No, no es el nombre de
dos payasos, como podría parecer. Aunque lo que voy a contar al respecto tiene
más relación con la astracanada de lo que nos gustaría, o al menos de lo que me
gustaría a mí.
Para aclararlo, diré que
estaba viendo –especifico, para quien quiera confrontar datos, que lo hacía en
la web de ElPaís- (“lo hacía en la web de ElPais” es una expresión que no me
acaba de tranquilizar, pero responde a la verdad, valor escaso hoy en día... en
fin), pues ahí mismo veía el espectáculo de esa votación secreta en urna con
respecto a la conveniencia o no de retirar la propuesta antidignidad femenina
(ya se puede proponer teniendo mayoría absoluta) del amado Gallardón.
Ahí estaba la fila
nodisciplinada de congresistas subiendo con un papelito hacia la cima de la
pequeña escalinata conducente a la urna, utensilio de connotaciones
democráticas por excelencia, aunque a veces sirva también para guardar cenizas
de aquello que probablemente amamos un día -como la idea de democracia por
ejemplo-, pero que ahora está muerto.
La fila (digresión,
digresión...) tenía una inquietante característica: sus miembros no
correspondían en absoluto con los nombres que cantaba la Mesa, ni en cantidad
ni en identidad, lo sé por los escasos nombres de representantes nuestros que
conocemos. (Otra digresión es que me hubiera fascinado que hubiera cantado la
Mesa, pero era un señor con flato y cara de político). Vamos, que la cosa iba
ya rara, pero todos se reían y bromeaban como si fueran a la feria en vez de a
una votación.
La votación hubiera sido
un peñazo insoportable para algunos si hubiera tenido lugar en el Parlamento
Sueco, pongo por caso (y es un suponer, que tampoco es que lo frecuente mucho),
pero esto es España, señores y señoras, y aparte del festival, y tal vez para
amenizarlo, los micros permanecían abiertos.
No sólo cuando se
cantaron los “síes”, “noes” y “abstención” (a eso vamos luego), sino ya desde
que se votaba en esa forma retrechera, cachondona, frescurrienta y tacatá que
nos caracteriza. Y se oyeron cosas preciosas, desde “esto va pa largo”, “ahora
una copita, ¿no?”, “ay, mujer, no me digas esas cosas (?)” –voz masculina y
risita- hasta “¿Qué pasa, que no vota Montoro?”, “Se habrá despistao”, “El
ministro de Hacienda, siempre a su bola”... Todo esto es literal, y supongo que
está en archivos. No he querido oír mucho más. Hacía tiempo que algo no me daba
tanta vergüenza. Indignación, sí. Cabreo, impotencia... pero tanta vergüenza
no. A lo mejor por eso he puesto este mensaje, cosa que no hacía desde el año
pasado. Para ver si se me iba un poco.
Luego la lectura de las
papeletas (han sustituido al “lector” cuando quedaban cincuenta o setenta, se
conoce que leer en voz alta trescientas cuarenta papeletas debe ser tan
agotador que no puede hacerlo una sola persona en un mismo día, sobre todo si
contiene textos tan farragosos como “sí” o “no”). Alguien ha dicho “oye, que
los micros están abiertos”, y tampoco es que haya importado mucho. Expresiones
de “esto no se acaba nunca” y demás mientras alguna que otra papeleta se caía
al suelo y era recogida torpemente, se tenían en la mano dos o tres al
tiempo... No sé... Y mientras, tomas de los señores y señoras diputados y
diputadas fuera de sus escaños, en grupitos como en el local de moda, en
corrillos rientes y festivos...
No esperaba un funeral,
aunque no hubiera estado de más si la consecución de esta ley va a traer a
muchas mujeres el fin de su libertad, sus esperanzas y su propia vida (la vida
no es sólo sobrevivir, pero incluso, poniéndonos en lo peor, es posible que
muchas caigan como moscas pobres en abortos clandestinos y hasta caseros, en
partos de embarazos desgraciados, y es seguro que algunos de sus hijos e hijas
no tendrán una vida digna, ni sana, y mucho menos atendida, en un país donde
los que obligan a cerrar el coño y mantener el feto dentro no van a dar un duro
por su salud aunque venga en unas condiciones desastrosas y anunciadas).
Y sin quitar ningún
tristísimo protagonismo a la mujer, pienso de paso en los que las rodean,
mujeres y hombres, que cargarán con parte de su carga como padres, abuelos o
amigos.
La eterna rueda
generadora de progresión geométrica de la desgracia.
Y ya de paso, teniendo
en cuenta otra característica de nuestros partidos que es la férrea disciplina
de voto, ¿no podríamos ahorrar un poco?
Hubiera proporcionalidad
o no, que hoy no vamos a eso aunque vayamos siempre, en los escaños del
Congreso según las votaciones, ¿para qué tantos diputados? ¿Qué es esto, el
ataque de los clones?
Propongo que según los
resultados de las elecciones haya un único diputado por partido, que ejerza de
portavoz si es que hay que portar la voz de algo y que toque al botón de votar,
y ese voto se cuente por el número de escaños virtuales conseguidos. Ciento
ochenta, doscientos, ocho, lo que sea, pero votados por un solo señor.
Ahorro de dietas, de
sueldos, resultado similar... y ahorro de vergüenza.
Y menos hipócrita, ¿no?