
irse cuando le dieron la espalda los que diseñaron el decreto antiabortista que
defendió con ganas, confiando hasta la última hora en que le apoyarían los que
le ensalzaron en lugar de abrirle ese mismo balcón desde donde se escapan los
gases de las calefacciones junto con las pasadas y ya rancias alegrías de una
victoria no tan lejana en el tiempo.
Viendo la escabechina,
alguno o alguna estarán haciendo las maletas. En las maletas irán fajos
sueltos, prebendas trasnochadas y las anotaciones de un número de cuenta en
aquellos sitios donde las cuentas juegan las reglas de un juego en que la banca
siempre gana pero ayuda a los que juegan a su vera.
Mariano suspira y
recuerda. Mariano nunca se atrevió a remodelar un gabinete. Mariano prefiere
que vayan cayendo del árbol los frutos podridos mientras se aferra a la rama.
Sobrevive en una realidad de plasma donde la carne no se altera más que en píxeles.
Mariano es un cobarde y
un traidor a los suyos, además de ser un cobarde y un traidor en general.