Los biempensantes (no
los que piensan bien, sino los que se engloban en esa fea definición que
desearían que les cuadrara) han empezado a escuchar ruidos en el ático, o en
los sótanos, depende de las orejas de cada.
¿Son fantasmas? ¿Son
seres que sólo existían en su imaginación y cobran vida ahora? ¿De dónde sale
la energía que les pone en pie?
El pasado domingo 25 de
mayo empezaron a oírse extraños ruidos en los recovecos temidos del feo
caserón. Resulta que existía alguien más, alguien que daba pasos a destiempo a
la hora del desayuno, en los momentos civilizados, en las salas donde no
deberían estar.
Fantasmas respaldados
por cientos de miles, casi millones, de fantasmas.
Gente que aun siendo de
izquierdas se unía, otros que sí que podían por proponerse pensar en un
podemos, republicanos catalanes o frikis de cualquier poblucho... como unos
walking deads surgían por doquier, convocados, para más inri, por incontables
personas, por porcentajes insólitos, por una oscura voluntad de hacerles vivir
y hablar.
Los que se reían de sus
pretensiones les han cobrado tanto temor que ahora pronuncian conjuros para
descalificarlos o ridiculizar a esos votantes que ya no les volverán a votar
nunca a ellos, los escandalizados, los de antes, los traidores, los que
decepcionaron, los que tiraron lo que podrían haber convertido en fértil cuando
tuvieron la oportunidad.
Nubes de columnistas
montados en la escoba del word teclean a toda prisa para negar una realidad
innegable, incluso en periódicos tan poco sospechosos de oscurantismo como
Público, o más sospechosos, mucho más, como El Paisoe, los críticos se erizan a
la vez que niegan erizarse, pero emplean calificativos que apenas se atrevieron
a emplear contra los verdaderos ladrones que gobiernan por decreto, pese a que
ahora se sepa que esos que emplean métodos propios de un despotismo sin
ilustrar cuentan sólo con el veinticinco por ciento del cuarenta y tanto por
ciento de los votantes. Una risa democrática que no aguanta la definición de
mayoría absoluta ni en pintura.
Los poderes,
perturbados, convocan a sus magos milenarios. El hombre que destrozó un
proyecto, ese hombre astuto y lleno de carisma que se llama González, está a un
dedo de emplear la palabra Rojos (menos que un dedo: una falange). Los demás se
echan las manos a la cabeza, comparan a los progresistas con los emergentes
neonazis (¡¡Dios, hasta dónde han llegado las políticas neoliberales para que
hayan podido convocar a esos auténticos espectros de nuevo!!), trasplantan
España a Venezuela, comparan pancartas con bombas o ven colmillos sangrientos
donde sólo hay sonrisas (todo lo descontentas que se quiera) esperanzadas.
Amiguitos, esto no es
contar a la baja los asistentes a una manifestación. Aquí, hasta nueva orden
(que desearían muchos dar) los votos se cuentan y suman, no se calculan por
metro cuadrado o por ladrillo del Paseo del Prado. Aquí lo tenéis menos fácil.
Porque después de contar tenéis que concederles por ley la racanez que les otorga
ese sistema nada proporcional de asignar escaños en beneficio de los que ya
cada vez cuentan menos.
Los Otros están por ahí.
Es una evidencia. Ahora tendremos que decidir (aunque ya se sabe) quienes son
los que realmente están Muertos.