Ese cuarto poder que
sigue siendo la prensa, o a día de hoy los medios de comunicación en cualquier
formato, siempre se han sabido capaces, no ya de exaltar o desmochar, sino
incluso de dar el ser o quitárselo a cualquier acontecimiento, cualquier colectivo
o cualquier persona.
Estar “en el candelero”
es ya una forma de reconocimiento. Incluso haciendo el ridículo, la actual
alcaldesa de Madrid logró en un día más fama mundial por su esperpéntico
discursito olímpico que por cualquiera de los continuos desmanes o ineficacias
que los medios no juzgaron, o no quisieron juzgar, relevantes. Así, una persona
que ostenta cargo tan importante pasó a primera plana como tonta, que lo es,
más que como insensible fascista, que lo es también, y más. Y un tonto siempre
da más pena que un canalla.
Es sólo un ejemplo,
claro está. Supongo que te vienen a la cabeza muchos otros.
Hoy muchos medios han
borrado centenares de miles de personas. Esas que tuvieron el valor de no
dejarse ganar por el desánimo de protestar sin ser escuchados, como viene
siendo habitual, y ya no sólo por la derecha recalcitrante.
Con la goma del hablar
por no callar, o de no ofender a sus jefes o quién sabe a qué oscuros poderes,
han hecho desaparecer de las calles a casi todos, y lo que es peor, a cada uno
de esos manifestantes. Menos mal que sólo virtualmente.
Únicamente los medios
extranjeros, tal vez con menor riesgo de implicación en las consecuencias, han
dado cifras que parecen acercarse en algunos casos a una verdad más que
multitudinaria.
De las razones y el
esfuerzo de los marchantes (de la marcha, en este caso) poco se dice.
Se habla, eso sí, y con
una virulencia en los medios derechistas que roza no ya el libelo sino el
ridículo, de la violencia. De los manifestantes. Del despliegue irracional de
antidisturbios y de provocadores no se dice nada, claro. La violencia de Estado
no es violencia, y pobre del medio que lo insinúe. Venga la ley que vaya a
venir.
Quien no viva en Madrid
debe imaginarla en llamas, reducida a escombros, una especie de visión de Berlín
al finalizar la Segunda Guerra.
Precioso.