No vivimos ya en las
épocas napoleónicas. Tampoco en la de sus peores detractores que pactaron el
Congreso de Viena, aunque a veces, al ver telediarios, lo parece. Ahora, por
definición, somos demócratas, somos responsables de a quien se pone a la cabeza
de un gobierno, y del gobierno en sí, que es lo que importa. Somos, querámoslo
o no, parte activa, no sólo pasiva como parecen creer algunos, de ese
testamento. Quien votó a la mayoría de donde hubo de salir el presidente y sus
ministros, es parte de sus logros y defectos.
Y cuando alguien
delinque estando en ese puesto preeminente, el votante es cómplice siempre y
cuando el apoyo continúe.
Puede que quien votó
alegue ignorancia. No se puede saber de antemano lo que hará tu candidato una
vez que se siente en su silla, eso es cierto. Pero una vez que ha tomado
determinadas decisiones, el seguir apoyándole se convierte, a mi modo de ver,
humilde modo, en complicidad, en parte del delito por lo tanto.
El actual presidente de
gobierno, en funciones o no, parece apoyar el acuerdo a que se ha llegado a
favor de Turquía y contra los refugiados que intentan llegar a esa Unión
Europea ante quien generan tanto rechazo y tanta grima. Si sopesamos la
consecuencias, es posible que se pudiera hablar de una decisión criminal. Las
consecuencias están ahí, bastante claras. A lo peor quien lo aprueba es
cómplice del crimen.
Como creo que lo es
quien vuelve a mostrar la misma intención de voto hacia el PP una vez que se ha
probado que es un partido tan roído por la corrupción que podría llegarse a
pensar que la fomenta o la sostiene. Los que tanto protestan contra los
choriceos políticos y votarían de nuevo a ese partido, tras lo que se ha
probado, tal vez podrían ser calificados a su vez de corruptos.
O de represores, si
hablamos de la ley mordaza.
O de antisociales si
hablamos de las medidas adoptadas con respecto a la educación o la sanidad, o
la asistencia social o tantas cosas.
O de oscurantistas si
hablamos de las medidas en contra de la investigación, el desarrollo de la ciencia
o la cultura.
Aunque ahora mismo no sé
siquiera por qué hablo tan sólo de los que volverían a votar al PP cuando las
encuestas del CIS reflejan que el problema de los refugiados sólo importa a
poco más de un uno por ciento de los españoles.
Lo mismo hay más
cómplices de lo que parece.
Cómplices de muertes
ajenas y de miseria ajena.
Cómplices que ni
siquiera se sienten cómplices porque están en su casa viendo tonterías en la
tele y, de vez en cuando, algo bueno.
Cómplices que suponen
que eso sucede en una parte del mundo que no es su mundo, sino otro que es
mejor no mirar.
Cómplices de sentir ese
sentimiento asqueroso llamado lástima y seguir con la misma vida, idéntica, que
si no hubieran sentido ni tan siquiera eso.
Creo que estamos sucios,
que no hablaremos de ello, que acabaremos por no querer pensarlo, que no
haremos nada, ni siquiera votar una cosa o la contraria, o la no igual. Que nos
sentiremos bien cada vez que nos sintamos mal y no querremos admitir que hay
cadáveres en nuestros armarios como los hay en las administraciones americanas,
los campos de concentración o las conciencias de un mundo que vive bien a costa
de que vivan mal, muy mal, muchos otros que imaginamos sólo como gente que vive
en las pantallas de los televisores.