La bondad se ha
convertido en una cualidad tan denostada que se ha acuñado un término para
menospreciarla: el buenismo. No recurro a las comillas, aunque el corrector de
Word me ponga una línea roja debajo para advertirme de su incorrección, porque
lo cierto es que se trata de una acepción ya aprobada por la infalible y
chundachunda genial Academia de la Lengua.
Word, como yo, es
siempre de los últimos en enterarse. Pero resulta que el buenismo se define en el bendito diccionario redactado por gente
tan competente como Arturo Pérez Reverte -por poner un sonrojante ejemplo-,
como “Actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”.
Así, por poner un ejemplo, si alguien dice que frente a un
conflicto social la represión policial debe ser ajustada al derecho inalienable
de toda persona a expresar su opinión y oponerse pacíficamente a la
intervención desproporcionada de la fuerza, puede ser considerado buenista
por no darse cuenta de que la gravedad del conflicto pide una intervención
represiva y violenta por parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado
como respuesta a la supuesta provocación por parte de gente desarmada, y que
semejante brutalidad debería ser aceptada como buena.
Igual de buenista sería quien “cede con
benevolencia” a la entrada de extranjeros ilegales en nuestro país, estén en
las condiciones que estuvieren: o quienes actúan con “excesiva tolerancia”
rescatando a la gente que puede morir y muere en el mar huyendo de su tierra.
Estos agentes sociales de salvamento marítimo no son buena gente según esto,
no, son putos buenistas que no se dan cuenta del daño que hacen al primer
mundo por creerse unos santos ayudando a los pringados del tercero. Lo mismo
que quienes pretenden atender a los derechos de los ciudadanos que por un
motivo u otro estuvieren en una situación de pobreza o desporteción.
Serían también buenistas según la definición
quienes se paran a considerar las condiciones sociales en que han sido criados
ciertos delincuentes, quienes sopesan las dificultades por las que han tenido
que pasar ciertos individuos para llegar a donde están ahora o quienes piensan,
sin más, que tal vez las prostitutas, por poner un ejemplo, son más
frecuentemente esclavas sexuales que guarronas ninfómanas o gente sin
escrúpulos ante el comercio del sexo.
Como sea, el término buenismo se ha convertido en insulto
esgrimido, sobre todo, por los ultraliberales, también llamados fachas -al
menos por mí-, que pretenden desprestigiar cualquier instinto solidario.
Una de las pocas virtudes que acuñó la religión católica,
cuando era bien entendida por algunos, fue ese concepto llamado caridad. Se
basaba en el amor al prójimo, en su consideración por encima de sus
circunstancias personales; llegó cuando no se había acuñado un término hermano
llamado empatía, pero consistía en algo parecido. Hoy son esos, también, los buenistas,
pero la diferencia es que ya no están bien vistos.
El yoísmo, al contrario,
proviene de un anuncio, ya lo sé. De tés o infusiones, si queremos concretar.
Ni siquiera de tés buenos, aunque esto es tan solo una opinión.
Que yo sepa, la sublime
Real Academia no ha aceptado aún el término. No entiendo por qué, la verdad, siendo
tan peregrino –y retrógrado- como el anterior, lo que parece suponer una
ventaja ante acepciones más propias de figurar en la lista.
¿Tal vez por no ser un
término nuevo? YO equivale a EGO en latín, como casi todo el mundo sabe… Y
haciendo una transposición facilona y fácil de narices, es de cajón la
identificación de EGOÍSMO y YOÍSMO. Pero resulta que lo primero suena a
defecto, a vicio feo, a cosa no bien vista… pero lo segundo te lo venden como
reafirmación de la personalidad. Seguridad personal. Autoayuda. ¿Autoengaño?
¿Hay mucha diferencia?
No hay más que ver a los
yoístas
moverse por las ciudades, por Madrid en concreto, y por el centro de Madrid
mucho más, para darte cuenta de que eso de cuidar de ti se transforma
inmediatamente en una forma de egoísmo feroz en que el prójimo se convierte en
un obstáculo que no debe interponerse en tu camino según la idea del “porque yo
lo valgo” y el “me debo a mí mismo”. Caiga quien caiga (y a veces casi a punto
de que esto se haga demasiado literal cuando alguien intenta pasarte por encima
como si fueras un producto virtual).
Buenismo. Yoísmo. Dejan
de ser términos graciosos cuando te das cuenta de que la tendencia es que no
hay que ser bueno más que con uno mismo. Que el de enfrente es enemigo, y más
si nos viene de lejos o si no le conoces, o no pertenece a tu grupo o a tu
edad…, y que cuidar de uno consiste en descuidar a los demás.